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“BONARILLO” EN EL PRIMER TORO.

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REVELANDO IMÁGENES TAURINAS MEXICANAS.

 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

 

   Es la tarde del 4 de noviembre de 1906. La plaza de toros “México” de la Piedad luce llena hasta la bandera, como puede predecirse en el enfoque que J. R. Foquero, el fotógrafo logró en el preciso instante en que Francisco Bonal “Bonarillo” iniciaba un cite con la muleta que lleva en la diestra.

   Aquella ocasión, el diestro español y nacido en el barrio de Triana en Sevilla, alternó con otro paisano suyo: Antonio Montes, y ambos se las entendieron con un encierro de Santín.

   Y no era cualquier tarde, porque en esa ocasión se presentaba Montes, a quienes los aficionados esperaban repitiera el mismo tono triunfal que ya había tenido temporadas atrás.

   De acuerdo a lo que apuntó el cronista de El País un día después podemos saber que

Santín mandó unos toros bien presentados, pero con pitones microscópicos, “hormigones”, según el tecnicismo. Algunas cornamentas parecían recortadas y limadas. ¿Será posible?

   Todos los toros fueron tardos en picas, doliéndose al castigo, buscando la defensa, quedados en banderillas y en la muerte, con excepción de los corridos en primero, tercero y sexto lugares, reservones, entablerados y buscando pupa. Santín no se ha lucido en esta ocasión.

   Aún así, y con la mala labor de varios picadores, “sólo se registró un penquicidio, y los toros tomaron por total veinte varas, algunas no del todo buenas, sino refilonazos o marronazos”.

   No fue la tarde de Montes que, en apática presentación no hizo sino subir el tono de las protestas y la desilusión de sus “istas”

   Respecto a “Bonarillo”, las cosas tampoco resultaron favorables del todo.

   Con el capote no hizo nada digno de mención. Usa un telón de teatro, primer agravante, luego da la salida antes de que el toro esté en jurisdicción; quiso gallear a un toro quedado (¡!) no convenció. Se sabe, no obstante, que Bonarillo es un buen torero, que ha cosechado siempre aplausos, pero seguramente los del Perú, que siempre vienen a cuenta, le han trastornado y nos ha confundido con los villamelones de la América del Sur, que se desmayan en la suerte de picas.

   Puso en el quinto toro un buen par aprovechando, que le fue aplaudido.

   Con el estoque y muleta hizo lo siguiente: en el primero, con la izquierda, 1 alto, 1 de pecho, 2 redondos por bajo muy buenos, estando el torero cerca y consintiendo mucho. Con pequeño cuarteo media estocada en su sitio. Pases de pitón a pitón, muy aplaudidos, y termina con una honda en su sitio. Intenta descabellar y el toro dobla. Palmas, sin llegar al entusiasmo.

   En el tercero, que brinda a sol, uno con la izquierda, dos altos, uno de pitón a pitón. Iguala y entrando con el brazo muy alzado, media en su sitio. Más pases y una buena estocada. Que partió la herradura. Palmas, ovación y dianas. Hasta aquí no iba mal.

   En el quinto toro varió la decoración. Aun cuando toreó cerca y confiado, hizo una pésima faena, de altos y ayudados. Echándose fuera de una manera descarada, atiza un pinchazo; más pases, otro pinchazo en la misma; más pases y hasta tres pinchazos más, en tablas, es cierto, sin fijar, entrando con todas las agravantes posibles, una pasada sin herir por causa del toro, media pescuecera sin soltar. El matador se desanima, y por casualidad atiza un descabello a la primera. Pita morrocotuda. Bien es cierto que el toro se encontraba un poco difícil por un pésimo par de banderillas en el pescuezo, que clavó Bisoqui.

   Como podrá entenderse, “Palomo Chico”, el cronista en turno, tuvo a bien darnos “santo y seña” de aquella comparecencia, de diestros hispanos y que, por lo visto, ni uno ni otro cumplieron como esperaban los asistentes al coso en rumbos de la Piedad.

   En la nota que se dispuso como pie de foto, sabemos también que se trataba del segundo de la tarde. Con todo y eso, la imagen, fue separada y luego colocada en un marco que lució, ya lista en los pasillos de la casa “Barbabosa”, en Toluca. Don José Julio Barbabosa había mandado hacer ese sencillo trabajo al negocio de marcos y cuadros más cercano, con objeto de procurar un testimonio más sobre los muchos habidos –como recuerdo-, en aquella residencia, que era uno de los sitios donde el legado de Santín, como ganadería, fue quedando poco a poco traducido en un sólido recuerdo.

   Los ejemplares que mandó siempre bajo su orgullosa y siempre predecible idea de que, por ser los “toros nacionales” iban a causar sensación, esa tarde simple y sencillamente no pasaron a la historia.

Sin embargo, en todo estaba pendiente don José Julio, y aunque la nota fuese adversa, tuvo a bien no olvidarla conservando este simple testimonio fotográfico que, de algún modo, nos ha permitido conocer las incidencias de aquella soleada tarde.


 JOSÉ DE HOGAL y BERNARDINO DE SALVATIERRA y GARNICA, AUTORES NOVOHISPANOS QUE DESCRIBIERON FIESTAS EN 1732.

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CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   En el círculo de impresores novohispanos, deben haber existido, como en muchas cosas de la vida, preferencias y rechazos; amigos y enemigos. En ese sentido, y dada la enorme popularidad que alcanzó hacia 1732 Joseph Bernardo de Hogal, este publicó como de su autoría la Descripción poética de las Fiestas con que la Nobilísima Ciudad de México celebró el buen suceso de la empresa contra los otomanos en la restauración de la plaza de Orán, impreso que ha llegado hasta nuestros días gracias a los buenos oficios del historiador José de Jesús Núñez y Domínguez que la publicó en forma íntegra en la cuidada edición de Un virrey limeño en México: Don Juan de Acuña, marqués de Casa Fuerte (México, 1927).

   Afirma lo dicho un acróstico con que cierra esa curiosa “Relación de Sucesos” como sigue:

De este que en su fineza

Juzgo el índice ser, que al generoso

Objeto de sus ansias, victorioso

Solamente en los lejos nos expresa:

Es el que a la atención de tu grandeza,

Pone, el siempre rendido, temeroso

Haliento, que quisiera, un don precioso

Dedicarte en aquesta especie impresa.

Elevárase la Obra a tan felice

Holocausto en planta, si merece

Ofreciéndola a ti, que la eternice

Generoso tu amor; porque apetece,

Al menos aplaudir, no lo que dice:

Lo que intenta de que se le ofrece.

    Como puede apreciarse en la imagen, se trata de un impreso bellamente rematado por orlas y el uso de elementos tipográficos que resaltan el acontecimiento, con lo que de seguro, la venta del cuadernillo resultó un éxito.

   Sin embargo, en la Gazeta de México N° 61 (Desde primero hasta fines de Diciembre de 1732), edición que estuvo bajo la responsabilidad de la imprenta Real del Superior Gobierno, a cargo de Doña María de Rivera, en el Empedradillo, se anunciaba al final de la misma:

OFICIO NUEVO. (…) Otro en lo mismo [es decir un cuaderno en cuarto], en Quintillas, intitulado: Descripción segunda de las Fiestas, que celebró esta Nobilísima Ciudad de México, a la feliz Restauración de la Plaza de Orán, en África. Escrita por el Br. D. Bernardino de Salvatierra y Garnica; impresos donde esta Gazeta.

    Y es que la publicación mencionada se convirtió en caja de resonancia citando los regocijos y alegrías desarrollados en el curso de octubre y noviembre, mismos que acentuaron aquel significativo acontecimiento, ocurrido del otro lado del mundo, pero con un profundo significado político y militar que, por su sola trascendencia, se tomó como pretexto y lo hicieron suyos las autoridades novohispanas… así como los autores que están apareciendo en escena. Leemos en la Gazeta:

   No satisfecha la singular lealtad de S. Exc. Con las repetidas, festivas solemnes demostraciones, que a el aplauso de la Restauración de la importante Plaza de ORÁN, hizo ejecutar el mes antecedente, determinó se continuasen en este, algunas de regocijo, y alegría; en cuya consecuencia, los días 1°, 2°, tercero y cuarto, nono, décimo y undécimo, se corrieron Toros en la Plaza de el Volador, y fue cosa admirable ver aquellos días en el hermoso ochavado, capaz, y bien trazado Circo, la uniformidad de las pinturas, a imitación de los Jaspes, la bizarría de las galas, lo lucido de los trajes, la braveza de los Toros, la destreza de los lances, lo brioso de los Caballos, lo airoso de los Ginetes, la agilidad de los Galgos, la presteza de las Liebres, la armonía de los Clarines, el rumor de los Pretales, que todo formaba un espectáculo verdaderamente agradable y digno de la expectación de tan grave, y numeroso concurso. Son las Carreras de Toros notablemente apetecidas de la Nación Española, y es, que lo lleva de suelo, pues su territorio, es en forma de piel de Toro, por ser uno, y el más célebre Reino de los catorce que, sin el Imperio Romano, contiene en sí la Europa, que como esta tomó el nombre de la Infanta de Fenicia, a quien disfrazado en Toro, llevó Júpiter a Creta, recibió con el nombre la afición.

   A pesar de la intensa búsqueda destinada para ubicar tal “Descripción Segunda”, esto se ha convertido en auténtico misterio. Incluso, se cree que tal descripción no es de Salvatierra y Garnica, sino de otra célebre figura de las letras novohispanas de entonces: Cayetano Javier de Cabrera y Quintero. La popularidad de uno y otro, probablemente generó algún desencuentro con Hogal. De ahí lo que apuntaba al principio de estas notas.

   A decir de Juan José Eguiara y Eguren en su Biblioteca Mexicana (1755), dice de Cabrera y Quintero:

Mexicano de origen y de nacionalidad, habiendo sembrado hondamente los fundamentos a favor de las letras más amenas [Humanidades y Retórica]. Adscrito entre los cultivadores de la Teología y, tenido entre los primeros, adquirió también el grado de la misma facultad.

   Se sabe que nació a fines del siglo XVII, muriendo entre 1775 y 1778 en el convento de los padres hospitalarios betlehemitas de la ciudad de México. Su obra es muy extensa, puesto que se registran hasta 162 diferentes títulos.

   Otro de los autores mencionados, Bernardino de Salvatierra y Garnica, corre en estas circunstancias con menos suerte que los anteriores. Hogal, era para entonces Ministro, e Impresor del Real Tribunal de la Santa Cruzada. Emprendió una gran labor editorial contando para ello con la infraestructura necesaria para publicar y divulgar las diversas obras que entonces salían de su imprenta, ubicada en la célebre calle del Puente del Espíritu Santo.

   Del mismo modo, Cabrera y Quintero estaba posicionado entre los célebres escritores de obras dramáticas que intensificaban el teatro novohispano, por lo que con tamaños contrincantes en la liza, Bernardino de Salvatierra apenas alcanzó algún brillo de popularidad.

   Y en favor de don Bernardino, sólo diría algo absolutamente fundamental: que si bien la “Descripción” no se publicó como tal, la misma existe en calidad de manuscrito en la Biblioteca Nacional. Revisada, analizada y contrastada en sus diversos matices, tal documento presenta las características con que fue anunciado: la hechura total en quintillas. Además, por aquellos días, ningún otro autor, salvo que resulte lo contrario, presentó, ofreció o se le publicó una obra con estas características.

   Decía Andrés Henestrosa tener en su gran biblioteca la Métrica historia de la milagrosa aparición de nuestra señora de Guadalupe de México, compuesta por el bachiller don Bernardino de Salvatierra y Garnica, originario de esta ciudad, salida, como reimpresión de la Imprenta nueva Madrileña de D. Felipe de Zúñiga y Ontiveros, Calle del Espíritu Santo; año de 1782”. El autor de Los hombres que dispersó la danza, define a Salvatierra y Garnica como “escaso poeta, pero buen versificador”.

   Todavía resultó más severo José Antonio de Villerías y Roelas –un contemporáneo suyo- quien juzga a “Salvatierra [como un autor que] no sobresale por su inspiración ni por el dominio del lenguaje. Sus versos, en efecto, casi siempre son duros y, en ocasiones, hasta pedestres.”

   Y es justo en esos términos, en que el manuscrito parece reunir todas esas características, como puede apreciarse en las primeras cuatro quintillas que comparto con ustedes:

Fiestas [¿de Gobierno?] Que hizo México a la Toma de Orán

 Quintillas.

Con la Carga o Musa a Cuestas

échate a por el atajo

y en quintillas mal Compuestas

haz un día de trabajo

Cantando muchos de fiestas.

De Helicona la Corriente

beber tu afán no destase

hielo te brinde su fuente

y aún ruégate que se cuaje

para dar diente con diente.

Huye el caluroso estío

del Pindo y tórrida zona

y a templar el ardor mío

toda en nieve la helicona

se cuaje y vaya de frío.

A la Plaza que a tomar

se llegó por los cabellos

por que el Moro al caminar

con su riqueza y camellos

no se lo pudo llevar.

   Sobre el resto del que viene siendo este ejercicio de revelación, me ocuparé en la próxima entrega. Gracias.

BERNARDINO DE SALVATIERRA y GARNICA, “ESCASO POETA, PERO BUEN VERSIFICADOR”.

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CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 

Primera foja del manuscrito. Biblioteca Nacional, Fondo Reservado.

   Va aquí, el resto de la historia…

   Escrita en romance octosílabo (Con-la-Carga-o-Musa-a-Cuestas) y luego concebida en Quintillas tal cual se indica en la introducción, sabemos que dicha obra fue publicitada en la Gazeta de México N° 61 (diciembre de 1732) como Descripción de las fiestas y corridas de toros con que celebró México la reconquista de Orán por las armas católicas de Felipe V, por D (…), natural de México. México, 1732, originalmente por la imprenta de los Herederos Miguel de Ribera. Sin embargo, y de acuerdo a la inserción aparecida en la propia Gazeta fue José Bernardo de Hogal el encargado de esto, procurándole otro título: Descripción segunda de las Fiestas, que celebró esta Nobilísima Ciudad de México, a la feliz Restauración de la Plaza de Orán, en África. Escrita por el Br. D. Bernardino de Salvatierra, y Garnica (…). Sin embargo, en la propia inserción se indica que esa y otras dos publicaciones saldrían donde esta Gazeta. A lo anterior, deberá agregarse que existe el que finalmente aparece en el manuscrito: Fiestas de gobierno que hizo México a la toma de Orán. Y como en un enredo teatral, nos quedamos con tres diferentes títulos y solo uno verídico.

   Sin el impreso, y ahora contando con un manuscrito -sujeto de especulaciones-, vale la pena mencionar que se trata de una “Descripción de fiestas”, la cual consta de 94 quintillas o 470 versos, escritas en un estilo llano, popular, donde falta el referente de los grandes poetas y se acerca más a los poetastros.

   Por su extensión, es imposible darla a conocer totalmente. Sin embargo, conviene elegir algunas de sus partes que permitan conocer el tono lúdico, tanto del autor como de las celebraciones. Vale advertir que se respetan algunas formas del estilo y escritura tal cual fueron concebidas.

 Fiestas de gobierno Que hizo México a la Toma de Orán. Quintillas.

(. . . . .)

De Clarines y Timbales

al trote; digo al Compás

por la Ciudad y arrabales

publican fiestas, nomas

y quedan deseando reales; (65)

(. . . . .)

Hambre canina en sus lloros

Ostentan y así parleros

Dicen aunque con desdoros

Tan a nuestra hambre y Carneros

no bastan? Pues vengan Toros. (105)

Por toros su hambre se abraza

(que es cosa al fin de valor)

Y para que en esta traza

Lo coman todo mejor

Reparten ellos la plaza. (110)

Nueve mil y más se atreve

A sacar de ella su resto

Todo a casa se nos lleve

Porque se ha de sacar esto

Y aquello; fuera ser nieve (115)

(. . . . .)

Primero lo consumido

en remendar a hilo de oro

tal cual toreador vestido

que las ahujas de un toro

mejor habían cosido; (125)

Y también en capas crujientes

media pieza que gastó

fe escarlata y adherentes

porque las guardadas, no

retaban ya para gentes. (130)

Y también seda de coser

para con las viejas capas

remendar y componer

las mulas y sus gualdrapas

que no se podían tener. (135)

Y también para guarnición

de las libreas abiertas

vaciadas a la función?

gastaron tan buenas fuerzas

Como ellos; dos de listón. (140)

Y porque dizque hubo

medido todo, una el sastre

el Conde que lo midió

entendiendo ya el de Sastre

de la obra se lo bajó. (145)

Ni una hebra desperdiciaron

aun las hilachas cogieron

mas por lo que publicaron

Vamos a ver lo que hicieron

después de lo que gastaron. (150)

Toros: En cuya friolera

o plaza de Vista cara

al santo pastor de esta hera.

para que se calentara

dieron solo una lumbrera. (155)

Rebatióla, como un maíz

y fue la acción acertada?

pues su urbano estilo ensayo

por no servir para nada?

se la envió con un lacayo. (160)

Prosiguió el trato grosero

y en tan escasa fortuna

al grave Pastor del Clero

viendo que no le cuadra una

dieron tres; por su dinero (165)

Toros; flacos y entablados

con quien más bravos y fuertes

fueron cuartones, parados

pues estos no hicieron muertes

e hiciéronlas los tablados? (170)

Más; porque se consumiesen

menos toros, cuatro galgos

que aunque la plaza corriesen

para que liebres cogiesen

les habían de decir; galgos. (175)

(. . . . .)

en la otra semana afana

su hambre lo que regulado

a medio partir se gana

y toros por lo ganado

quisieran cada semana. (185)

En esta en que se esmeraban

más, en lo que disponían.

Carreras, y toros traban;

pero los toros corrían

y los caballos golpeaban. (190)

Castillo de tales mañas

arman de Oran al entrego

que en su fábricas extrañas

antes de ponerte fuego

mostraba que era de cañas. (195)

fiestas disponen que creerse

de carrera bien pudieran

tal que sin llegar a hacerse

si tuvieran vergüenza, eran

las fiestas para correrse. (200)

Despeados los moros hallo

aun no corriendo; porque

andaban (aquí entra andallo)

Seis moros hembras a pie

y doce hombres a caballo. (205)

Sus atavíos no alabo

pues los cristianos traperos

con listón en crin y razo

iban sin cabos, en cueros

y el gran turco con su cabo. (210)

Galas dignas de que fiel

la pluma haga de ellas suma

Sirviendo a Oran. Cartel

Penachos, doce de a pluma.

Turbantes, seis de papel. (215)

Al topetearse primero

que a mostrar su agilidad

se echaron como al carnero

por una como Ciudad

doce como caballeros (220)

parten dos y yo al Mirallos

Viendo su juego perdido

dejo ya de murmurallos

pues les gana hasta el sentido

un topetón de caballos. (225)

Al ver el lance fatal

del Castillo al lecho en tropa

llevan a uno por su mal

pues en oficio y en ropa

era cama de hospital (230)

Al Conde o a el fierabrás

de carrera trujamante

Grita el pueblo; fiestas das

no empezadas por delante

y acabadas por detrás. (235)

(. . . . .)

Carnaval vino un dislate

vino un toro en que se ve

Carne de puerco y zacate

tan poco y tan pobre que

todo estaba; en un petate. (245)

Esto da, ya el agenciarlo

Sacando pesos a cientos

para el castillo y armarlo

de los que armaron; trescientos

dice que vale al quemarlo. (250)

Con eso quedan vizarros

de cuernos; mostrando en suma

su economía y desgarros;

mas no larguemos la pluma

que van saliendo los carros. (255)

Obra es suya y de la cola

de un Criollo que se trata

Gachupín de vino y ola

tan hambriento tras la plata

que es el Marqués de Guardiola. (260)

Cinco dispone su ahínco

con artificios tan nuevos

que en su número lo finco

porque en Carros como expuestos

nos dice cuantas son cinco. (265)

(. . . . .)

Dentro de las Musas francas

Tienen flor de harina pura

y númen de pies; y aún zancas

con babas por levadura

amazaba tortas; blancas. (330)

El dice y su vena pica

poniendo espuela al pegaso

de un gran Capitán la pica

porque también el parnaso

Tiene un salteador garnica. [sic](335)

(. . . . .)

Poeta lego el ajuste

le dio con pies de plomo

y para que de ello guste

le mató al pegaso el lomo

Con un romanzón de fuste. (395)

(. . . . .)

Canto de estas fiestas ha hecho

Poeta de escalera abajo

de los que haciendo el estrecho

Toman para sí el trabajo

y para hogal el provecho. (455)

Mas no es fiel su retrato

ni sus facciones compuestas

y solo doy de barato

que quiso hacer grandes fiestas

que quedó el Conde chato. (460)

en cierta plaza por esta

acción, ver si se acomoda

quiere; y oir por V. E. puesta

que si es (para tragar) boda

y para (que gane) fiesta. (465)

Esto el virrey le responde

cuando llega a presentarse

Salese y no sabe donde

y yo se vino a quedarse

aun en esto Chato el Conde. (470)

 (Una rúbrica o remate)

   El verso 335, es el único indicativo en el que el autor se autorefiere, tanto con la quintilla previa como con la posterior, único medio para decodificar la posibilidad en la que, detrás de dicha construcción se encuentre el propio Bernardino de Salvatierra y Garnica, “escaso poeta, pero buen versificador” (Andrés Henestrosa, dixit). Y luego, las que entre los versos 451 y 455 mencionan esa marcada sospecha en la que finalmente José Bernardo de Hogal haya sido quien sacara provecho de aquella madeja sin solución. También van las últimas tres quintillas, que son el cierre contundente de esta tan peculiar como curiosa forma literaria por medio de la cual podemos entender una apreciación más sobre el desarrollo de aquellas fiestas, que se comprende fueron “cosa muy de ver”.

Rúbrica peculiar aparecida al final del manuscrito.

A LA SOLEMNIDAD DE TAN GRANDES DÍAS…, ALGUNOS DETALLES SOBRE LA ORGANIZACIÓN Y LA FASCINACIÓN DE FESTEJOS TAURINOS NOVOHISPANOS.

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CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

Portada del rarísimo Libro nuevo de escaramuza, de gala, a la jineta, por Don Bruno José de Moria Melgarejo (Puerto de Santa María, 1737), demuestra la posición y el traje usual del caballero, la silla y arreos del caballo, y la manera de sacar el brazo con la rienda, a que tanta importancia se da en todas las obras de jineta.

En Manuel Romero de Terreros, Marqués de San Francisco: Torneos, mascarada y fiestas reales en la Nueva España. Selección prólogo de Don (…). México, “Cultura”, tomo IX, N° 4, 1928. 82 p.

Vimos en entregas anteriores, la forma en que dos cronistas novohispanos describieron lo grandioso de un conjunto de fiestas que conmemoraban la restauración de la Plaza de Orán, en África (junio y julio de 1732), donde combatió con éxito la Armada española, y cuya trascendencia, al otro lado del mar, alcanzó a convertirse en motivo de grandes celebraciones.

Este, junto con otros pretextos, fue un común denominador durante el intenso y polémico periodo colonial, mismo que se formalizó en marzo de 1535, concluyendo con la declaración de la independencia al finalizar 1821.

Lo importante ahora es conocer el procedimiento con que se efectuaron cientos, quizá miles de espectáculos, bajo dos principios fundamentales: fiestas “solemnes” que, a decir del investigador Germán Viveros (Escenario novohispano. México, Academia Mexicana de la Lengua, 2014) eran de origen generalmente eclesiástico y con fechas fijas, con intención doctrinaria destinada a españoles y criollos, y con nula participación de indios, mestizos y negros, con lo que quedaba anulada la integración social. Por otro lado, estaban las conmemoraciones “repentinas” con las cuales se celebraban sucesos de la vida laica, con carácter aleatorio y lúdico, opuestas al festejo eclesiástico.

Todos esos festejos tuvieron como fondo razones que sirvieran para apoyar la obra pública, por un lado. Por el otro, la sola distracción ante penurias y malestares que las hubo en mayor o menor medida. Ese criterio se extendió también al teatro, que eran dos formas, entre muchas otras, para aprovechar el pretexto de la fiesta, sin más.

Los espacios destinados eran diversos. Lo mismo podía ser el atrio de una iglesia, generalmente en construcción, que la plaza pública, o junto al quemadero de la Inquisición, por ejemplo. Se eligió también un espacio emblemático, el sitio donde los aztecas practicaban el ritual de los voladores, de ahí que se le conociera como la del Volador (1586-1815). En su mayoría, fueron construcciones efímeras, con proyecto arquitectónico de por medio, autorizado generalmente por el Ayuntamiento y que permitía el despliegue de gran ostentación.

Así que, a las fiestas oficiales o conmemorativas, como San Hipólito, la del Corpus, San Juan, Santiago o de Nuestra Señora, se sumaron todas aquellas sagradas y profanas, las que surgieron con motivo de diversas razones generadas por la casa reinante (bodas, nacimiento de infantes, asunción de nuevos reyes); las académicas o la recepción de virreyes y otros personajes de alto rango, fin de guerras y un largo etcétera. Celebrar y con fiestas de toros, fue una constante que pervivió bajo niveles en los que se destinaban altas cantidades de recursos económicos.

Incluso, si no bastaban las dos semanas que comúnmente se destinaban a ese asunto, pronto se autorizaba extenderlas por algún tiempo más, ya sea porque estaban significando de enorme beneficio, o porque ciertos personajes, adheridos a gremios involucrados, reclamaban pérdidas (como fue el caso, en más de una ocasión por parte de los “tablajeros”). Desde luego, las autoridades universitarias, reclamaban que un día sí, y otro también representaba el magnífico pretexto para que los estudiantes se ausentaran de las aulas.

Al concluir, la autoridad presentaba “Cuentas de gastos”, donde en cuidadosa información, se indicaba la forma en que se pagaron sueldos, materiales, implementos, ganados; comprobándose hasta el último tomín, grano o maravedí. Y si una no era suficiente, se presentaba la segunda.

Entre algunos ejemplos descriptivos, contamos con el de las fiestas que relata María de Estrada Medinilla en 1640, que debieron ser idénticas en esa dimensión o más a las que en la “Sencilla Relación” nos comparte Alonso Ramírez de Vargas en 1677. Comparables también debieron haber sido aquellas que nos cuenta José Mariano de Abarca, S.J. allá por 1747 y que hoy, gracias a su lectura, se puede ir de asombro en asombro, pues no escapa de su prosa todavía influida por el “siglo de oro” y con encantos del arte barroco llevado al máximo, no solo el nombre de los participantes, sino sus vestimentas o lo lujoso de las cabalgaduras y las suertes que se desarrollaron en la plaza.

Respecto a las tres referencias, comparto aquí algunas insinuaciones.

De FIESTAS DE TOROS, JUEGO DE CAÑAS, y ALCANCÍAS, que celebró la Nobilísima Ciudad de México (1640), María de Estrada Medinilla, escribió –entre otras- estas tres octavas reales:

Hoy el Toro fogoso, horror del cielo,

Por festejar la Indiana Monarquía,

Deja su azul dehesa, y baja al suelo,

Y al robador de Europa desafía:

Todos ayudan con igual desvelo,

A la solemnidad de tan gran día,

Marte da lanzas. Y el Amor sabores,

Cañas Siringa, el Iris da colores,

 

Caballos, y jaeces matizados;

Córdoba dio, la Persia los plumajes,

Telas Milán, Manila dio Brocados,

Las Indias Oro, el África los trajes,

Primaveras ostentan los tablados,

Diversidad de flores son los pajes,

La plaza condujera a su grandeza,

Las de la Inquisición por su limpieza.

 

Suspende, añada la Doncella alada

El curso, que ya estamos sobre el coso

Donde verás con proporción cuadrada,

Culto adorno, aparato generoso:

Aquí yace la Corte convocada

En lucido concurso numeroso,

Tanto, que el lince de mayor desvelo,

Apenas pudo registrar el suelo.

    En la Sencilla Narración… de las Fiestas Grandes… por la mayoridad de D. Carlos II, q. D. G., en el Gobierno, México (1677), Alonso Ramírez de Vargas, apunta:

“(…) Dióse al primer lunado bruto libertad limitada, y hallándose en la arena, que humeaba ardiente a las sacudidas de su formidable huella, empezaron los señuelos y silbos de los toreadores de a pie, que siempre son éstos el estreno de su furia burlada con la agilidad de hurtarles –al ejecutar la arremetida- el cuerpo; entreteniéndolos con la capa, intacta de las dos aguzadas puntas que esgrimen; librando su inmunidad en la ligereza de los movimientos; dando el golpe en vago, de donde alientan más el coraje; doblando embestidas, que frustradas todas del sosiego con que los llaman y compases con que los huyen, se dan por vencidos de cansados sin necesidad de heridas que los desalienten.

“Siguiéronse a éstos los rejoneadores, hijos robustos de la selva, que ganaron en toda la lid generales aplausos de los cortesanos de buen gusto y de las algarazas [alborozo] vulgares. Y principalmente las dos últimas tardes, que siendo los toros más cerriles, de mayor coraje, valentía y ligereza, dieron lugar a la destreza de los toreadores; de suerte que midiéndose el brío de éstos con la osadía de aquéllos, logrando el intento de que se viese hasta dónde rayaban sus primores, pasaron más allá de admirados porque saliendo un toro (cuyo feroz orgullo pudo licionar [enseñar] de agilidad y violencia al más denodado parto de Jarama [región de España famosa por la bravura de sus toros]), al irritarle uno con el amago del rejón, sin respetar la punta ni recatear [evitar] el choque, se le partió furioso redoblando rugosa la testa. Esperóle el rejoneador sosegado e intrépido, con que a un tiempo aplicándole éste la mojarra [hierro acerado que se pone en el extremo superior del asta de la bandera] en la nuca, y barbeando en la tierra precipitado el otro, se vio dos veces menguante su media luna, eclipsándole todo el viviente coraje.

“Quedó tendido por inmóvil el bruto y aclamado por indemne el vaquero; no siendo éste solo triunfo de su brazo, que al estímulo de la primera suerte saboreado, saliendo luego otro toro –como a sustentar el duelo del compañero vencido-, halló en la primera testarada igual ruina, midiendo el suelo con la tosca pesadumbre y exhalando por la boca de la herida el aliento”.

Finalmente, El Sol en León. Solemnes aplausos con quien el rey nuestro señor D. Fernando VI, Sol de las Españas en que se proclamó su Magestad… (1747), anotó lo siguiente José de Abarca:

“Apenas había acabado de entrar esta segunda cuadrilla, cuando siguiendo las huellas que imprimían en la limpia arena los castizos brutos, se presentó en la plaza la tercera, gobernada por el señor don José de Vivero y Peredo, Hurtado de Mendoza, conde del Valle de Orizaba, quien, valiéndose de su ilustre título para demostración de su amor y cuerpo de su empresa, pintó en el lienzo de la adarga aquel jayán de los montes a quien sirven de corona los astros y en las llanuras de su valle, al dios Cupido que, deponiendo el arco y la aljaba, dejaba de perseguir a los hombres y a las fieras para alternar el oficio de cazador con el de hortelano, entretejiendo de todas las flores que adornaba aquella fragante esfera, un breve ramillete que con letra consagraba a su soberanía.

“Luego, don Juan José Martínez de Soria presentó en la suya un sol tocando el punto vertical de la esfera desde donde divide los resplandores del día y un hermoso girasol que en su fragante copa de nácar atesoraba como propias las luces del astro. Decía la letra:

Sólo se mueve esta flor

Con el planeta mayor.

   “Este mismo luminar estampó en la suya don Diego de Saldívar y Castilla, aunque no en la misma estación de su carrera, sino en la última, en que, encendido topacio, tramonta el carro de sus luces para proseguir en los antípodas el infatigable desvelo de su universal providencia. La letra decía:

Si este sol da vida, activo,

A dos orbes en que nace,

Nunca yace, cuando yace.

   “Un laurel y una palma (ambos timbres del valor y crédito de los trofeos), coronados de una verde oliva, mostró el señor don Miguel de Lugo y Terreros, como anuncio dichoso, a lo que parece, de que logrará su Majestad multiplicados triunfos y coronará sus glorias con una paz dilatada. Eso parece que significaba el mote Erit altera merces (Habrá otra recompensa).

“Como reina jurada de cuanta pluma puebla la vaga región del aire, dio en la suya don Juan del Valle, una águila con corona y cetro, extendidas las alas y sobre cada una de ellas un clarín, que por su boca gritaba a la América a quien, parece, representó:

Sólo puede un ave real

Dar gloria y nombre inmortal

   El señor don Justo Trebuesto y Dávalos, conde de Miravalle, pintó en la suya un valle matizado de diversas flores, bañadas con la luz de un hermoso sol. Su letra decía:

Si este valle está lucido,

Y se mira gastar flores,

El sol le da los colores.

    Terminó esta tercera cuadrilla don Antonio Javier de Arriaga y Bocanegra, quien delineó en la adarga un brazo manteniendo un cetro, sobre cuya punta estribaba una cigüeña. El mote lo pidió a la erudición romana, trasladando a honor de nuestro Monarca aquel Pietas Augusta (Piedad Imperial), que Augusto Emperador grabó en una medalla, donde mandó imprimir una cigüeña por símbolo de su piedad.

Estas fueron las lucidas empresas que dieron a la publicidad en sus adargas los caballeros, las que llevaron embarazadas todos los días que duraron sus festines, yendo también todos armados de lanzas con garboso descuido, tendidas sobre el muslo derecho y cuellos de los inquietos brutos, dejándolas luego que paseaban la plaza, para que sin su embarazo se ejecutasen las suertes prevenidas, con la destreza que se deseaba”.

Dichos festejos fueron admirados por miles de asistentes que disfrutaron lo espectacular y maravilloso de su natural y deliberado despliegue. Y como el título del libro de José Deleito y Piñuela: También se divierte el pueblo… (1944), nos retiramos satisfechos, dispuestos para nuevas ocasiones.

XAVIER CAMPOS LICASTRO, TODO UN PERSONAJE.

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EFEMÉRIDES TAURINAS DEL SIGLO XX.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 

Fotografía: col. del autor, con un retrato del fotógrafo Negrete.

   Este día toca recordar al Dr. Xavier Campos Licastro (ciudad de México, 25 de abril de 1920-30 de mayo de 2005), al cumplirse 98 años de su nacimiento.

   Digno ejemplo de un profesional que comenzó sus labores en 1943, desde su paso por los hospitales más modestos, como la “Cruz Verde” o el “Rubén Leñero”, hasta otros tantos de encumbrado renombre.

   Profesor en varias instituciones universitarias, también fue integrante de diversas Sociedades, tuvo a bien darle forma a un caro anhelo: crear la Sociedad Internacional de Cirugía Taurina durante 1974 en la que, con los años, se convirtió en Presidente Honorario Vitalicio. Su labor acumula varias páginas y a ellas los reconocimientos, nacionales e internacionales. Como fruto de las casualidades, sucede su acercamiento al mundo de los toros, del que ya no se separará. Dedica a este gremio gran parte de sus esfuerzos a la atención y cura de heridos en sus distintas escalas. Allí están, en la memoria los esfuerzos que entregó para salvar vidas como las de Antonio Lomelín o “Manolo” Martínez.

   En 1976, y con motivo de un viaje a España para participar en uno más de los Congresos de Cirujanos Taurinos, hubo un momento en que el Dr. Guillermo Jiménez Olaya, Jefe de los Cirujanos Colombianos, se paró y dijo: “Deseo pedir a todos que declaremos al Dr. Xavier Campos Licastro como el mejor Cirujano Taurino del mundo.

   “Quedé anonadado –recuerda Campos Licastro-, creí que Guillermo había dicho demasiado, no quería ni levantar la vista, no sabía cómo tomarían eso aquellos nuestros anfitriones; sin embargo, levanté la vista y fue mi más grata satisfacción el ver a todos los cirujanos, principalmente a los españoles, de pie y aplaudiendo. Creo que ese ha sido mi momento de mayor felicidad en la cirugía taurina. Había triunfado en Madrid, nada menos”.

   Fue autor de tres célebres libros: Traumatología Taurina (1974), Mi uniforme blanco (1984) y Sólo… cincuenta años de operar toreros (1997), donde despliega su conocimiento, y pone en valor los casos más notorios que pasaron por sus manos, incluyendo anécdotas, recuerdos; e incluso buenos y malos momentos que todo profesional experimenta a lo largo de su vida.

   Puso en práctica nuevas técnicas que cambiaban el sentido de las intervenciones quirúrgicas las cuales, en sus comienzos causaron polémica y hasta desacuerdo entre aquellos toreros que por años se sometieron a heridas de “guerra”.

   En otros tiempos, y con eminencias como Javier Ibarra o José Rojo de la Vega, se practicaba una técnica quirúrgica basada en el retiro de tejidos necróticos, reparaciones de músculos, aponeurosis, vasos sanguíneos, arteriales y venosos, drenajes rígidos a través de la herida por cuerno de toro y diferir el cierre de las mismas por temor a la gangrena gaseosa. Campos Licastro por su parte la renovó aplicando métodos que consistieron en la incisión o excisión (técnica de Frederich), es decir, recortando los bordes traumáticos de la herida por cuerno de toro para hacerla herida quirúrgica), y cerrando la “cornada” de primera intención con puntos de sutura, dejando drenajes suaves por el contra abertura con penrose.

   Ese quehacer, de tanto practicarlo, logró crear confianza y ponerse en las manos del eminente cirujano significaba certeza y garantía.

   Evidentemente fue un personaje que, al ocupar un sitio que quedaba en la atención de todas las miradas, creó un halo de protagonismo que originó opiniones en pro y en contra.

   Pero lo hecho, hecho está y hoy, a 13 años de su muerte, es de agradecer la construcción de diversas instituciones que, desde luego necesitan consolidarse, sobre todo ante hechos tan lamentables como los ocurridos el domingo pasado en Pachuca, Hidalgo.

   Y es que la opinión de varios amigos que asistieron al festejo me llega con toda la fuerza de su indignación.

   Mira, me dijeron, la enfermería se encontraba en auténtico estado de desolación, sin los implementos básicos e indispensables para atender un caso de emergencia, sobre todo con un cartel de ocho toros, en dos de los cuales intervinieron forcados”.

   Entonces, todavía con más dudas me dijeron “Si los toros para el rejoneador estaban arreglados, ¿con el resto pasaría lo mismo? El hecho es que en el burladero de los “Médicos Taurinos”, sólo estuvieron presentes varios paramédicos, y sólo había una persona con bata blanca, aunque ignoramos si había o no alguna ambulancia disponible”.

   “Podrán darnos una razón honesta tanto el juez de plaza, como las autoridades estatales; e incluso la empresa debido a la notoria ausencia de los médicos de plaza -terminaron de comentarme-, pues consideramos que en eso hubo un extraño proceder que solo afecta a los toreros, pero que reduce la calidad, minimizando los esfuerzos que día con día se hacen para recuperar la imagen en el espectáculo de los toros”.

   Retomando el motivo de esta efeméride, diré que estamos ante el Dr. Xavier Campos Licastro, médico eminente que dejó una estela de recuerdos y una escuela que debe seguir siendo ejemplo de cómo, ese humanismo es capaz de salvar vidas. Vayan para él y a todos los que eligieron tan hermosa vocación, los máximos reconocimientos.

   Hoy día, personajes como el Dr. Jorge Uribe Camacho quien continua al frente del Capítulo Mexicano de la Sociedad Internacional de Cirugía Taurina, con un trabajo constante, sobre todo atendiendo los servicios médicos de la Asociación de Matadores de Toros, Novillos, Rejoneadores y Similares. Lo anterior, permite seguir velando por la salud de sus agremiados, así como de la revaloración que supone el digno papel profesional de los médicos taurinos en todas las plazas de toros de este país. Tan es importante el juramento de Hipócrates, básicamente por el fundamento ético con profundas obligaciones morales que contiene, como por su ejercicio abierto a todos los pacientes que llegan a sus manos, en especial, los toreros.

   Vaya nuestro testimonio de reconocimiento al Dr. Xavier Campos Licastro.

TEATRO y TOROS DURANTE EL VIRREINATO.

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CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

“…que la ciudad se alegre y regocije”.

 

Colección del autor.

   Al culminar el proceso de conquista (quizá la última etapa se presentó con la dominación de los indios chichimecas en 1600), y ponerse en marcha la etapa de colonización, el teatro constituyó uno de los instrumentos más importantes que operaron con vistas a consolidar, entre otras cosas, el intento de evangelización por parte de los integrantes de diversas órdenes religiosas.

   Este concepto no era ajeno entre los naturales. Existieron evidencias muy claras de la representación de un teatro nahualt prehispánico (basado en trági-comedias) que puede constatarse gracias a códices existentes, así como a una sólida investigación, lo que permite entender parte de su vida cotidiana.

   Con los años, se hizo notar la presencia de autores representativos como Gonzalo de Riancho, Arias de Villalobos, durante el XVI. Décadas más adelante, se suman al repertorio sor Juana Inés de la Cruz, Juan Ruiz de Alarcón, Eusebio Vela y muchos otros que legaron obras, muchas de las cuales han llegado hasta nuestros días.

   De acuerdo a lo publicado por Armando de María y Campos (Imagen del mexicano en los toros. México, 1953 y Las peleas de gallos en México, 1994), contamos con la evidencia de que en algún momento, sobre todo durante un muy avanzado siglo XVIII, los toros se incorporaron al teatro “de coliseo” –tal y como lo refiere Germán Viveros (Escenario novohispano. México, Academia Mexicana de la Lengua, 2014)-, con lo que el espectáculo traspasaba sus propios espacios para extenderse y combinarse con otros efectos de la escenificación.

   La expresión teatral en aquellos tiempos, guardó una estrecha relación, sobre todo con diversos hospitales que gozaban del financiamiento que, gracias a las funciones llegaba con frecuencia a sus arcas.

   Así como los toros y juegos de cañas, el teatro también quedó sujeto al sumarse en las conmemoraciones establecidas por la autoridad desde 1528. Lo mismo ocurría al solo anuncio de fiestas “repentinas” o “solemnes”.

   Es bueno recordar que, entre las numerosas fiestas novohispanas, estas se debieron a dos razones fundamentales: las fiestas “solemnes”, en las que como apunta G. Viveros [fueron] “de origen por lo general eclesiástico y con fechas fijas; su intención era doctrinaria, dedicada particularmente a españoles y criollos, aunque con participación marginal de indios, mestizos e incluso negros. Éstos intervenían en las procesiones festivas, en las que momentáneamente convivían con criollos y peninsulares, pero sin que hubiera visos de integración social real; en realidad, la población india y mestiza constituía la fuerza de trabajo que hacía posibles las fiestas públicas. La otra modalidad festiva era la de las “repentinas”; durante éstas se celebraban sucesos de la vida laica y tenían carácter aleatorio y lúdico, en oposición a los festejos eclesiásticos” (op. Cit., p. 43).

Armando de María y Campos: Andanzas y picardías de Eusebio Vela (Autor y comediante mexicano del siglo XVIII). Con ilustraciones de la época. México, Compañía de Ediciones Populares, S.A., 1944. 234 p. Ils., facs., p. 39. Probablemente una disposición ochavada como la que se puede apreciar, se utilizó  en el teatro de conformidad a las que se montaban en espacios destinados a la fiestas taurinas

   De vuelta con María y Campos, el autor refiere una de esas primeras escenificaciones en Guadalajara, durante los meses de julio y agosto de 1787, aunque no faltó la voz opositora del Asesor en turno, quien emitió una opinión contundente: “Con la permisión de novillos [concedida “sin duda por el Exmo. e Ilmo. señor Arzobispo que entonces gobernaba], concurre mayor multitud de gentes del pueblo, sin que se les pueda contener… fuera de que no se pueden representar buenas piezas ni hacer bailes. Con motivo de hallarse embarazado el teatro con la especie de tablado que necesita ponerse para figurar la plaza” (Imagen del mexicano en los toros, 12). En seguida indica que, debido a la autorización que concedió el virrey Antonio María de Bucareli y Ursúa, se corrieron toros en el interior del Coliseo (esto en la ciudad de México) justo el 8 de febrero de 1779. En aquella jornada, se representó la comedia jocosa intitulada El mariscal de Virón. La noche siguiente sucedió algo similar con la comedia Amo y criados en la que se lidiaron otros dos toros y se corrieron liebre acosadas por galgos. El día 10, la cosa tuvo efectos más atractivos, pues se hizo presente una cuadrilla en la que estaba integrada una torera, agregando a lo atractivo del programa dos tapadas de gallos y fuertes apuestas entre los asistentes.

   Los hubo también el 11 y 12. Sin embargo, el día 13 y dadas ya una fuerte carga de razones en que brillaba el desorden, el propio virrey terminó prohibiéndolas. Así que ni teatro, ni toros ni monte parnaso pudieron disfrutar los asistentes que fueron desalojados.

   Si hay que entender el desarrollo de la fiesta taurina dieciochesca, esta evolucionó al cohabitar con el teatro, espacio desde el cual se representaban cuadros que incluían procesiones, “danzas, gigantes y juegos” o representaciones en que el ilusionismo y otros efectos estaban presentes. A ello debe agregarse un relajamiento de las costumbres y, desde luego la confrontación habida con el efecto que la filosofía de la ilustración lanzaba a través de su discurso, lo que llegó al punto de frecuentes cuestionamientos y prohibiciones.

   Para 1638, los espacios teatrales adquirieron poco más de formalidad, pero muy poco sabemos si en esos sitios, la arquitectura efímera daba condiciones para habilitar un escenario adecuado para presentar algún cuadro taurino.

   Fue el Coliseo, y durante el siglo de “las luces”, el sitio donde hubo cabida a peleas de gallos y a corridas de novillos, ambas funciones “restringidas por ciertos intendentes, por considerar espectáculos que nada tenían que ver con el teatro en sí mismo” (Viveros, 62).

   Sin embargo, esas funciones fueron un hecho y quedas registradas en pocos pero suficientes ejemplos para su estudio e investigación.

   El cartel que acompaña estas notas, y que corresponde a una función en 1803, es una de las más cercanas muestras de aquellas puestas en escena, donde la sola evocación del martirio que sufrió en carne propia San Felipe de Jesús, fue pretexto para concretar las razones festivas, mismas que incluían bailes, intervención de compañías y el natural despliegue y montaje en los escenarios cumpliendo así tres tiempos básicos: “De representado, de Canto y de Baile”

   El aviso advierte que “El Coliseo se iluminará y adornará según estilo; siendo la paga doble por orden superior, sin excepción de Palcos y Lunetas de temporada; en cuya virtud y para que no sea perjudicada una causa piadosa de la primera recomendación, se suplica que si los dueños no gustaren ocuparlos, avisen en tiempo a los Cobradores o a la Guarda Casa, para que se puedan arrendar a otras personas.

   México, 11 de febrero de 1803”.

   Finalmente apuntaré que aquel maridaje permitió llevar a las plazas de toros mismas todo un repertorio de cuadros que fueron complemento de la función taurina en el siglo XIX (expresiones parataurinas fundamentalmente basadas en mojigangas, agregando a ello coleaderos, fuegos de artificio, presencia de otros animales, toro embolado, todo lo anterior con sello teatral), alcanzando verdaderas cotas de fascinación como pocas veces se ha contemplado en el curso de la fiesta de toros, la cual se acerca a sus cinco siglos de convivir entre nosotros, como sucederá en 2026.

CUATRO DISTINTOS TIEMPOS EN EL TOREO Y LA POESÍA.

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RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 PRIMER TIEMPO.

La evocación lograda por Rafael López de Mendoza, es resultado de la actuación que Juan León “El Mestizo” tuvo en la plaza del Paseo Nuevo de Puebla, el 14 de febrero de 1886. En aquella ocasión, se lidiaron cinco toros de la ganadería de la Hacienda de Santa Isabel (Toluca). En la crónica que “Costillares” publicó en el Diario del Hogar, y que luego replicó El Arte de la Lidia (año II, 2ª época, del domingo 28 de febrero de 1886, N° 9, p. 3), refiere un hecho sorprendente que pasa a ser citado aquí por su rareza.

“El toque del clarín anuncia la salida del primer toro. Como a las diez varas del chiquero, los citados diestros (Juan León “El Mestizo” y su compañero Enrique Pola) están en pie. Enrique Pol sin miedo, y con la sonrisa en los labios, se tira al suelo. El “Mestizo” manifestando un valor a toda prueba, se coloca, y alzando los brazos con la divisa espera a su enemigo. Era el momento terrible, la emoción fue general.

“La puerta del toril se abril, y aparece por fin un toro prieto de regular estampa y bien armado. El animal se fija en los diestros y parte como un rayo, y al embestir, el atrevido diestro, dando un quiebro soberano, le clava la divisa. El diestro, como si tal cosa, queda tranquilo sin dejar su posición. Enrique Pola se levanta y cuartea al cornúpeto con la montera en la mano. No hubo un espectador que no hubiera tocado las palmas: aquello fue la mar de aplausos, y hasta la tambora de la música del 15º batallón se rompió de tanto tocar diana.

“Concluida la deseada suerte, aparecieron en el ruedo los de a caballo. Vicente Oropeza señaló cuatro buenos puyazos, y Gerardo Meza “El Gorrión” tres, ambos sin consecuencias.

“El “Mestizo” capeó admirablemente, siendo acreedor a grandísimos aplausos.

“Cambiada la suerte, Florentino (a) “El Tanganito”, clavó un buen par de banderillas al cuarteo.

“Llega la hora de matar. El “Mestizo” con espada y muleta se acerca al buró, y pasándolo magistralmente de muleta con dos naturales, uno en redondo y dos de pecho; le larga una estocada por todo lo alto, suficiente para acabar con la vida del cornúpeto. Aplausos.

“Una vez concluida su faena, el “Mestizo”, empuñando un estandarte enlutado y con los colores nacionales, se dirigió al departamento de sombra a fin de recoger un donativo o suscripción para los funerales u honras que se deben efectuar a la memoria del decano que fue de los toreros en México, Bernardo Gaviño.

“La idea altamente noble dio resultado, y sobre esto el “Mestizo” es doblemente acreedor a las simpatías del público mexicano, por sus filantrópicos sentimientos; pues pocas veces se ha visto entre artistas un hecho como este”.

Hasta aquí la cita.

Ahora bien, el extraordinario caso de aquella suerte fue motivo de exaltadas opiniones tanto de la prensa como de los aficionados que la presenciaron. La misma tarde, fue aprovechada por el diestro español para lucirse en otra suerte, justo en el tercero, cuando al recibirlo, lo cambió a cuerpo limpio, suerte desconocida en Puebla y que también causó gran alboroto.

Total, que la actuación triunfal del “Mestizo” tuvo otra elogiosa referencia, escrita por el entonces reconocido autor teatral Rafael López de Mendoza, a quien identificamos muy cercano a los toros con diversos escritos. López de Mendoza, escribió dramas, pero sobre todo una obra denominada “Toreros en México” (A propósito en dos cuadros y en verso, original del general Rafael López de Mendoza. Estrenado la noche del domingo 9 de octubre de 1887).

Por su parte, Armando de María y Campos en el célebre semanario El Eco Taurino, publicó hacia finales de los años 20 del siglo pasado, una interesante composición de nuestro autor en turno, y así aparece, editada de acuerdo a la suerte que conmovió a los poblanos que presenciaron la completa actuación de Juan León “El Mestizo”:

CONTINUARÁ.

 

EL DÍA DE LAS MADRES DA MOTIVO PARA UN FESTEJO TAURINO EN 1935.

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CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 Colección del autor.

   De acuerdo a los datos más conocidos, el “día de las madres” se remonta al año 1870, a iniciativa de la norteamericana Julia Ward Howe. 52 años después en México, el entonces periodista Rafael Aldúcin, director y fundador de Excelsior, lanzó el 13 de abril de 1922 una campaña para que se definiera aquella celebración. El resultado fue unánime, por lo que se decidió que la conmemoración ocurriera cada 10 de mayo. De entonces y, hasta nuestros días el hecho ha cobrado inusitadas dimensiones que tienen su parte lucrativa; abusiva, pero también estimativa.

Así que, para tener presente ese hecho, y como decía mi propia madre: “no me recuerdes solo el 10 de mayo. Hazlo todo el año”, mi felicitación por adelantado.

En esta oportunidad, y gracias al significado de tal celebración, quiero compartir un hecho ocurrido hace 83 años y del que puedo advertir por adelantado, que se trató de un fascinante episodio taurino.

Resulta que la empresa de la plaza de toros “Vista Alegre” organizó para el viernes 10 de mayo de 1935 una magnífica función la que, por el solo contenido que aparece en uno de los dos carteles anunciadores, mueve a conocer en qué consistió aquella jornada.

¡Oiga Usted…!

¿Qué pasa?

Su señora Esposa y sus pequeños hijos, deben asistir a la Plaza

“Vista Alegre”

El Viernes 10 de mayo de 1935 a las 4 p.m.

DÍA DE LAS MADRES

Por primera vez en esta Capital,

Dos Grandiosos Espectáculos de RISA LOCA

“UNA FERIA MEXICANA”

Y

GRAN CORRIDA DE TOROS

ESTILO ANTIGUO.

LAS AUTÉNTICAS SEÑORITAS TORERAS

“EL ELEFANTE LOCO”

CANTA MÚSICA DE AGUSTÍN LARA.

NÚMEROS DE CIRCO y

GRACIOSOS PAYASOS.

LIDIA A MUERTE DE

4 BRAVOS NOVILLOS TOROS 4

100 PERSONAS EN EL RUEDO

ORDEN DEL PROGRAMA:

A la hora antes anunciada, previo permiso de la Autoridad,

se desarrollarán los siguientes números

1° “UNA FERIA MEXICANA”.

La escena se desarrolla en el famoso pueblo de San Juan de los Lagos, estado de Jalisco.

PERSONAJES: “Carmeta”, -El Afeminado- “Juan Panadero”, “Los Gendarmes 41 y 42”, “El Merolico”, “El Ciego que mira”, “El Gran Payaso “Tin-Tán” y su “Elefante Loco”, “Los Reyes del Aire”, “Los Icarios”, “Los Niños Contorcionistas”, “Yoyito”, el payaso de dos años de edad, “El Mariachi de Cocula”, “Los Cilindreros”, “La Banda del otro Día” y 200 personas más.

Al final de la feria: “Juan Panadero” en unión de “Carmeta”, matarán un bravo novillo-toro.

2° Lidia a muerte de

1 Bravo Novillo Toro 1

Por la notable Señorita Torera María Cobián “LA SERRANITA” acompañada de sus dos Banderilleras.

3° GRAN CORRIDA DE TOROS

Estilo Antiguo. Como se toreaba hace 50 años [es decir, hacia la octava década del siglo XIX].

Presentación de los Brutales Matadores de Alternativa “EL CARCACHAS” y “EL PAMBACERO”, ambos de 90 años de edad, discípulos de PONCIANO DÍAZ, acompañados de la siguiente Cuadrilla:

PICADOR: “EL POCOS TUMBOS”, que montará su caballo marihuana “EL DIABLO”.

BANDERILLEROS: “El Muégano”, “El Pocas-Pulgas”, “El Hilachas” y “El Miserias”. ¡Todos viejos, pero Valientes!

Saltos de “Martincho”, a la Garrocha y al Trascuerno. Banderillas: en Silla.

Lidia a Muerte de

2 Bravos Novillos Toros 2

Otros personajes más en esta corrida: “Juanita la Enfermera” y el “Dr. Rumba”, “El Aficionado Ladrillazos” y “Don Tancredo”.

¡Fin de Fiesta! Palo Ensebado Taurino con valiosos Premios.

TORO EMBOLADO

PRECIOS DE ENTRADA:

SOMBRA $1.00        SOL 50 CTS.

NIÑOS EN AMBOS TENDIDOS MEDIA PAGA.

Sin excepción, todos los números de este Programa, serán cumplidos.

A la entrada de la Plaza SE OBSEQUIARÁN DULCES A LOS NIÑOS.

Colección del autor.

   Hasta aquí con el largo discurso que contiene este curioso documento.

Algo semejante, en cuanto a su organización, ocurrió con la primera novillada goyesca, celebrada en México el 31 de julio de 1927 en la plaza de toros de la colonia Condesa, en la que intervinieron Fermín Espinosa “Armillita”, José Carralafuente, Alberto Balderas y José Muñoz que se las entendieron con ejemplares de San Mateo.

También hubo una corrida “Goyesca”, esto el 2 de febrero de 1930, en el mismo recinto. Allí se presentaron Antonio Luis Lopes (rejoneador de origen portugués), junto con Antonio Márquez, José Ortiz y Joaquín Rodríguez “Cagancho” quienes se enfrentaron a 8 toros de La Punta.

Un festejo más bajo estas circunstancias, lo disfrutó la afición capitalina en la misma plaza el domingo 4 de junio de 1933, dándolo a conocer la empresa –entonces bajo el mandato de Antonio Casillas-, con el nombre de la “Gran Corrida Colonial”, misma que consistió en una “Evocación fidelísima de los usos y costumbres taurinas en el final del siglo XVII. Gran desfile en el Ruedo del Virrey, la Virreina y su séquito. El Pregonero, las antiguas suertes del Toreo. El Salto de la Garrocha, El Salto del Trascuerno. El Salto del Martincho”.

Esa tarde, Antonio Dávila “Morucho” y Guillermo López se las entendieron con dos novillos de Atenco. En el festejo formal, actuaron Manuel Molina, Arturo Álvarez “El Vizcaíno” y Ricardo Torres con 6 novillos de Zotoluca.

No dudo que más adelante, hubiese otros festejos con ese propósito evocador, lo que representaba la posibilidad de conocer, como fue el caso, allá por agosto de 1955, el espectáculo que Edmundo Zepeda “El Brujo”, presentó bajo el nombre de “Los cuatro siglos del toreo en Méjico”.

Retornando al que es motivo en esta ocasión, y para terminar, nos permite conocer una sana intención en la que todos aquellos participantes se unieron para recordar el DÍA DE LAS MADRES, quizá uno de los pocos festejos que, con ese propósito se han realizado en nuestro país. También se percibe, gracias al contenido mismo, una deliberada intención de mezclar lo viejo con lo nuevo; los toros con el circo, el toreo formal con el que lo gracioso se hacía presente. Incluso, también se aprecia cierta forma en que se desliza el escarnio. Entre lo más notorio sobresalen algunos mensajes subliminales donde, por motivo de ciertos escándalos entre homosexuales estos fueron perseguidos desmedidamente en aquella época por la autoridad, lo cual se tomó como pretexto no solo por ese hecho. Incluso, rememoraba el caso de aquel baile que ocurrió la noche del 20 de noviembre de 1901, en el cual se reunieron 42 participantes en una casa particular de la calle de la Paz, todos del sexo masculino. Una parte vestía prendas masculinas, en tanto que la otra lo hizo ataviándose con pelucas, aretes, vestidos y provocadoras caderas postizas. Al ser remitidos a prisión, no llegaron los 42, sino 41 (se sospecha que el único no detenido era Ignacio de la Torre y Mier, el “yerno incómodo” del Gral. Porfirio Díaz). Como consecuencia de aquellos hechos, el número “41” tiene desde entonces una fuerte connotación que lo relaciona con los homosexuales, lo cual, por otro lado, parece un asunto que se va superando y entendiendo de mejor manera por parte de la sociedad en nuestros días.

Cosas veredes.

Exterior de la plaza de toros “Vista Alegre”. En Revista de Revistas. El semanario nacional, año XXVII, Nº 1439, 19 de diciembre de 1937.


EN 1997 SE EXPIDE UN NUEVO REGLAMENTO TAURINO.

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EFEMÉRIDES TAURINAS MEXICANAS DEL SIGLO XX.  

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

Nicolás Rangel: Historia del toreo en México. Época colonial (1529-1821), p. 147. Archivo General de la Nación, Ayuntamientos, Vol. 16; Bandos y Ordenanzas, 7, Nº 88. México, noviembre, 1769.

   Hace cerca de 250 años, entraban en vigor nuevas disposiciones con las que se pretendía regular el espectáculo taurino novohispano. Seguramente, la autoridad reaccionó ante el hecho de cubrir una serie de necesidades que fueran delineando de mejor manera no solo el festejo en su parte técnica, sino administrativa también, pues se habían creado alrededor de la organización, diversos intereses, entre los cuales se encontraba el nada despreciable factor crematístico.

   Había que cobrar las entradas, pagar honorarios, ganados, utensilios, materiales. Realizar gastos de imprenta y otros servicios, cuya información además, quedaba perfectamente desglosada en “cuentas de gastos”. Así que echada a andar la maquinaria del o los festejos, fuese por razones religiosas (en apego a las “fiestas de tabla”), o debido a motivos “solemnes” o “repentinos”; incluso académicos, el hecho es que operaba todo un proceso encaminado a materializar el desarrollo de los festejos mismos.

   Respecto al AVISO AL PÚBLICO fechado el 18 de noviembre de 1769, este contenía la siguiente información:

“Para los días lunes y jueves de las siguientes cuatro semanas están dispuestas las OCHO CORRIDAS DE TOROS que por ahora se ha dignado conceder el Exmo. Sr. Virrey con designio de invertir sus productos en varios fines de beneficio público. Los toros que en ellas se lidiarán son de las famosas toradas de HIERRO y Yeregé, siendo los de la primera de seis a nueve años de edad.

   “Torearán a caballo Cristóbal Díaz, andaluz; el Cuate; el Capuchino; José Porras; Santiago Gándara; y Reyna, a todos los cuales da la plaza caballos; y de a pie serán dos cuadrillas de los más selectos, capitaneada la una por Tomás Venegas y la otra por Pedro Montero, ambos sevillanos.

   “Para gobierno de los que vayan en coche a la plaza, y a fin que lo prevengan a sus cocheros se advierte: que el Puente de Palacio y calle de la Merced son los únicos parajes por donde las respectivas centinelas permitirán entrar a la plaza los coches, como sus salidas por las bocas calles de la Acequia, Porta-Coeli y S. Bernardo, con el objeto de evitar todo embarazo y confusión.

   “Hácese asimismo saber que no se permitirá entrar coche alguno de día ni de noche dentro de la plaza, ni menos gente de a caballo, y que por lo mismo nadie deberá intentarlo.

   “Ninguna persona, de cualquiera calidad o condición que sea, a más de los toreros nombrados, entrará en la plaza a pie ni a caballo mientras se lidien los toros, ni saltará a ella de las barreras o lumbreras con ningún pretexto, pena de un año de destierro a los nobles, de cien azotes a los de color quebrado y de dos semanas de cárcel a los españoles; y ninguno, bajo las mismas penas, será osado a picar a los toros desde dichos parajes con espada, garrocha, picas o jaretas, ni entrar a la plaza a vender dulces, pasteles, bebidas ni alguna otra cosa. Y no obstante que todo lo dicho se hará saber por bando que será publicado en la misma plaza cada día de corrida antes de empezarla, se advierte también en este cartel para que nadie pueda alegar ignorancia”. Facsímil reproducido por Nicolás Rangel: Historia del toreo en México. Época colonial (1529-1821). México, Imp. Manuel León Sánchez, 1924. 374 p. fots., p. 147.

   De ese modo, las corridas de toros, y ya durante el siglo XIX estuvieron bajo la mirada de la autoridad, la cual notoriamente permisiva (los recursos legales a su disposición eran mínimos), permitió el curso de las mismas.

   Es cierto. Predominó el relajamiento, y sobre todo una independencia que consiguió darle al espectáculo síntomas de libertad, por un lado. De creación y recreación por otro, hasta alcanzar estaturas de lo increíble y fascinante.

   Disposiciones como las de 1815, 1822 o 1851 no fueron más que tibios propósitos que intentaron acercar a la tauromaquia por el sendero del orden.

   Fue hasta el año de 1886 cuando se redactó el primer “Reglamento para las Corridas de Toros” del que se tiene conocimiento, mismo que contemplaba las “Obligaciones de LOS PRESIDENTES y las de todos los que toman parte en el espectáculo”. Esto en Toluca, estado de México. Quien se encargó de redactarlo fue Julio M. Bonilla Rivera, entonces reconocido director del semanario El Arte de la Lidia.

   Para 1895 entra en vigor el que puede considerarse como primer reglamento taurino en la ciudad de México, elaborado ya para la tauromaquia que se practicaba por entonces, misma que había superado las condiciones inestables de aquel espacio secular. Los intentos por aplicar uno desde 1888 no prosperaron, de ahí que la fiesta entrara en una etapa caótica, enfrentando diversas prohibiciones debido entre otras causas, al pésimo juego de ciertos encierros o la mala actuación de otros tantos espadas, lo cual originó comportamientos radicales por parte del público que llegó a destruir o quemar parcialmente más de una plaza de toros.

   Luego, se aplicaron otros tantos, como el de 1923, 1940, 1946 y el de 1953. Vino también el de julio de 1983. Todos ellos iban adaptándose a los tiempos que corrían, pero sobre todo a los requerimientos y necesidades obligadas por el uso indebido o la interpretación que, por conveniencia fueron realizando actores, protagonistas, e incluso autoridades que no tuvieron otro remedio que adaptarse a los intereses de quienes encontraron forma de violentar la ley.

   Como toda disposición legal, los reglamentos también se sujetaron a cambios y modificaciones. Pero también era necesario renovarlos, ponerlos al día. Con ese motivo, recordamos que hoy, hace 21 años, precisamente el 16 de mayo de 1997, el entonces Presidente de México, Ernesto Zedillo Ponce de León expidió el Reglamento Taurino para el Distrito Federal que, por sus características ha sido modelo en otros tantos sitios del país, para resolver, a nivel estatal o municipal todo aquello que aplica directamente sobre los espectáculos públicos. En particular, los festejos taurinos.

   Tal instrumento sigue vigente con las últimas adecuaciones de febrero de 2004. Lamentablemente existe un conjunto de artículos que no se aplican en la realidad, sobre todo porque el Juez de Plaza, máxima autoridad en la plaza, no cuenta con el debido respaldo, tanto a nivel delegación política como de la Jefatura de Gobierno.

   En muchas ocasiones hemos sabido que este controvertido personaje no puede poner en valor, ni tampoco imponer la “autoridad de la autoridad”, por lo que de ser la máxima autoridad, pasa a ser, mera pieza decorativa. Por lo tanto, conviene devolverle al Juez de Plaza y todos sus apoyos (juez de callejón, médicos de plaza y sobre todo a veterinarios) la capacidad de decidir, resolver y pronunciarse siempre en la correcta aplicación del reglamento.

Así, quienes tienen privilegios, y consideran que la autorregulación es lo mejor, lo ignoran hasta el punto de cometer infracciones que por sí solas, habrían sido motivo de fuertes y ejemplares sanciones.

   En nuestros días, el Reglamento Taurino requiere ajustes, pulimentarse, pero sobre todo adaptarse a ciertas circunstancias que vendría muy bien discutir, relacionadas sobre todo con la presencia del ganado. La permanente sospecha de que no son presentados con la edad apropiada, y más aún cuando no hay forma de comprobarlo gracias al examen “post mortem”, sigue causando marcadas dudas.

      También se encuentra pendiente una profunda revisión al capitulado de la lidia.

   La incorrecta forma en que se realiza la suerte de varas, el desorden o “herradero” que suele haber con frecuencia durante el segundo tercio (el de banderillas) y luego el uso de trebejos como la espada o el descabello (pinchazos, desaciertos y tiempo transcurrido), hacen que se reflexione seria y profundamente sobre los mejores procedimientos que deben imponerse en esta sola observación.

   Las anteriores, son apenas una pequeña razón del porqué se necesita una puesta al día, de conformidad a los tiempos que corren buscando eliminar factores que siguen despertando sospecha y suspicacia entre los contrarios, así como el malestar natural entre los propios aficionados que merecemos desde luego, la mejor representación posible de un festejo taurino.

   He ahí un enorme compromiso, con objeto de encontrar la mejor imagen posible del espectáculo taurino en nuestros días.

INTERESANTÍSIMAS DECLARACIONES DEL DR. JOSÉ ROJO DE LA VEGA EN 1953.

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CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   En el patio de cuadrillas de la plaza de toros “México”, ocurrió un casual encuentro que tuvieron el Dr. Javier Rojo de la Vega y Manuel García Santos allá por octubre de 1953. Quedaron para verse pronto, y eso sucedió en una esplendorosa cena. El recordado periodista, ejerciendo el oficio como uno de los mejores habidos en aquellos tiempos, atinaba a preguntarle:

-¿Algunas curas habrá usted hecho en esos tiempos?

   Y la respuesta del galeno no pudo ser otra que esta:

-No pocas. Recuerdo una tarde en la plaza “El Toreo” que tuvimos que intervenir en ¡once cornadas…!

-¡En una sola corrida…! ¿De quien eran los toros?

-De Sayavedra. Pero las cornadas las produjeron dos toros de Quiriceo que salieron de sobreros. ¡Imagínese usted! ¡Una enfermería con dos camas y once heridos en ella! ¡Aquello parecía un campo de batalla…!

-¿Recuerda el nombre de alguno de los heridos?

-Uno fue este Santiago Vega que toreó en la novillada de La Oreja de Plata el otro día en la México. Otro Luis de la Sota. Otro “Terremoto de Tacuba”…

-¿Ninguno llegó a destacar en el toreo?

-El que más lejos ha llegado ha sido Santiago Vega.

   Y así es, en efecto. Las imágenes que nos confirman aquel “campo de batalla” quedaron registradas en un reportaje gráfico que se publicó en La Lidia. Revista gráfica taurina, año I, N° 40 del 27 de agosto de 1942, como se verá a continuación:

   Y García Santos, procurando obtener datos de importancia, continuó su “interviú”.

-¿Con qué experiencias y con cual especialización llegó usted al cargo de cirujano de la Plaza de Toros?

-Con la de ser cirujano del Hospital Juárez, donde se practica la cirugía de urgencia ya que a ese Centro van todos los heridos de la Capital.

-Pero la cirugía taurina, ¿no requiere una especialización…? Yo he leído un libro del famoso Dr. Bravo, médico de la Plaza de toros de Madrid (García Santos, debe referirse al Dr. Juan Bravo y Coronado, quien estuvo al frente de los servicios médicos en la plaza madrileña, entre fines del XIX y comienzos del XX) que fue, en el que se demuestra que las cornadas de los toreros requieren una técnica especial para ser operadas…

-Y así es. La cirugía taurina –si vale denominar así a las intervenciones en las enfermerías de las plazas-, es en principio una aplicación de la cirugía de urgencia. Y un cirujano experto en toda clase de traumatologías puede perfectamente operar una cornada. Pero… es cierto que curar las heridas por asta de toro requiere una especialización…

-¿Puede usted citarme un caso concreto?

-¡Cómo no! Recuerdo una cornada enorme de Luis Freg (refiriéndose, quizá a la que el valiente torero recibió 9 de marzo de 1922 por un toro de San Nicolás Peralta). Asistía como invitado –si vale este término-, el famoso Dr. Mayo, cirujano expertísimo. Y le dijimos si quería intervenir en la operación. Se negó.

-¿En qué consiste la diferencia entre la lesión que ocasiona el asta y la que hace otra causa cualquiera…?

-Los aspectos clínicos son distintos. No tiene usted más que ver la forma del cuerno, y tener en cuenta la fuerza enorme que el animal desarrolla al herir. El cuerno penetra en el cuerpo como un proyectil. Reprime la piel –en ocasiones, ¡sin romperla siquiera!- y el orificio que abre constituye una especie de embudo o cono invertido. Luego, las trayectorias que hace por dentro, que a veces son varias… Hay que comenzar por desbridar aunque a los toreros les alarme en principio eso de que se les agrande la herida que traen. Pero es absolutamente necesario para explorar a conciencia y enjuiciar con acierto.

-¿Ha influido la penicilina en las curas maravillosas que ahora se hacen?

-Indudablemente. Pero antes de que se conociera hemos tenido la suerte de operar casos muy graves y eludir el riesgo de la septicemia.

-¿Cuándo la emplearon por primera vez ustedes?

-En la cornada de “Chucho” Solórzano (“El Toreo”, 26 de febrero de 1933, percance que propinó “Lancero” de “Rancho Seco”). Una cornada gravísima, con la vena femoral rota y el peligro de la gangrena gaseosa casi inmediato…

-¿Qué cura recuerda más laboriosa…?

-Una de ellas la de “El Soldado” (“El Toreo”, 22 de noviembre de 1942. El toro se llamó “Calao” y era de “Piedras Negras”). Hubo de ponerle ¡catorce pinzas! Para contener la hemorragia e ir ligando vasos… La de Carmelo (Pérez, en “El Toreo”, la tarde del 17 de noviembre de 1929, por el tristemente célebre “Michín” de “San Diego de los Padres”) también fue muy grave. Nosotros no le aprobamos su decisión de irse a España. Y le recomendamos que si toreara ni se operase. ¿Pero parece que su destino era el de morirse en Madrid…!

-Entonces usted entró a formar parte del cuerpo médico de la Plaza de Toros…

-Exactamente el día 12 de octubre de 1925. El Día de la Raza.

-¿Y el primer torero que usted curó fue…?

-Mariano Montes. Un torero español, lipotímico, con cara de batracio y corazón de león. ¡Si viera usted la pelea que entabló con nosotros para que lo dejáramos salir a matar el toro…! ¡Hasta que se escapó y salió…!

-¿Es frecuente esa decisión de salir a seguir toreando en los toreros heridos;

-Es frecuente lo contrario.

-¿Puedo hacerle una pregunta desagradable? acotaba García Santos.

-La veo venir, respondió impasible Rojo de la Vega.

-¿Se le han muerto muchos toreros desde que es cirujano de la Plaza?

-Muy pocos. (Alberto) Balderas llegó muerto a la enfermería (hecho ocurrido el 29 de diciembre de 1940). Lo inyectamos directamente al corazón y sólo reaccionó unos segundos para quejarse de las piernas. Félix Guzmán murió de una complicación (ello a resultas de la cornada que recibió el 30 de mayo de 1943 en el ruedo de “El Toreo”). ¡Cuando el organismo no solo se niega a reaccionar, sino que además presenta cuatro cilindros de complicaciones o taras fisiológicas… no hay nada que hacer sino esperar el milagro! Este Félix Guzmán dio dos vueltas al ruedo estando herido. Esos movimientos musculares pudieron haber influido en la complicación que sobrevino…

-¿Y “Joselillo”…?

-Ese murió cuando ya estaba curado (se refiere a la cornada que recibió el 28 de septiembre de 1947 en la plaza de toros “México” por el novillo “Ovaciones” de “Santín”). El día en que se le iba a dar de alta. Murió de una embolia. Ya sabe usted que el eminente cirujano francés Dr. René Leriche, maestro universalmente admirado por todos los médicos, ha definido la embolia como “un rayo en un cielo azul”. Y eso es, en efecto.

-¿Puede usted decirme algo más del caso de Félix Guzmán…?

-Que la cornada era relativamente pequeña. Se le trató bien. Igual que en todos los casos análogos. Esto fue un domingo. El martes ya estaba declarada la gangrena gaseosa y con ella la muerte inevitable.

-¿La cornada reciente de mayor gravedad?

-La de Juan Armilla (el 21 de diciembre de 1952 en la plaza de toros “México”, por cornada que asestó “Cañí” de “Rancho Seco”) que fue horrible. Penetrante de vientre llegando hasta la pleura. ¡Un caso tremendo! ¡Y dio la sensación en el público de que no tenía nada porque no se vio mucho aparato y porque él fue a la Enfermería por su pie.

-En general, las cornadas más graves…

-Las de los espontáneos. ¡Los cogen los toros de una manera y les hacen unos destrozos…! Nosotros hemos curado espontáneos con intestinos y epiplón fuera…! ¡No sé cómo hay quien en la plaza se pone del lado de esos infelices que, lo más que logran es eso: Una cornada terrible y… descomponer la lidia sin hacer ellos nada de provecho! (El Ruedo de México. Año IX, N° 120, 22 de octubre de 1953).

   Hasta aquí, parte de esa interesantísima entrevista, de la que restan otros interesantes comentarios, igual de notables, que seguramente publicaré en breve.

RECORDAMOS HOY A ARMANDO DE MARÍA y CAMPOS A 121 AÑOS DE SU NACIMIENTO.

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EFEMÉRIDES DECIMONÓNICAS MEXICANAS.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

El personaje. Col. del autor.

   En uno de sus muchos escritos, el autor planteaba hacia 1965: Mucho muere de lo que se escribe en los periódicos, pero mucho sobrevive, embalsamado. La historia del teatro no es nada más hablada. (Escenarios del 3 de diciembre de 1965. El Heraldo de México).

   Cuando uno se acerca a la obra de Armando de María y Campos (Ciudad de México, 23 de mayo de 1897-10 de diciembre de 1967), se descubre un legado caudaloso formado por libros, revistas, e infinidad de textos en los que predominan las biografías, las reseñas teatrales, las conferencias, su profunda relación con la radio, así como con las diversas redacciones de periódicos y revistas. Evidentemente uno de los asuntos que divulgó con mayor entusiasmo fue el tema de los toros.

Dígalo si no la siguiente relación en la que destaca el oficio como escritor taurino:

1917: Se desempeña como jefe de redacción de la revista literaria Mefistófeles donde publica sus primeras notas taurinas.

1919: La imprenta nacional le edita su volumen de crónicas Frivolerías. Asume la dirección de la revista Mefistófeles.

1920: publica La ciudad taurina. Se convierte en el nuevo director de El Heraldo Ilustrado así como en secretario de redacción del periódico México Nuevo.

1921: aparecen dos libros titulados Los lidiadores y Gaoneras.

1924: Bajo el seudónimo de El Alcalde de Zalamea publica Don valor Freg. De las faenas de Luis Freg en las plazas de España y México, Gaona el grande y Gaona se va.

1925: Funda la revista El Eco Taurino, mismo que se extendió hasta 1940. Con el seudónimo de El duque de Veragua publica el libro de entrevistas Lo que confiesan los toreros.

1933: Se inicia en la radio comentando los hechos artísticos más relevantes de la Ciudad de México.

1934: En la sede de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística imparte la conferencia Hispanoamericanismos de los periódicos taurinos, publicada el mismo año.

Fue en El Eco Taurino donde publicó aquella participación, misma que comparto por haber permanecido muchos años en su condición de inédita:

1935: Trabaja como redactor de espectáculos en El día.

1936: Dirige la estación XEFO del Partido Nacional Revolucionario.

1937: Colabora en Revista de Revistas, dirigida entonces por Roque Armando Sosa Ferreyro.

1938: aparece el libro Los toros en México en el siglo XIX. Se convierte en miembro fundador de la Asociación de Cronistas de Espectáculos Teatrales y Musicales.

1939: se publican Los payasos, poetas del pueblo (el circo en México), y Las costumbres teatrales de México en el siglo XIX, a través de los reglamentos teatrales.

1940: aparece su libro Breve historia del teatro en Chile y de su vida taurómaca.

1941: Trabaja como cronista en la revista Tiempo (hasta 1967, año de su fallecimiento).

1942: Colabora en La Lidia. Revista gráfica taurina hasta 1945.

1943: salen a la luz las biografías Ponciano, el torero con bigotes y Vida y muerte de Alberto Balderas.

1944: aparece La navegación aérea en México. Es nombrado gerente de la XEB.

1946: colabora en Novedades con una columna teatral e histórica donde abordó también el tema taurino (esto hasta el año 1965). Ese mismo año, los señores Agustín Millares Carlo y Francisco Gamoneda, a la sazón Director y Secretario de la Sociedad Mexicana de Bibliografía, informaron a Armando de María y Campos sobre su elección por unanimidad como socio fundador.

1948: Colabora como comentarista de la fiesta brava en la revista especializada El ruedo de México.

1949: publica Entre cómicos de ayer: apostillas con ilustraciones sobre el teatro en América.

1953: se imprime Imagen del mexicano en los toros.

1958: publica Vida dramática y muerte trágica de Luis Freg. Memoria y confesiones.

1960: publica Memorias de Vicente Segura: niño millonario, matador de toros, general de la Revolución.

 

Mostrando y compartiendo recuerdos.

   Entre 1964 y 1967, aparecieron 250 columnas denominadas “Escenarios” en El Heraldo de México, siendo estas las últimas colaboraciones que legó a la prensa. El mismo día de su fallecimiento, justo el 10 de diciembre, apareció en dicho diario “Teatro del Espíritu”.

Años más tarde, y de manera póstuma, fueron editándose otros títulos con los que se intentaba completar su obra. Quedan todavía algunos trabajos inéditos en poder de sus herederos, mismos que esperamos con entusiasmo.

Entre lo ya publicado, después de su muerte, se encuentran algunas otras obras, entre las cuales se tienen estos títulos que abordan el tema taurino:

Historia de los espectáculos en Puebla.

Las peleas de gallos en México.

Lírica y dramática de la Independencia.

   Armando de María y Campos también fue un coleccionista peculiar, pues llegó a reunir infinidad de documentos, impresos, fotografías y otras evidencias que, con los años pasaron a manos de otros particulares o instituciones como el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Teatral Rodolfo Usigli, el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Musical Carlos Chávez, y el ahora Centro de Estudios Históricos de México CARSO, mismos que se han convertido en custodios de tales piezas, invaluables muchas de ellas.

Armando de María y Campos en la madurez.

   El pasado mes de diciembre, se cumplieron 50 años de su desaparición física, ocurrida el 10 de diciembre de 1967. Sin embargo es la obra, la inabarcable obra, el motivo suficiente para rememorarlo y dedicarle otro reconocimiento más, como el presente, el cual tiene que ver con la concentración de obra de uno de los autores más prolíficos habidos en nuestro país, por lo menos de dos siglos para acá. Recordemos el caso de Carlos María de Bustamante, Guillermo Prieto, o el de Artemio de Valle-Arizpe. En medio de tan señeras figuras de las letras mexicanas, se encuentra Armando de María y Campos, cuya última contribución –como ya se apuntaba párrafos atrás-, fue la de 250 columnas conocidas como Escenarios (esto en El Heraldo de México 1964-1967), que fueron el cúmulo de reseñas, críticas y perfiles de aquel mundo teatral que tanto amó.

De hecho Escenarios ya era un trabajo conocido en Novedades, donde publicó –por decirlo así-, la primera serie entre 1944 y 1965, sin dejar de mencionar otros trabajos de crítica teatral que siempre estuvieron presentes en diversas publicaciones relacionadas con el medio. En esta segunda, estamos ante un trabajo cotidiano, el de un personaje cuya costumbre fue asistir a funciones teatrales o servirse de su entorno para emitir opiniones a lo largo y ancho de ese generoso aporte a la reflexión que un género dramático como el teatro mismo demanda.

Finalmente, Armando de María y Campos se alejó de los toros con una carga de decepciones a cuestas, sobre todo porque consideraba que “la fiesta ha venido a menos por los ganaderos. No se han fijado que los toros como los toreros y los hombres necesitan sangre; por eso hay que cuidar la liga que descuidan…” De igual forma, afirmaba “Me he retirado de la escritura porque soy enemigo del mecanismo actual fabricando crónicas con machote. En un festejo celebrado durante la feria de San Isidro, se le otorgó a regañadientes a José Huerta una oreja y al día siguiente todos los periódicos dijeron que había cortado dos; a “El Cordobés” al confirmar su alternativa lo tropezó el toro cayendo delante y el mismo le infirió un puntazo a la vez que con el testuz le pegó un golpazo en las partes nobles, provocando el rictus de dolor apreciado en las fotos, pero luego se habló de un cornadón que no pudo suceder porque a los quince días ya estuvo toreando con cojera artificial en una placita de Málaga, en donde yo mismo lo vi.

“El citado “Cordobés” emociona, pero no hace el toreo. Claro está que alguna vez lo hará, pero mientras mejor lo haga menos emocionará”.

En medio de sus pasiones y sus razones, se fue de los toros “El Duque de Veragua”, el “Alcalde de Zalamea”, ese autor con más de cien libros publicados que, en tanto polémico, sigue y seguirá siendo referencia entre quienes nos encontramos con frecuencia sus lecturas y enseñanzas.

Dedico estas notas a la Sra. Perla de María y Campos, hija de nuestro homenajeado.

EVOCACIÓN POR FÉLIX GUZMÁN, A 75 AÑOS DE SU MUERTE.

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DE FIGURAS, FIGURITAS y FIGURONES.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Félix Guzmán en su época de novillero. En La Fiesta. Semanario Gráfico Taurino. N° 10, 29 de noviembre de 1944.

En un viejo escrito, que he redescubierto hace poco, encuentro razones para evocar la figura de Félix Guzmán, que hoy hace 75 años murió a consecuencia de la cornada que le asestó Reventón, de Heriberto Rodríguez en la plaza de toros “El Toreo” de la Condesa, precisamente la tarde del 30 de mayo de 1943. El deceso sobrevino tres días después.

Uno de los médicos que lo atendió, el Dr. Javiér Rojo de la Vega, declaraba tiempo después que Félix Guzmán murió de una complicación. “¡Cuando el organismo no solo se niega a reaccionar, sino que además presenta cuatro cilindros de complicaciones o taras fisiológicas… no hay nada que hacer sino esperar el milagro! Este Félix Guzmán dio dos vueltas al ruedo estando herido. Esos movimientos musculares pudieron haber influido en la complicación que sobrevino…”

Por todos estos motivos, comparto a continuación las siguientes notas.

El toreo en sí mismo, como expresión artística, debe ser entendido también como un ejercicio espiritual sometido a lo efímero, sujeto al dogma que Lope de Vega afirmó y Pepe Luis Vázquez reafirmó: “El toreo es algo que se aposenta en el aire, y luego desaparece”.

Estamos pues ante la esencia y el significado de un arte perecedero en su presente; imperecedero desde que lo aborda el pasado. Dos magias rotundas y fascinantes desplazadas solamente por el tiempo, rango espacial que convoca a la emoción y al recuerdo. Dos condiciones, al menos que causan agitaciones colectivas en la plaza y conmoción de neuronas cuando es preciso rememorar la jornada gloriosa a través del tiempo.

El tiempo, de nuevo el tiempo, fue lo que finalmente no les alcanzó a cuatro columnas del toreo que cayeron inesperadamente…, antes de tiempo. Su vida fue demasiado para un tiempo que les cobró la factura por adelantado. Y se fueron, uno a uno apenas dieron seña de su paso contundente, arrojado y arrebatado también, porque fueron capaces de tener en un grito a la afición.

¿Inconformes por la vida?

Yo no lo creo.

¿Predestinados a morir así, antes de esperar la muerte en otras circunstancias?

Probablemente sí.

El hecho es que Félix, apenas tuvo tiempo, el suficiente tiempo para demostrar sus enormes cualidades, alteradas por ese profundo deseo de trascender, lejos de cualquier condición que no fuera la impuesta por él mismo.

Sin embargo, para la historia, los “hubieras” no existen. Están fuera de todo contexto. ¿Qué hubiera pasado si Félix no muere? Caemos en el absurdo. Es mejor hacer un análisis dentro de su heroica tragedia que nos obliga a ser cuidadosos para no empañar su trayectoria, como la de alguna estrella fugaz en el firmamento taurino.

De cualquier forma, y aunque parece demasiado sentencioso, Félix Guzmán estaba condenado a morir. Las tardes en que se le llegó a ver en la plaza capitalina, era un auténtico martirologio, debido a su ciega e incondicional posición, convirtiéndose en auténtica “carne de cañón”, toreando a su leal saber y entender diversos enemigos a los que, de tanta entrega, andaba atropellado y constantemente por los aires, sin plantear reposo y mucho menos aplomo en sus faenas. Desde luego que hay momentos donde afortunadamente tuvo la fortuna de ver pasar a este o aquel novillo por delante, sin los apuros del resto de sus actuaciones. Félix, fue un novillero que asimiló el toreo a fuerza de la violencia, retribuida por aquellos instantes en que su incipiente tauromaquia se colmaba de gloria, una gloria celebrada por multitudes que creyeron y vieron en él a la nueva figura en cierne, cuando el toreo mexicano no atravesaba por ninguna crisis de valores. Antes al contrario. En la medida en que se incrementara el número de grandes diestros, tanto mejor. Aquellos primeros años de la cuarta década del siglo XX representaban una capitalización poderosa, un rico patrimonio como pocas veces se ha visto.

Conocedor de la arquitectura de la tauromaquia, aún no estaba capacitado para las grandes obras, ni las grandes construcciones, a pesar de su desmedido empeño en lograrlas. Algo de Carmelo Pérez se depositó en él, (seguramente ni siquiera lo haya visto, como también nosotros), pero intuía ese valor espartano e ilimitado que caracterizó a Armando Pérez “El Loco”, aquel que llegó a conocerse como el “novillero que asusta” y que luego, en su hermano Silverio fue notable la antítesis, discrepancia que exige una detenida contemplación para entender dos estilos totalmente opuestos, pero que maravillaron a la afición mexicana, gracias a la difícil condición en la que ambos fueron dueños de recias personalidades, ese maravilloso don que no a todos les es dado.

Félix Guzmán proponiéndoselo o no, se fue deslizando terrible y peligrosamente a la muerte, porque no pudo superar la inmadurez, remontada solo gracias a su loco empeño por ser alguien en la fiesta.

Ha dicho Fernando Vinyes en su libro México: Diez veces llanto: “Aunque parezca una paradoja la definición, Félix era un torero de valor, pero de valor endeble. Su base de apoyo para arrimarse era la desesperación de la necesidad, que le hace tomar más riesgos de los estrictamente racionales, y la falta de recursos técnicos, lo que le tenía a merced de los novillos y de sus pitones”[1].

Al morir Félix Guzmán, hubo un acto desagradable cometido por ciertos revisteros que, sin mengua de la sensibilidad, los escrúpulos y el sentido común, acudieron con la desconsolada madre de la víctima no a extenderle sus condolencias. No. A lo que iban era a cobrar el favor que en sus notas hicieron de los avances del recién desaparecido, quien ya no pudo resolver ni arreglarse con ellos. Pero ellos tenían que dejar satisfechos sus intereses. Seguramente no lo lograron, aunque lo único que sí provocaron fue que se pronunciara el dolor maternal. Poco a poco aquella mujer se convirtió en víctima de la tristeza y la nostalgia. Comenzó a tener serios trastornos que causaron la locura. Fuera de sí, salía a las calles invocando como la “llorona”·misma al hijo desaparecido.

De aquella mujer, de delgadas facciones, que conservaba en su madurez los encantos de la juventud, ya no se supo nada después.

Lamentablemente Félix no tuvo tiempo, el suficiente para aprender a torear como era su deseo. Aquellas tardes en “El Toreo” de la Condesa, quienes más sufrían seguramente eran los aficionados, que lo consintieron tanto, al grado de pasearlo en los mismos tendidos del coso capitalino. Guzmán, por más que apelaba a los principios de la tauromaquia en su más pura esencia, era despojado de esos propósitos por sus enemigos, que le castigaron severamente. Y es que era demasiado lo que arriesgaba en cada pase el malogrado novillero. Rebasaba los límites permitidos entre los terrenos propios del torero y los que pertenecen al toro, con lo cual este tenía mayores ventajas de embestir no al engaño, sino al cuerpo.

Son apenas unas cuantas crónicas, unas pocas fotografías, o algún escaso poema por ahí que lo recuerdan. Apenas un puñado de imágenes cinematográficas, que nos dan aproximada idea de esta columna fracturada en su parte más sensible, incapaz de resistir las batallas, a pesar de que en buena parte de ellas tuviera ánimos de mantenerse en pie, demostrando con olores de tragedia su paulatina merma que acabó asaltada por la muerte.

Incluyo, para terminar, con la que quizá sea la única evidencia poética dedicada a su paso. Los versos, fueron escritos por Josefina Ferreyra Mireles:

Recuerdo de Félix Guzmán.

 No tenía porte de majo,

de flamenco ni atrevido;

no era un mozuelo rumboso,

no tenía hechuras ni tipo;

no era morena su carne,

sino blanca, como el lirio.

¡Que no parecía torero,

sino arcángel de Murillo!

Así era Félix Guzmán,

delicado y exquisito,

con la bravura en el alma,

con el arrojo escondido;

el toro hablaba por él,

vocero de su heroísmo

y no los labios del mozo,

discreto, callado y tímido.

 

Mixcoac, ¡permite a mis ojos

llorar por tu torerillo!

Hace ya casi dos años,

en tarde que yo maldigo,

se vistió con arrogancia

un terno de plata y vino,

se colocó la montera,

ciñó el capote con brío

y marchó, rumbo a la plaza…

¡Desde entonces no ha venido!…

¡Mixcoac, no enlutes tus rejas

por uno más de tus hijos!

Mejor vístelas de blanco,

adorna tus edificios,

tus alamedas y parques

báñalos de oro amarillo.

Porque Félix no se ha muerto,

porque Félix no ha caído,

tan sólo a plaza más grande

se marcha, comprometido

a torear toros celestes,

a ser de otra parte el ídolo…

¡Mixcoac, nidal de aguiluchos,

fuente de valor taurino,

ya no enlutes más tus rejas

por uno más de tus hijos!

Sigue forjando en tu Rastro,

con carne de muchachitos,

estatuas de bronce duro

para la fiesta del brillo,

de la pasión, de la raza,

del orgullo y del machismo…

 

No era morena su carne

sino blanca, como el lirio.

¡Que no parecía torero,

sino arcángel de Murillo!

Con la bravura en el alma,

con el arrojo escondido…

¡Así era Félix Guzmán!

¡Así era el “torero niño”!

 (Se publicó en La Fiesta. Semanario Gráfico Taurino. N° 10, 29 de noviembre de 1944).


[1] México: Diez veces llanto. Presentación de Manuel F. Molés. Madrid, Espasa-Calpe, 1991. 305 p. Ils., retrs., fots. (LA TAUROMAQUIA, 36), p. 158.

A 166 AÑOS DE UN “ESPECTÁCULO EXTRAORDINARIO” ENCABEZADO POR BERNARDO GAVIÑO.

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CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

  

   El acontecimiento que hoy rememoro, tiene que ver con aquella deslumbrante puesta en escena que significó la tauromaquia mexicana durante buena parte del siglo XIX. Y como puede observarse a través del cartel adjunto, esto sucedió ni más ni menos que hace ¡166 años!

Si bien, el cartel lo encabeza el diestro español Bernardo Gaviño y Rueda (1812-1886), este logró introyectarse en el gusto de los aficionados de aquel entonces, logrando hacer “del toreo una expresión mestiza durante el siglo XIX”, según lo pude afirmar en la biografía que, en 2012 me publicó la Universidad Autónoma de Nuevo León.

Apenas el pasado 1° de junio, un grupo de portorrealeños encabezados por Juan Manuel García Candón, llevó a cabo un “Brindis por Bernardo Gaviño”, y para eso se reunieron en el recinto ferial de Puerto Real, en la calle de su nombre. Esto sorprende, pues a medida que ha transcurrido el tiempo, el paso de este personaje se fortalece gracias a que se reconoce en él una participación directa en el devenir del toreo.

Lo que logró Gaviño fue simple y sencillamente dar continuidad al hilo conductor de un ejercicio cuya combinación –técnica y estética-, estaba en pleno desarrollo de madurez en territorio hispano que dejó para siempre desde 1829; madurez que quedó garantizada en territorio americano; fundamentalmente en Cuba y México.

Al estudiarle por más de 30 años, me doy cuenta que Bernardo Gaviño no fue una figura más en el panorama del espectáculo de los toros. Supo aprovechar el protagonismo que lo puso en niveles de envidiable popularidad lo que permitió, entre otras cosas, una amistad y trato, lo mismo con personajes del poder o la élite que integrantes del pueblo llano.

Esta actuación, una más de las 725 registradas entre 1829 (o 1835) y 1886 en nuestro país, incluyendo Uruguay, Cuba, Perú y Venezuela, posee elementos de fascinación sólo explicables a la luz de todos aquellos componentes que permitieron –en este caso-, la construcción de un “espectáculo extraordinario”, el cual incluyó la presencia de “galgos y liebres”, así como el “toro embolado”, sin faltar la curiosa advertencia aparecida al final del cartel y que apuntaba con cierto humor involuntario: “La función, que solo se verificará si el tiempo lo permite, comenzará a las cuatro y media, y para evitar que se repita lo que sucedió la tarde anterior, se suplica a los concurrentes que no lleven perros, porque no se les permitirá la entrada en la plaza”.

Ello hace suponer que en el festejo del 30 de mayo, pudieron suceder cosas en las que ciertos concurrentes, enterados, de una “corrida de Galgos y Liebres”, se les hiciera fácil llevar a sus mascotas con el simple objeto de soltarlas a la hora en que los anunciados solemnemente en el cartel, galoparan por el ruedo. Aquello debe haber sido el caos…

Gaviño y su cuadrilla se enfrentaron una vez más, a los célebres toros de Atenco (condición que se dio hasta en poco más de 390 ocasiones), lo que supone una particular cercanía con el propietario de la emblemática hacienda, en ese entonces José María Cervantes y Velasco. Años más tarde, esa continuidad la habría de mantener Ignacio Cervantes Ayestarán.

Gracias a esa condición, Atenco logró posicionarse en lugar de privilegio, por lo que alcanzó un sitio envidiable, sobre todo porque durante casi todo el siglo XIX, sus toros se hicieron presentes en diversos festejos tanto en la capital como en plazas cercanas a la misma. Un recuento hecho sobre el comportamiento del ganado atenqueño entre 1815 y 1915, arroja la cantidad de 1178 encierros, lo cual deja claro el nivel de importancia, pero sobre todo de capacidad en cuanto al hecho de que, al margen de los tiempos que corrieron, y de las diversas circunstancias que se desarrollaron a lo largo de esa centuria, sea porque se hayan presentado tiempos favorables o desfavorables; ese espacio casi al centro del valle de Toluca, fue capaz de enfrentar condiciones previstas o imprevistas también. Me refiero por ejemplo al paso de los insurgentes en octubre de 1810, a las condiciones de clima; a la revolución, al reparto de aquellas casi 3 mil hectáreas realizado por los integrantes de la “Sociedad Rafael Barbabosa, Sucesores”, entre otros.

Quizá la más cercana descripción sobre cuál era el proceder de Gaviño en el ruedo, la encontramos en la reseña de Joaquín Jiménez Tío Nonilla, escrita un par de años antes, justo el 6 de junio de 1850, tras una actuación del propio gaditano en la plaza de Tacubaya. De esa ocasión, selecciono algunos de los apuntes más destacados.

“La cuadrilla se presentó en la plaza, donde fue recibida con los mayores aplausos: la mascada del presidente se agitó de nuevo y se presentó en la lid el

Primero colorado, buen mozo y cuyo nombre de pila, si hemos de dar crédito al anuncio repartido anteriormente, era Orgulloso; la salida fue buena en toda la extensión de la palabra, tomó nueve varas, cinco de Juan (¿Corona?) y cuatro de Escamilla y despachó a mejor vida dos apergaminados rocines, que según el dicho de los inteligentes, exhalaron sus últimos suspiros, dando las gracias a la fiera que tan caritativamente los había quitado de este mundo de escaseces y trabajos para ellos. Revolcó varias veces a ambos jinetes y recibió tres pares de banderillas de papel y un par de fuego, que hacen un total de cuatro pares, y de los cuales uno de ellos se le colgó en la barriga, otro en las quijadas y dos pares solamente fueron los regularmente puestos. Bernardo (Gaviño) lo capeó con bastante limpieza y desenfado y después de ver ondear la sangrienta mascada del presidente cogió la espada y la muleta, y acabaron las penas del animalejo de una sola buena recibiendo. El cachetero, menos diestro que Bernardo, acabó de completar la obra con tres golpes a cual de ellos menos bueno. La víctima fue arrastrada hasta los pies del inhumano carnicero…

…“Quinto embolado y más arrogante y fuerte que todos los otros y con el cual había [habrían] de entendérselas los comanches [réplica de indios guerreros surgidos durante varios conflictos en el norte del país entre 1821 y 1848], todos ellos rellenos de paja, y cabalgando los picadores sobre macilentos, mohinos [caballo o mulo de pinta oscura], cuya excesiva formalidad se presta bien poco a semejantes lances, el bicho hizo rodar siempre que les acometió, y aun volar algunas veces contra su costumbre a los cabisbajos asnos y a los banderilleros igualmente; derramó a torrentes la paja que formaba a semejanza de algunas bellas, las robustas posaderas de los comanches, cebóse en vano con los que tan vilmente se ponían a salvo de sus certeros tiros, y después de tanta ignominia murió como los traidores, por la espalda, de un solo flechazo disparado certeramente por uno de los comanches. Este infeliz animal, el más bueno quizá de todos, fue a imitación de los hombres, el más malamente maltratado, y exhaló su último suspiro maldiciendo la injusticia de la justicia humana”.

Como se podrá notar, buena parte de aquellas expresiones entendidas como parataurinas, provenía de una natural y espontánea forma de entender el significado de una fiesta, efecto que cada uno de los integrantes, entre cuadrillas y los otros elementos anunciados supieron imprimir para materializarla en el sentido más espontáneo que ellos pudieran lograr.

A lo que se ve, privó durante muchos años libertad, independencia de acción, creación y recreación en el toreo decimonónico mexicano, cuyo principal legado se concentró –con los años-, en la figura de Ponciano Díaz y sus adherentes. El diestro atenqueño ostentó en un toreo híbrido, lo mismo a pie que a caballo, la cúspide de aquellas representaciones que Bernardo Gaviño detentó en medio siglo de presencia, influencia pero también decadencia, como todo fenómeno en el que quedó de manifiesto la figura a quien un día, y en plena madurez llamaron cariñosamente “Papá Gaviño”.

Referencias:

José Francisco Coello Ugalde: Bernardo Gaviño y Rueda: Español que en México hizo del toreo una expresión mestiza durante el siglo XIX. Prólogo: Jorge Gaviño Ambríz. Nuevo León, Universidad Autónoma de Nuevo León, Peña Taurina “El Toreo” y el Centro de Estudios Taurinos de México, A.C. 2012. 453 p. Ils., fots., grabs., grafs., cuadros.

–: Anexo N° 8: “Participación del ganado bravo de Atenco durante el siglo XIX mexicano y los primeros años del XX (1815-1915)”. 797 p. Ils., fots., facs., maps. Incluido como tal en mi proyecto de tesis doctoral: “Atenco: La ganadería de toros bravos más importante del siglo XIX. Esplendor y permanencia”. México, Universidad Nacional Autónoma de México. Facultad de Filosofía y Letras. Colegio de Historia, 2006. 251 p. + 135 +797 p.

SOBRE TORNEOS, MASCARADAS Y FIESTAS REALES EN LA NUEVA ESPAÑA.

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RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

 

Los señores de a caballo se van trotando, trotando hasta desaparecer. En medio de una nube de polvo el toreo se hace pueblo. Jinete a caballo, Genealogía de don Thadeo Porta y Tagle de Oaxaca, hecha en Madrid (agosto de 1739). Archivo Histórico Diocesano de San Cristóbal de las Casas, Chiapas.

Gracias a los buenos oficios del buen amigo Enrique Fuentes, responsable de la emblemática librería “Madero” (Isabel la Católica 97, Centro Histórico), fue posible conseguir un ejemplar del rarísimo impreso “Torneos, Mascaradas y Fiestas Reales en la Nueva España”, obra que en 1918, publicó D. Manuel Romero de Terreros, Marqués de San Francisco en la no menos célebre editorial Cultura.

Pasaron muchos años para obtener tan curiosa publicación, en la cual se encuentran reunidas una serie de referencias que permiten entender el significado de torneos, mascaradas y fiestas reales, mismos que se celebraron en abundancia durante el periodo virreinal que casi abarcó tres siglos.

Para entender el propósito del autor, basta con leer su interesante prólogo, en el cual se encuentran buena parte de las explicaciones que dan luz al respecto de aquellas puestas en escena. Veamos.

Nada más comenzar, apunta que “El origen de los torneos y justas se remonta a la costumbre, que antiguamente observaban casi todos los pueblos, de verificar simulacros de lances de guerra, para ejercitarse y adquirir seguridad y destreza en el manejo de las armas. En la Edad Media [del siglo V al XV aproximadamente], constituían los torneos suntuosas fiestas públicas, y en la Moderna [del siglo XV y hasta el XVIII en que dejaron de practicarse], siguieron celebrándose con más o menos lujo, para festejar los grandes acontecimientos”.

Esto significa que su mayor trascendencia ocurrió desde aquellos remotos tiempos inmediatos a la caída del imperio romano, así como del comienzo de la guerra de “los ocho siglos” entre moros y cristianos (726-1492).

En su inmediatez con las razones bélicas, hubo ocasión de tornarlas estéticas en “El torneo –sigue apuntando el Marqués de San Francisco– propiamente dicho, [donde] los caballeros peleaban en grupos; en la justa, el combate era singular, de hombre a hombre; y en el paso de armas, numerosos campeones a pie y a caballo simulaban el ataque y la defensa de una posición militar. Generalmente los torneos se resolvían en justas, con que terminaban.

“Estos ejercicios caballerescos fueron introducidos en México por los españoles desde los primeros tiempos del coloniaje, pero no queda noticia de alguno en particular, si se exceptúa el verificado en la Capital de la Nueva España, con motivo del bautizo de los mellizos de Don Martín Cortés” (hecho que ocurrió en 1566).

Ante el hecho inminente de que durante esos tres siglos se celebraron cientos, quizá miles de festejos bajo el principio de torneos, alanceamiento de toros y juegos de cañas, alcancías, estafermos y un despliegue en el uso de las sillas a la jineta y a la brida, queda como registro de todo aquello un conjunto de descripciones mejor conocidas como “relaciones de sucesos” que habiéndolas ubicado en un trabajo que tengo en proceso, alcanzan más de 350 documentos.

En todo ese testimonio se percibe la constante referencia de los juegos de cañas los que, a decir de Manuel Romero de Terreros [estos fueron] “Copiados de las antiguas zambras de los moros, [de ahí que] estos ejercicios servían de pretexto para presentar vistosas cuadrillas con lujosas libreas y ricos atavíos. Cierto número de caballeros, bien montados a la jineta, y lujosamente vestidos, empuñando cada uno una lanza en la diestra y llevando una adarga en el brazo izquierdo, se dividían en escuadrones de diversas libreas, llamados Cuadrillas, cada uno con su Cuadrillero, o Capitán, que servía de jefe a cuatro, seis, ocho o más combatientes. Hacían su entrada a la plaza por cuatro distintas puertas, al son de oboes, sacabuches y otros instrumentos, y en los juegos más solemnes, cada cuadrilla iba precedida por numerosos pajes conduciendo mulas cargadas de cañas, que cubría un paño de brocatel. Después de saludar cortésmente a la concurrencia, y de cruzar la plaza de un lado a otro, se reunían las cuadrillas en el centro y, entregadas las lanzas a los escuderos respectivos, tomaban cañas, y empezaban el juego, que consistía en diversas escaramuzas, combatiendo con dichas cañas y defendiéndose las adargas. Esto se prestaba para grandes demostraciones de destreza y agilidad, pues no sólo se combatía de frente, sino que, en algunas figuras, era preciso echarse la adarga a la espalda para resguardarse de los golpes del contrario. Las cañas, sumamente frágiles, se rompían en grandes números, al chocar con las adargas, que eran escudos ovalados de cuero muy duro con dos asas por la parte interior para embrazarlos”.

Durante el siglo XVI, criollos, plebeyos y gente del campo enfrentaban o encaraban ciertas leyes que les impedían montar a caballo. Fue así como el Rey Felipe II instruyó a la Primera Audiencia, el 24 de diciembre de 1528, para que no vendieran o entregaran a los indios, caballos ni yeguas, por el inconveniente que de ello podría suceder en “hazerse los indios diestros de andar a caballo, so pena de muerte y perdimiento de bienes… así mesmo provereis, que no haya mulas, porque todos tengan caballos…”. Esta misma orden fue reiterada por la Reina doña Juana a la Segunda Audiencia, en Cédula del 12 de julio de 1530. De hecho, las disposiciones tuvieron excepción con los indígenas principales, indios caciques.

Aunque impedidos, se dieron a ejecutar las suertes del toreo ecuestre de modo rebelde, sobre todo en las haciendas. En pleno siglo XVIII, los que llegaron a ejecutar el repertorio de suertes tuvieron que hacerlo ocultándose detrás de una máscara. Por eso, a muchos de los festejos que todavía se daban durante la época del virrey Bernardo de Gálvez (1785-1786), uno de ellos descrito por Manuel Quiroz y Campo Sagrado, autor de la obra: Pasajes de la Diversión de la Corrida de Toros por menor dedicada al Exmo. Sor. Dn. Bernardo de Gálvez, Virrey de toda la Nueva España, 1786, a la sazón, un muy buen aficionado, comenta que se les llegó a conocer como “tapados y preparados”, de acuerdo a lo que nos cuentan Salvador García Bolio y Julio Téllez García en Pasajes de la Diversión de la Corrida de toros por menor dedicada al Exmo. Sr. Dn. Bernardo de Gálvez, Virrey de toda la Nueva España, Capitán General. 1786. Por: Manuel Quiros y Campo Sagrado. México, s.p.i., 1988. 50 h. Edición facsimilar.

Con lo anterior tenemos ya una explicación de aquellos festejos, “auténticas comparsas concebidas por caballeros nobles, de estudiantes de la Universidad o de diversos gremios de artesanos, vistiendo trajes que querían representar, ya personajes históricos o mitológicos, ya las Virtudes Teologales, los Dones del Espíritu Santo, o aún los vicios del hombre; y festejábanse con ellas las juras y cumpleaños de los monarcas, los santos de los virreyes, las dedicaciones de las iglesias, la entrada pública de los virreyes y de los arzobispos, y la mayor parte de las fiestas profanas y religiosas” como refiere el también autor de otras obras con las que recobró lo mismo el brillo novohispano que las intensidades del siglo XIX en la figura de personajes como Benito Juárez o Antonio López de Santa Anna.

Sobre la silla jineta, esta tenía los arzones altos, los estribos cortos y los frenos recogidos. Montaba a la jineta la caballería ligera y el caballero iba encogido, no pasando las piernas de la barriga del caballo, a la usanza morisca, tal y como puede apreciarse en la imagen que acompaña estas notas, que procede de la genealogía de don Thadeo Porta y Tagle de Oaxaca (ca. 1739), y donde el mencionado personaje montado gallardamente, aparece en la representación de un caballo que levanta las dos manos en el aire, lo que significa que Porta y Tagle murió en combate. Lleva además armadura, una peluca que impuso la moda de los primeros virreyes que estuvieron al servicio de la casa de los borbones, pero sobre todo monta a la “jineta”, aunque no dispuesto para un torneo o juego de cañas sino para modelar en el interesante registro que refleja ostentación, condición social, las armas que de alguna manera reafirman el linaje y hasta la señal de que, entre sus súbditos se encontraban esclavos negros, privilegiados con algún quehacer cercano al que supone el cuidado de los caballos, como puede apreciarse en el personaje de color que aparece a la derecha portando ropas bastante dignas.

Este apunte, rico en intenso colorido, e impreso en papel pergamino, al margen de su propósito genealógico, es una fiel muestra en que ostentaban lucidas galas en vistosos trajes.

Terminaré apuntando que la silla “a la brida” fue en principio un espacio bastante ceñido a las caderas del jinete con lo que se garantizaba la sujeción del mismo, apoyado en aciones o correas que penden de los estribos en la silla de montar y adaptadas de acuerdo a lo largo de las piernas. Muy importante era el freno integrado por otras tantas piezas como el filete o bridón y cabezón, gamarra y muserola.

Por su parte, Juan Suárez de Peralta logró que el impresor Fernando Díaz publicara en 1580 y en Sevilla su Tratado de la Cavallería, de la Jineta y Brida…, que no es sino la suma de experiencias novohispanas que recogió en ese curioso estudio, mismo que debe haber elaborado en forma por demás reposada, en contraposición al de aquella salida estrepitosa en 1566 y con rumbo a España, luego del intento de insurrección de los célebres hermanos Ávila, con quienes intentó apoyar el alzamiento de Martín Cortés; siendo este quizá uno de los primeros anhelos de emancipación. Como sabemos, ese propósito se concretó al comenzar el siglo XIX.

LUIS REYNOSO, AS DE LA FOTOGRAFÍA TAURINA.

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EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS MEXICANAS.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

 

Composición y retratos, col. del autor.

   Hoy día, una buena cantidad de habitantes en este planeta, dispone de un teléfono celular. Con ese implemento de la modernidad se obtienen, entre otras cosas, cientos; quizá miles de fotos para luego ser diseminadas en redes sociales, por ejemplo. En ese sentido, la fotografía alcanza nuevos niveles, resultando importante sobre todo para cubrir una difusión que auxilia a los propios medios de información, en un gesto de auténtica solidaridad civil.

Hace un siglo, un joven de nombre Luis Reynoso (CDMX 20 de junio de 1895-22 de enero de 1983), ponía en marcha el interesante oficio de fotógrafo, cubriendo entre otros asuntos, el de los festejos taurinos.

Tiempos en los que realizar esa labor era un acto heroico, debido a que los formatos de aquellos equipos era distinto, muy grandes, pesadas y con mínimas posibilidades al no contar con lentillas de acercamiento o zoom. Además, en el maletín con el que se acompañaban, debían llevar una mínima cantidad de vidrios que, ya colocados servían para obtener las imágenes. Sin embargo, también necesitaban un “ojo” muy sensible para registrar el momento preciso y luego de pasar por el “cuarto oscuro” donde ocurría el proceso de revelado, las turnaban a la redacción para ser impresas.

A todo lo anterior, debe agregarse el hecho de que particularmente, los fotógrafos que acudían al “Toreo” de la colonia Condesa, se apostaban en pequeñas e incómodas canastas, ubicadas poco más abajo de la barrera de primera fila, traspasando aquel pequeño límite marcado por la pieza metálica en donde se colocaba la publicidad.

Conclusión: el de fotógrafo fue, en aquellas épocas un oficio grato pero incómodo, sólo compensado por la valiosa aportación de auténticas piezas en las que se apreciaban momentos muy precisos, diríase que perfectos de una suerte; o el drama y la tragedia en el momento de surgir el percance. Ora una cornada, ora un tumbo de órdago… o lo excelso de una “larga cordobesa”, como las que solía interpretar Rodolfo Gaona con frecuencia.

Y el trabajo de Luis Reynoso se recuerda de modo particular, debido al generoso legado que dejó en su trayectoria, pues cada fotografía suya, es resultado de un registro donde se concentran diversos elementos que justifican sensibilidad en el quehacer, búsqueda y afirmación estéticas y hasta el mero sentido común con el que obtuvo un lugar entre los mejores.

Dos creadores. Gaona el torero, Reynoso el fotógrafo.

   Ya lo decía la prensa en su momento:

Reynoso no es un fotógrafo profesional. Es un artista que concurre a la plaza para impresionar los grandes momentos de los buenos toreros. Aficionado entusiasta a la fiesta sin par, están en acecho, cámara en mano, para tomar las instantáneas que reflejen los primores de un arte cada día más apreciado por los que tenemos la dicha de ser taurófilos.

“Así han surgido las maravillosas fotografías de Reynoso.

“El par de “Pavo”.

“La “gaonera” de “Azote”.

“El pase de “Dentista”…

Reynoso es, indiscutiblemente, el “As” de los fotógrafos taurinos mexicanos. Hace el solo, lo que todo el resto de sus camaradas.

“Así se explica que sus “fotos” hayan sido reproducidas en todos los periódicos taurinos de México y de España, cosa a la que no nos hemos opuesto, no obstante nuestros derechos de propiedad, porque los triunfos de Reynoso, son triunfos de “EL ECO TAURINO” [publicación de la que traigo hasta aquí las presentes notas, publicadas en octubre de 1928], son triunfos nuestros…

“Este año Reynoso pondrá de nuevo la “muestra”. Los museos taurinos se enriquecerán con nuevos lances de maravilla hechos solo por afición, ya que Reynoso jamán anda ofreciendo sus fotografías ni a toreros ni a apoderados.

“No lo necesita por dos motivos: primero, porque no vive de eso, y, segundo, porque aún contra su voluntad, se ve asediado por los diestros que tienen la suerte de inspirarle sus creaciones.

“Es natural que, a quien tanto vale, se le busque…”

Luis Reynoso fue un integrante más de la célebre “Unión de Fotógrafos Taurinos de México”, creada desde 1928 por Samuel Tinoco, Eduardo Melhado y Enrique Díaz. En 1940 aquella sociedad celebró una exposición, en la que convocados los diferentes artistas de la lente, fue posible concentrar un trabajo colectivo con lo mejor de lo mejor. En ese sentido, Rafael Solana hijo o José Cándido, en la firma de sus crónicas apuntaba:

“No ha sido suficientemente estimada la labor del fotógrafo dentro de la fiesta taurina. El fotógrafo completa, contiene y afianza al poeta y al pintor, que respaldados por el artista de la cámara, puede pulir y abrillantar las escenas que se suceden en el ruedo, sin el peligro de que, devorado por la fugacidad de un instante, todo vuele hacia la fantasía y se convierta en mera creación imaginativa. El fotógrafo, en los grandes fastos de la tauromaquia, en las hazañas heroicas, en las tardes en que desborda la maravilla de arte que es el toreo, es el notario que da fe, con su respetabilidad, con su crédito público de hombre que sólo trata con realidades, de que aquello que incendió nuestros ojos en una llamarada increíble no fue solamente un ensueño, sino fue una verdad. Si el fotógrafo no rescatara pruebas palpables, evidentes, incontenibles, todos los extraordinarios momentos del arte se mezclarían en nuestra memoria hasta convertirse en una sola masa de irrealidad, de fantasía, de sueño”.

Hasta aquí con esa elogiosa nota que sigue con otros apuntes más, todos ellos convertidos en la justa calificación de tan notable tarea, que por fortuna, ha quedado registrada en infinidad de publicaciones donde la célebre firma “Reynoso” viene a confirmar todos estos dichos, que nos refieren a un auténtico artista de la lente.

El mérito de aquellos diletantes de la imagen, de auténticos profesionales en la fotografía, permite recuperar un pasado que nos parece todavía más representativo en la medida en que esos registros adquieren una dimensión especial, y que recreamos porque muchas de ellas alcanzaron el centro mismo de una suerte, de la “fugacidad de un instante” –Rafael Solana dixit-.

Loor a Luis Reynoso.


A 492 AÑOS DE LA PRIMERA CELEBRACIÓN TAURINA EN MÉXICO y SU FUTURO.

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EDITORIAL.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

Imagen tomada de un cartel, fechado el 4 de febrero de 1859. Función en el Gran Teatro Nacional, con la puesta en escena de “El Aprendiz de torero”. Col. del autor.

   El pasado domingo 24 de junio, la efeméride del primer registro taurino en México, llegó a los 492 años de haber ocurrido. De ello, como se sabe, dio cuenta el Capitán General Hernán Cortés en su “Quinta carta-relación” dirigida al rey Carlos V desde la ciudad de Tenuxtitan [sic], a 3 de septiembre de 1526 años:

“Otro día, que fue de San Juan, como despaché este mensajero [refiriéndose al visitador Luis Ponce de León], llegó otro, estando corriendo ciertos toros y en regocijo de cañas y otras fiestas…”

Por otro lado, llama la atención que solo estemos a ocho años de alcanzar los 500 y con ello, seguramente se desarrollarán festejos conmemorativos, así como obligadas actividades de cultura que permitan dejar en claro esa permanencia, sobre todo hoy, cuando la tauromaquia enfrenta dos grandes problemas: el ataque de los contrarios y una natural fragilidad que la ubica en riesgo de su natural desaparición.

Estas reflexiones, perfectamente entendidas por los aficionados, nos ponen en preventiva lo cual implica resguardarla, pero sobre todo afirmar con razones de peso el porqué de su presencia.

Recientemente se presentó en Puebla un libro esencial, labor paciente de mi buen amigo Horacio Reiba, el cual lleva como título “Ofensa y defensa de la Tauromaquia”. El prólogo es de Raúl Dorra, eminente investigador en el terreno de la teoría literaria y del lenguaje, la semiótica y el análisis del discurso, lo que no es poca cosa.

Su presentación es lúcida e impecable y de entrada se declara no ser taurino pero sí un ser pensante que, en su apertura universal, reconoce el valor simbólico de esta representación.

Al igual que Leonardo Anselmi, ambos son argentinos y en ellos puede apreciarse un contraste ideológico marcadamente opuesto. Mientras para Anselmi su labor pasionalmente evangelizadora en contra de los toros sigue ganado adeptos, en Torra encontramos un equilibrio que sorprende.

Con absoluta seguridad afirma:

“La estética del toreo (el traje y los movimientos del torero, ese complejo baile que lo liga con el toro, el colorido –de una proliferación casi insoportable-, la impresión de que todo está cubierto de galas sin resquicios, salvo el toro que sale desnudo mostrando su fuerza y belleza primordial) me retrotrae a a la estética del barroco, a sus incesantes figuras literarias; pero su simbólica conduce fuera ya del tiempo histórico, a un estadio elemental en el que el hombre, para serlo, debió sacrificar, domesticar, la fuerza de la naturaleza”.

Nadie que sea antitaurino, ha formulado hasta ahora un razonamiento de tamaña calidad. Y no justifico a Torra, pues él mismo lo hace apuntando que en “Argentina, donde yo nací y crecí, no había toros de lidia”.

En otro sentido plantea que la pasión colectiva, patología que se hace presente en las plazas de toros en los momentos de mayor intensidad [por lo] “que por definición es un exceso, un desborde sigue el llamado de la profundidad del ser. Y en esa profundidad, el sacrificio es un elemento primordial”.

El uso del lenguaje y este construido en ideas, puede convertirse en una maravillosa experiencia o en amarga pesadilla.

En los tiempos que corren, la tauromaquia ha detonado una serie de encuentros y desencuentros obligados, no podía ser de otra manera, por la batalla de las palabras, sus mensajes, circunstancias, pero sobre todo por sus diversas interpretaciones. De igual forma sucede con el racismo, el género, las diferencias o compatibilidades sexuales y muchos otros ámbitos donde no sólo la palabra sino el comportamiento o interpretación que de ellas se haga, mantiene a diversos sectores en pro o en contra bajo una lucha permanente; donde la imposición más que la razón, afirma sus fueros. Y eso que ya quedaron superados muchos oscurantismos.

En algunos casos se tiene la certeza de que tales propósitos apunten a la revelación de paradigmas, convertidos además en el nuevo orden de ideas. Justo es lo que viene ocurriendo en los toros y contra los toros.

Hoy día, frente a los fenómenos de globalización, o como sugieren los sociólogos ante la presencia de una “segunda modernidad”, las redes sociales se han cohesionado hasta entender que la “primavera árabe” primero; y luego regímenes como los de Mubarak o Gadafi después cayeron en gran medida por su presencia, como ocurre también con los “indignados”, señal esta de muchos cambios; algunos de ellos, radicales de suyo que dejan ver el desacuerdo con los esquemas que a sus ojos, ya se agotaron. La tauromaquia en ese sentido se encuentra en la mira.

Pues bien, ese espectáculo ancestral, que se pierde en la noche de los tiempos es un elemento que no coincide en el engranaje del pensamiento de muchas sociedades de nuestros días, las cuales cuestionan en nombre de la tortura, ritual, sacrificio y otros componentes como la técnica o la estética, también consubstanciales al espectáculo, procurando abolirlas al invocar derechos, deberes y defensa por el toro mismo.

La larga explicación de si los toros, además de espectáculo son: un arte, una técnica, un deporte, sacrificio, inmolación e incluso holocausto, nos ponen hoy en el dilema a resolver, justificando su puesta en escena, las razones todas de sus propósitos y cuya representación se acompaña de la polémica materialización de la agonía y muerte de un animal: el bos taurus primigenius o toro de lidia en palabras comunes.

Con estas palabras inicié mi ponencia “Ambigüedades y diferencias: confusiones interpretativas de la tauromaquia en nuestros días”, dentro del II Coloquio Internacional “La fiesta de los toros: Un patrimonio inmaterial compartido”. Ciudad de Tlaxcala, Tlax. 17, 18 y 19 de enero de 2012.

Y vuelvo con Torra que parece entonarse en estos apuntes al reflexionar:

“Mentiría si digo que he seguido la polémica entre taurinos y antitaurinos, apenas la conozco de oídas. Pero me asombra el escándalo en torno al sacrificio cuando nuestra cultura, como toda cultura, está fundada sobre el sacrificio. Seamos o no creyentes, nuestra cultura es cristiana y ella se asienta sobre el sacrificio del Hijo, sacrificio que se renueva en cada misa donde se come y se bebe –es verdad consagrada para el creyente- la carne y la sangre del Cristo. ¿O habrá que prohibir también las ceremonias religiosas? Sería interesante pensar en la posibilidad real de una cultural totalmente laica, pero esa posibilidad –en la que pensó por ejemplo Bertrand Russell– está aún lejos de nosotros”.

Ahora bien, de acuerdo a lo que un servidor anotaba en Tlaxcala hace seis años:

En este campo de batalla se aprecia otro enfrentamiento: el de la modernidad frente a la raigambre que un conjunto de tradiciones, hábitos, usos y costumbres han venido a sumarse en las formas de ser y de pensar en muchas sociedades. En esa complejidad social, cultural o histórica, los toros como espectáculo se integraron a nuestra cultura. Y hoy, la modernidad declara como inmoral e impropio ese espectáculo. Fernando Savater ha escrito en Tauroética (Madrid, Ediciones Turpial, S.A., 2011, 91 p. Colección Mirador., p. 18.): “…las comparaciones derogatorias de que se sirven los antitaurinos (…) es homologar a los toros con los humanos o con seres divinos [con lo que se modifica] la consideración habitual de la animalidad”.

Peter Singer primero, y Leonardo Anselmi después, se han convertido en dos importantes activistas; aquel en la dialéctica de sus palabras; este en su dinámica misionera. Han llegado al punto de decir si los animales son tan humanos como los humanos animales.

Sin embargo no podemos olvidar, volviendo a nuestros argumentos, que el toreo es cúmulo, suma y summa de muchas, muchas manifestaciones que el peso acumulado de siglos ha logrado aglutinar en esa expresión, entre cuyas especificidades se encuentra integrado un ritual unido con eslabones simbólicos que se convierten, en la razón de la mayor controversia.

Singer y Anselmi, veganos convencidos reivindican a los animales bajo el desafiante argumento de que “todos los animales (racionales e irracionales) son iguales”. Quizá con una filosofía ética, más equilibrada, Singer nos plantea:

Si el hecho de poseer un mayor grado de inteligencia no autoriza a un hombre a utilizar a otro para sus propios fines, ¿cómo puede autorizar a los seres humanos a explotar a los que no son humanos?

Para lo anterior, basta con que al paso de las civilizaciones, el hombre ha tenido que dominar, controlar y domesticar. Luego han sido otros sus empeños: cuestionar, pelear o manipular. Y en esa conveniencia con sus pares o con las especies animales o vegetales él, en cuanto individuo o ellos, en cuanto colectividad, organizados, con creencias, con propósitos o ideas más afines a “su” realidad, han terminado por imponerse sobre los demás. Ahí están las guerras, los imperios, las conquistas. Ahí están también sus afanes de expansión, control y dominio en términos de ciertos procesos y medios de producción en los que la agricultura o la ganadería suponen la materialización de ese objetivo.

Si hoy día existe la posibilidad de que entre los taurinos se defienda una dignidad moral ante diversos postulados que plantean los antitaurinos, debemos decir que sí, y además la justificamos con el hecho de que su presencia, suma de una mescolanza cultural muy compleja, en el preciso momento en que se consuma la conquista española, logró que luego de ese difícil encuentro, se asimilaran dos expresiones muy parecidas en sus propósitos expansionistas, de imperios y de guerras. Con el tiempo, se produjo un mestizaje que aceptaba nuevas y a veces convenientes o inconvenientes formas de vivir. No podemos olvidar que las culturas prehispánicas, en su avanzada civilización, dominaron, controlaron y domesticaron. Pero también, cuestionaron, pelearon o manipularon.

Superados los traumas de la conquistas, permeó entre otras cosas una cultura que seguramente no olvidó que, para los griegos, la ética no regía la relación con los dioses –en estos casos la regla era la piedad- ni con los animales –que podía ser fieles colaboradores o peligrosos adversarios, pero nunca iguales- sino solo con los humanos. (Sabater, 31).

Por lo demás, conviene rematar dignamente estos comentarios en la próxima colaboración. Gracias.

ES EL TORO EL QUE CONMUEVE Y SE LLEVA LA FIESTA.

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EDITORIAL.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 Ante esta armonía rotunda de la belleza animal, no hay nada más que decir.

Toro “Caminero” de Victoriano del Río – Toros de Cortés, lidiado en Madrid, el pasado 1° de junio de 2018. Imagen tomada de http://www.las-ventas.com/ y el toro “Naviero” de Atenco (ca. 1950). Col. del autor.

 Y bien, estamos de regreso con las acertadísimas opiniones y reflexiones de Raúl Torra, que encabezan el excelente trabajo editorial de Horacio Reiba. Me refiero, como ya lo imaginarán, al libro Ofensa y defensa de la tauromaquia de reciente aparición en Puebla.

Torra que no solo es argentino, sino un habitante universal y que comprende en esa dimensión las ideas que explora y analiza apunta lo siguiente:

“Por lo que sé, en el ruedo no se mata por matar, no se mata por deporte o diversión. Se mata precisamente para no diversificar, para que la atención no se vierta fuera sino para que quede retenida en ese punto oscuro, inevitable. Se va en pos de la muerte para hacerla el momento de un estremecimiento central. Es una muerte profundamente erótica, de un erotismo espectacular. El sacrificio ceremonial, en todas las culturas, siempre ha sido un espectáculo, una mostración de lo misterioso en la que se reúnen lo erótico con lo tanático. Se trata de una muerte por representación. El que se sacrifica, el que es sacrificado, está ahí en lugar de otro, de un colectivo cuya vida se quiere preservar. Una muerte que también es una redención”.

Es cierto que desde épocas remotas, el toreo ha sido cuestionado y puesto en el banquillo de los acusados debido a la fuerte carga de elementos que posee en términos de lo que los contrarios califican como “crueldad”, “tormento” o “barbarie”. En todo caso, nosotros, los taurinos, entendemos el significado de este espectáculo como una ceremonia en la que ocurre un “acto de sacrificio”; o más aún: “inmolación” u “holocausto”, que devienen sacrificio y muerte del toro. Todo ello, independientemente de las otras connotaciones que suelen aplicársele al toreo, ya sea por el hecho de que pueda considerarse un arte, e incluso deporte.

Sacrificio y muerte que, por otro lado cumple con aspectos de un ritual inveterado, que se ha perdido en el devenir de los siglos, pero que se asocia directamente con hábitos establecidos por el hombre en edades que se remontan varios miles de años atrás. Esa forma de convivencia devino culto, y el culto es una expresión que se aglutinó más tarde en aspectos de la vida cotidiana de otras tantas sociedades ligadas a los ciclos agrícolas, a la creación o formación de diversas formas religiosas que, en el fondo de su creencia fijaban el sacrificio, el derramamiento de sangre o se materializaba la crueldad, término que proviene del latín crúor y que significa “sangre derramada”. Y esa sangre derramada se entendió como una forma de demostrar que se estaba al servicio de dioses o entes cuya dimensión iba más allá de la de cualquier mortal. Eso ocurrió lo mismo en culturas como la egipcia, la mesopotámica, la griega, la romana, e incluso las prehispánicas que todos aquí conocemos. Precisamente durante dicho periodo, las formas de control y dominio incluyeron prácticas de sacrificio aplicada a todos aquellos guerreros que eran tomados como prisioneros por los grupos en conflicto. Muchos de ellos terminaban en la piedra de los sacrificios, mientras el sacerdote abría su pecho extrayendo el corazón del “condenado”.

Considero que si debemos empezar a entender porqué un espectáculo anacrónico como es el de los toros convive en este ya avanzado siglo XXI, lleno de modernidad, confort, globalización y demás circunstancias, es porque ha trascendido las más difíciles barreras y pervive porque diversas sociedades lo aceptan, lo hacen suyo y por ende, se conserva porque no sólo es un espectáculo más. Es rito, práctica social, acto festivo que ha logrado recrearse en miles, en cientos de años hasta ser lo que hoy día conocemos de él. También habría que valorar que cuando se maneja el concepto de la “recreación” este significa cambio, transformación, interpretación y renovación. Eso ha sido también la tauromaquia que, al llegar de España inmediatamente después de la conquista (a partir de 1521) se estableció como un espectáculo el que, al cabo de los años se amalgamó, pasó por un proceso de mestizaje que lleva la carga espiritual de uno y otro pueblo. No es casual que al paso de los casi cinco siglos de convivir entre nosotros, se consolidara la tauromaquia como cultura popular lo mismo en el ámbito rural que en el urbano. todo eso, hoy sigue vigente.

Vuelve a la palestra Torra con estas otras afirmaciones:

“…son los toros, es el toro con su fuerza tremenda y su tremenda belleza, es el toro con su turbulenta pasión, un toro que llega desde una remota antigüedad representado en la piedra o en el hierro, el que conmueve y se lleva la fiesta. Se diría que el torero es lo que pasa y el toro lo que permanece. Y permanece –paradójica o quizá necesariamente- porque está puesto en el lugar del perdedor. Es claro que la historia de la tauromaquia ha de recoger la trayectoria de los grandes toreros pero difícilmente un torero victorioso producirá un poema de las calidades del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías [de Federico García Lorca]. El torero victorioso puede ser llevado en andas. Pero torero cogido por el toro alcanza otra dimensión, muestra que el lado trágico que siempre acompaña a la fiesta envuelve a uno y otro.

“El hombre frente al toro, el hombre frente a la fuerza, la belleza aun la pasión de la naturaleza que quiere permanecer. El torero sale a matar pero teme, teme equivocarse, pone en riesgo su vida. ¿Algo en ese temor del torero no nos hará preguntarnos si en el comienzo de los comienzos hubo quizá un equívoco, si el hombre no será un ser equivocado? Todo lo pienso claro, desde mi escritorio, porque desgraciadamente yo no soy aficionado a la fiesta brava. Pero mucho hay que aprender de ella.

Raúl Torra remata entre otras cosas, con una sentida opinión en la que reconoce no ser “aficionado, [y] estoy convencido, tanto como tú [dirigiendo sus palabras a Horacio Reiba], de que sería triste que nuestra cultura, ya bastante entristecida, se quede sin los toros”.

Sabemos del largo recorrido milenario y secular de esta fascinante representación, la cual tiene en su haber legiones de partidarios y numerosos enemigos. Pero el enigma aquí planteado es sobre su incierto futuro. No nos convirtamos en convidados de piedra, sino en activos participantes en pro de esta manifestación. Desplegar todos sus significados y explicarlos a la luz de la realidad es una de las mejores tareas. Por eso es importante la difusión, siempre y cuando esta sea coherente y no una barata provocación.

Termino apuntando que al menos, desde esta trinchera, el toreo en México va a seguir teniendo todo un tratamiento histórico que permita entender sus circunstancias a lo largo de 492 años de convivencia y mestizaje.

En ese sentido, tres connotados historiadores me dan la razón:

-Los mexicanos tenemos una doble ascendencia: india y española, que en mi ánimo no se combaten, sino que conviven amistosamente. Silvio Zavala.

-No somos ya ni españoles ni tampoco indígenas, y sería un error gravísimo intentar aniquilar uno de los dos elementos, porque quedaríamos mancos o cojos. Elsa Cecilia Frost del Valle.

-La tensión que se instala en el desarrollo de México a partir de la conquista, surge también de la presencia de dos pasados que chocan y luego coexisten largamente, sin que uno logre absorber al otro.

Enrique Florescano.

A todo lo anterior, debo agregar estas conclusiones:

Cuando el imperativo en la justicia, la historia, la sociedad y en otros muchos aspectos de la vida es la verdad y esta, concebida como ideal del absoluto, aunque sólo sea posible alcanzar una dimensión relativa de la misma, se hace necesario por tanto un balance del conflicto no sólo de posturas. También de ideologías que vienen dándose con motivo de si son pertinentes o no las corridas de toros.

Veamos.

La animalidad y la humanidad tienen sus marcadas diferencias. Que tenemos deberes, derechos y obligaciones para con todas las especies animales, por supuesto que sí. Que debemos preservarlas evitando así su desaparición o extinción, también. En el caso concreto del toro de lidia, esta ha sido una especie cuya pervivencia ha sido posible para convertirla en elemento fundamental del espectáculo que hoy es motivo de polémica. El toro es un mamífero cuyo destino se centra en no otra cosa que para los propósitos mismos de la tauromaquia. Sin esta expresión milenaria y secular, ese hermoso animal sería uno más de los muchos condenados al matadero y su carne y derivados puestos al servicio de una sociedad de consumo, sin más.

Pero sucede que tras un largo recorrido, el toro es y ha sido una de esos elementos de la naturaleza que han pasado a formar parte del proceso de domesticación. El hombre antiguo vio en él unas condiciones de morfología y anatomía proporcionadas, que se mezclaban con fortaleza, musculatura y belleza armónica que quizá no tenían otras especies del amplio espectro del ganado mayor. El hombre moderno, en particular los hacendados y luego los ganaderos, llevaron esa domesticación primitiva a terrenos de la crianza más sofisticada y precisa hasta lograr ejemplares modelo. Cumplido ese principio, mantienen vigentes tales propósitos, teniendo como resultado hoy día un toro apto para el tipo de ejercicio técnico o estético tal y como se practica en nuestros tiempos. Por tanto, no ha sido una tarea fácil, si para ello deben agregarse factores relacionados con el tipo de suelo, de pastos, la presencia de fuentes de agua, de alimentación y demás circunstancias que suponen un desarrollo correcto mientras permanecen en el campo, a la espera de ser enviados a la plaza.

Ya en este espacio, su presencia cumple una serie de requisitos no sólo establecidos por ritual, usos y costumbres o el marcado por un reglamento o legislación hecha ex profeso para permitir que el desarrollo de la lidia en su conjunto, se realice dentro de los márgenes más correctos posibles, en apego a todos esos principios, mismos que una afición presente en la plaza desea verlos materializados.

Ahora bien, ritual, usos y costumbres y el mismo principio legislativo que determinan el desarrollo del espectáculo, no solo consideran, sino que dan por hecho que uno de los componentes en el desarrollo de la lidia es el factor en que el toro es sometido violentamente hasta llevarlo a la “muerte previa” (la “muerte definitiva” ocurre en el matadero de la propia plaza). Esa “muerte previa” ocurre en presencia de los asistentes todos, como culminación de un ritual que complementa los propósitos de un espectáculo en el que todos los actores participan (lo que para los contrarios es la tortura misma) en aras de que se produzcan efectos de disfrute o goce, celebrados colectiva, multitudinariamente en la decantación a una sola voz del término o expresión que mejor lo explica. Me refiero a la voz expresiva o interjección “olé”, que viene de ·ualah”, y cuya connotación más precisa sería entendida bajo el peculiar significado de “por Dios”.

En una invocación concatenada entre presente y pasado y estos eslabonados con un sinfín de elementos configurados a lo largo de siglos, explican que la tauromaquia es o se convierte en un legado, cuyo peso histórico acumula infinidad de circunstancias que han podido configurar su significado, ese que hoy rechazan ciertos sectores de la sociedad moderna, la cual parece negarse a escuchar las voces y experiencias del pasado, cuando solo tiene puesta la mirada en ese objetivo que para ellos es maltrato a los animales.

Sabemos y entendemos los taurinos que per se, esa parte culminante para la vida de un toro bravo se convierte en una muerte gloriosa (principio de una teoría compleja relacionada con los diversos significados que podría tener este término desde lo religioso o lo ideológico, dos factores que por sus composiciones son suficiente razón para detonar la polémica).

Así pues: los grupos contrarios a la celebración de las corridas de toros tiene sus propios puntos de vista, discutibles o no. De ese mismo modo, nosotros los taurinos también estamos en derecho de defender, legitimar o justificar la presencia y permanencia del espectáculo taurino, asunto que no es casual. Que no es de ayer a hoy, que ha tenido que tomar muchos siglos de formación y consolidación para, en su condición primitiva, también evolucionar.

Por ahora este es, uno entre muchos de los elementos de defensa que hemos de seguir mostrando para dejar en claro cuáles son las razones para garantizarle pervivencia segura a la tauromaquia. De ahí que continuemos con dicha labor, hasta tener los elementos puntuales y contundentes con que seguiremos dando nuestra propia batalla a su favor.

Celebro desde aquí la aparición de un libro más en el horizonte literario destinado a los toros, pero sobre todo su manufactura intelectual que es, como ya se ha comprobado, de altos vuelos.

TOROS y POESÍA EN MÉXICO.

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RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE 


El “Tratado de la poesía mexicana en los toros (siglos XVI-XXI)” que he venido trabajando desde hace 32 años, cuenta ya con aproximadamente 2500 muestras, en 3 mil páginas. Las múltiples lecturas y publicaciones a las que he tenido alcance, arrojan datos que van de sorpresa en sorpresa, con lo que es posible encontrarnos ya con un conjunto de autores, lo mismo de reconocida fama que auténticos desconocidos.

Allí están Luis de Sandoval y Zapata, Juan Ruiz de Alarcón, sor Juana Inés de la Cruz, Manuel Quiros y Campo Sagrado, Guillermo Prieto, Octavio Paz o Ernesto Hernández Doblas que es, entre los poetas actuales, uno de los que sensible al tema taurino, ha escrito versos notables.

Este trabajo reúne largos poemas, equilibrados sonetos, hai kus o hai kais, corridos, letras de canciones, así como un conjunto notables de versos anónimos.

La confección es variable. Muchos responden a la manufactura más clásica, y otros se van por el verso libre. Hay poetas mayores y menores y más de algún poetastro, y todo verso hasta hoy encontrado, tiene un lugar en esta obra, que cuenta ya con una antología de la antología donde el rigor de la selección logró reunir –con lo mejor de lo mejor- alrededor de 150 poemas.

Ya se verá la mejor forma en que una obra así logre publicarse, sobre todo porque en nuestros tiempos las plataformas digitales lo permitirían sin ningún problema, salvando evidentemente la labor de acopio e investigación, evitando así conflictos que las leyes vigilan.

En otras circunstancias habría sido harto deseable una publicación en toda forma, tal y como ocurrió con la “Antología general de la poesía mexicana. De la época prehispánica a nuestros días”, obra que en dos grandes tomos reunió, compiló y anotó Juan Domingo Argüelles hace un par de años, a lo mucho.

Bajo esas notas aclaratorias, debo apuntar el hecho de que recién se acaba de incorporar un nuevo habitante a esta obra. Se trata de “Los toros en la poesía. (Fiesta de toros). Antología poética” que el Ing. Dante Octavio Hernández Guzmán reunió en una curiosa publicación allá por 1994.

Dante Octavio Hernández tuvo, entre otras virtudes ser el responsable, hasta hace unos años del Archivo Municipal de Orizaba, Veracruz el cual lleva el nombre de José María Naredo. Y me consta la labor que desempeñó en el mismo, pues fue un archivista responsable, que difundió, lo más que pudo tan importante acervo, cuyas fechas extremas van de 1594 a 1970.

Hernández Guzmán es también, un aficionado a los toros. Así que, entre los varios títulos que ha dedicado a la historia local, no ha perdido de vista la tauromaquia que allí se ha desarrollado desde siglos atrás hasta nuestros días. “Orizaba en tiempos de toros”, “De mi libreta de apuntes taurinos de antaño y de hogaño”, así como la antología que, en esta ocasión es motivo de las presentes notas.

Reunió varios de los poemas más emblemáticos de José Alameda, Manuel Machado, Manuel Benítez Carrasco y Miguel Hernández “y los restantes de mi [personal] visión de los toros –apunta Dante Octavio Hernández-; esto es el toreo literario lejos de los cosos, del olor a arena, a sangre, a miedo, es el éxtasis de la pasión por los toros, es revivir las imágenes de antaño y ogaño, es mantener viva la hoguera de la Fiesta aún sin existir la propia Fiesta, es poder sentir lo vivido y poder al través de la prosa y el verso transmitir el embrujo que en el aire se aposenta un domingo por la tarde en una Plaza de Toros… Porque esto es… LA FIESTA DE LOS TOROS”.

La edición, con tiraje de 250 ejemplares, se encuentra ilustrada con viñetas de Adrián Sánchez Oropeza que dan el toque a una obra sencilla. El editor de la misma, quizá con el acuerdo del autor, resolvió la presentación combinando los colores del capote de brega. Así que mientras portada, contraportada y guardas llevan el conocido color rosa, el papel de los interiores ostenta el amarillo que observamos en el envés del capote. Interesante propuesta.

Dos son los poemas con los que contribuye Hernández Guzmán, y lo hace cual si se tratase de un sobresaliente en cartel de polendas, buscando realizar el quite soñado mientras la afición lo reconoce con sonoras palmas. Leamos el primero de ellos:

Luz de luna.

I

Tropel de luces, sangre y colores

para un chiquillo que quiere llegar,

con gesto altivo, la vaca enfrenta

con luz de luna sobre el corral.

 

¡Je toro! grita impaciente…

¡Je toro! vuelve a gritar…

cuando la vaca embiste al frente,

con pie en firme la ve llegar…

 

Por la mañana los caporales

de un fango rojo ven el corral,

y en una esquina encuclillado

ven al chiquillo durmiendo ya…

 

Ya no hay luces, ya no hay colores

ya no hay luna ni soñador…

solo una madre que arrodillada

besa al chiquillo en su sopor…

II

La fiesta de toros tiene sus raíces, como toda

Flor, en el lodo abonado de miserias; pero…

Dispuestas están para quienes miran hacia

Abajo, y en la vida hay que mirar hacia arriba.

¡Siempre hacia arriba!

 

Negar belleza por reconocer miseria sería negar

El cielo por existir infierno. Y entonces…

¿a dónde está aquella hora de emoción?

¿Dónde aquel patio de cuadrillas?

¿Aquellos viajes?

¿Ese modo de vivir?

¿Para qué, señor, las amapolas?

¿Por qué la primavera sin clarines?

¿Por qué la taleguilla en el ropero?

¿A qué el capote en la silla?

¿Para volver Señor?,

¿Para volver?…

SOBRE LAS EFEMÉRIDES TAURINAS MEXICANAS.

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CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 

El Redondel. El periódico de los domingos. Agosto de 1981.

   Desde que contamos con el apoyo de diversas publicaciones, sobre todo hemerográficas, sabemos que ahí encontraremos noticias y acontecimientos que, inmediatamente se convierten en efeméride.

Es curioso que esta definición se aplique a la posición astronómica y al estudio de los cuerpos celestes, sobre todo porque ese análisis sucede a diario, de ahí que podamos conocer puntualmente la ocurrencia de cuanto movimiento es visible en la bóveda celeste. Sin embargo, ese registro se ha convertido en la recolección de aquellos sucesos que rememoramos frecuentemente no solo en el núcleo familiar, sino que cada hecho recuperado puede recordar grandes personajes, hechos o sucesos históricos que, por su naturaleza recobran el significado, por lo que siempre se encuentran presentes en nuestra memoria, en el imaginario colectivo.

Respecto a las efemérides taurinas mexicanas, se trata de un cúmulo interminable de acontecimientos que van de 1526 y hasta nuestros días. Muchas de ellas, han pasado a formar libros, folletos, memorias y demás registros, todos ellos de enorme utilidad.

Ya la Gaceta de México, en el número 12, publicado “Desde primero, hasta fin de Noviembre de 1728”, recordaba lo ocurrido en 1529, justo cuando la autoridad había consolidado la celebración del “día de San Hipólito”, como eje rector de una fiesta oficial que todavía habría de realizarse, ya sin los valores originales, comenzado el siglo XIX.

Al aparecer en 1884 El Arte de la lidia, bajo cuya dirección estuvo encargado Julio M. Bonilla Rivera, cada número no solo daba registro puntual de las noticias que sucedieron entre ese año y poco antes de que estallara la revolución (la publicación tuvo, a lo largo de los años muchas irregularidades), a causa de la muerte del periodista la cual ocurrió a causa de un accidente en que resultó atropellado el 8 de marzo de 1909. También nos pone al alcance un conjunto notable de noticias ocurridas lustros o décadas atrás, con lo cual ha sido posible articular un verdadero escenario sobre cuanto significó el toreo, por ejemplo durante el siglo XIX en nuestro país.

Y como esa publicación, muchas otras han cumplido con tales propósitos, lo cual es de agradecer. Ya los Bibliófilos Taurinos de México, lograron en su momento, y bajo la coordinación de Luis Ruiz Quiroz (q.e.p.d.) las Efemérides Taurinas Mexicanas (2006), obra que alcanzó las 441 páginas.

Sin embargo, y dada su dinámica y acumulación, las efemérides siempre han tenido un lugar en la prensa. Por tanto, considero a título personal, que una de las fuentes a las que acudimos con frecuencia, y en cuyas páginas son abundantes ese tipo de notas, es El Redondel. El periódico de los domingos, publicado ininterrumpidamente desde el 4 de noviembre de 1928 y hasta el 22 de marzo de 1987, alcanzando las 3022 ediciones, lo que no es poca cosa, bajo la dirección de dos periodistas señores: Abraham Bitar y Alfonso de Icaza.

Dignos sucesores en esa aventura editorial, fueron Alberto A. Bitar y Alberto de Icaza (26.11.1999). Del primero, también hay que apuntar sobre el hecho de que su célebre columna “Los puntos sobre las íes” sigue vigente, sobre todo cada quince días en un espacio que le cede generosamente el diario La Jornada, la cual es leída con auténtico deleite.

Quien se acerque a esta colección para consultarla, sabe que el semanario taurino es un banco de informes y registros como pocos. Incluso, llegó a publicar en la mayoría de sus ejemplares columnas dedicadas al solo asunto de las efemérides, con lo que al encontrarlas, valoramos en la medida de lo posible el que quede memoria de acontecimientos cuyos niveles de importancia no desestimaban –por ejemplo- aquellas notas apenas perceptibles por haber ocurrido en sitios distantes o donde sus protagonistas no tendrían entonces talla de figuras.

Durante muchos años, uno de sus colaboradores más frecuentes y que se ocupó del asunto fue el recordado Leopoldo Beristáin.

Titánica tarea la tendrá quien se proponga recoger el que primero será un juego nemotécnico y luego el lucido ejemplar donde aparezcan las más destacadas. Y si a ello puede agregarse la iconografía respectiva, el resultado no podrá ser sino el de una digna publicación.

El aficionado a los toros, sobre todo aquel que decide hacer un acopio ordenado de información, sabe que las efemérides son indispensables para un mejor conocimiento en el recorrido histórico de la tauromaquia mexicana. Por eso, ahora que sabemos que en ocho años se rememorarán los 500 de convivencia, sobre todo en la historia cultural, de la vida cotidiana, el punto deberá ir adquiriendo una dimensión capaz de proporcionarnos la mayor información posible sobre lo que fue, ha sido y será el destino de esa diversión popular.

Muchos recuerdan que todos los domingos, después del festejo capitalino, buena cantidad de aficionados se acercaban a las calles del centro de la ciudad para obtener su ejemplar de El Redondel. El periódico de los domingos, con lo que podían conocer de inmediato el pulso de aquellas crónicas que iban tejiéndose a través del hilo telefónico. Así que cada número era per se, una suma de razones e ilusiones que los taurinos fueron concibiendo para fortalecer, en la mayoría de los casos, su afecto a tan singular puesta en escena.

Hoy día, con la desaparición de las publicaciones taurinas, salvo Suerte que comanda nuestro buen amigo Juan Antonio de Labra, o Matador, que ya ha salido bajo la dirección de Rafael Cué y, por novena ocasión en forma de anuario, son las dos últimas que siguen dándose a conocer en papel (salvo que me equivoque). Muchas más, se encuentran en forma digital a través de la internet. En ellas, no podía ser la excepción, la o las efemérides aparecen como columna vertebral de su composición, de ahí que esté garantizada su continuidad.

Afortunadamente en ese universo de la hemerografía taurina mexicana, y que rebasa varios cientos de títulos a lo largo de al menos 134 años (de 1884 y hasta nuestros días), y dada a conocer a lo largo y ancho de nuestro territorio, son el medio que permite acercarnos para conocer estilos, formas, maneras en que se manejó la crónica. También las técnicas de impresión, que fueron de publicar caricaturas a la fotomecánica y luego otros estilos contemplados por las editoriales ya más avanzado el siglo XX.

A todo lo anterior, no podemos dejar de mencionar una parte sustancial de su contenido, y que aquí he procurado, al resignificar el valor de las efemérides.

Y para terminar, dos efemérides dos:

El lunes 18 de julio de 1887, se celebraron dos corridas en las plazas del Paseo y San Rafael de la ciudad de México. En la primero toreó una cuadrilla en que figuraba como espada el banderillero Atenógenes de la Torre. Por aquello de lo baratísimo de los precios de entrada la Plaza del Paseo se vio con bastante concurrencia, sobre todo en el departamento de sol. La corrida en lo general fue mala, pues ni toros ni toreros cumplieron con su cometido. Los espadas ni mencionarlos, la plaza un herradero y la Presidencia completamente desacertada.

A la corrida de la Plaza de San Rafael, torearon los espadas Manuel Díaz Lavi “El Habanero”, José Sánchez Laborda y Antonio González “Frasquito”.

También en Toluca hizo aire…

PLAZA DE TOROS EN TOLUCA, MÉX. Para las fiestas del Carmen los días 18 y 19 de julio. Gran corrida de Toros. Lunes 18: Juan León (a) El Mestizo. Se lidiarán a muerte 4 bravos toros de la propiedad de D. Rafael Barbabosa, Sucesores: 2 del Cercado de Atenco y 2 de la Vaquería.

De estos festejos dice El Arte de la Lidia:

Toros en Toluca.-Las corridas celebradas en esa ciudad con motivo de las fiestas del Carmen, los días 18 y 19 del actual, han estado concurridas y animadas. Los toros de Atenco que se lidiaron, fueron buenos, no dejando nada que desear en ley y bravura. Los de la Vaquería, cumplieron. El espada Juan León “El Mestizo” y su cuadrilla dejaron satisfechos los deseos del público, estando muy certero aquel en sus estocadas. Los picadores de Atenco fueron aplaudidos y de los banderilleros se les aplaudió un buen par al “Mochilón”. (El Arte de la Lidia, año III 3ª época. México, domingo 24 de julio de 1887, N° 38, p. 3).

Cartel de la ocasión. Col. del autor.

   Los anteriores, son datos recolectados por un servidor en mi serie APORTACIONES HISTÓRICO TAURINAS MEXICANAS Nº 109, que en 2015 se vio enriquecida con el ANUARIO DE AVISOS, CARTELES y NOTICIAS TAURINOS MEXICANOS. (AÑO DE 1887), p. 165-6.

 ¡¡¡CARMEN!!!

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CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Se acaba de representar –por cierto con bastante éxito-, la ópera Carmen de Georges Bizet, en la plaza de toros “Paseo” de San Luis Potosí. En esa gran puesta en escena, y en el papel del torero Escamillo, se contó con la participación en su parte taurina, del diestro José Mauricio. Por lo que sabemos, las cosas rodaron muy bien, aún y cuando la suerte suprema no fue incluida.

Carmen, como se sabe es una ópera comique francesa en cuatro actos, con música de Georges Bizet, acompañada de un librero preparado por Ludovic Halévy y Henri Melhac, que toman como referente la novela de Mérimée. Se estrenó el 3 de marzo de 1875.

Con ese motivo, parecen oportunas algunas reflexiones complementarias que permitan contextualizar de mejor manera el significado de esa obra, vinculada con algunos sucedidos que se entrelazarán en el tiempo y el espacio.

Próspero Mérimée es el autor de la célebre novela que nos lleva hasta la España de 1830, aunque su obra la escribiera en 1845. Como sabemos, Carmen la cigarrera, enamoradiza, lo mismo del Guardia don José que del torero Escamillo, encuentra sobre todo con la presencia de este último una manera de desplegar sus pasiones. Desde luego que no faltan los celos y hasta el infaltable desenlace fatal, en medio de un ambiente que recoge las costumbres de esa época que a su vez ya había asimilado aspectos derivados de la influencia que Francisco de Goya impuso desde sus famosos lienzos. Pero también se encuentran otros aspectos en los que

el triunfo de la corriente popular que partiendo del vacío de la época de los últimos Austrias, crea el marchamo de la España costumbrista: los toros en primer lugar y, en torno, el flamenquismo, la gitanería y el majismo,

de acuerdo a lo que anota Fernando Claramount en su Historia ilustrada de la tauromaquia (1998, T. I.,: 156). Abundando: “gitanería”, “majismo”, “taurinismo”, “flamenquismo” son desde el siglo que nos congrega terribles lacras de la sociedad española para ciertos críticos.

Para otras mentalidades son expresión genuina de vitalidad, de garbo y personalidad propia, con valores culturales específicos de muy honda raigambre. Julián Marías: (La España posible en tiempos de Carlos III, 1980: 371).

   Al ser revisada la obra mejor conocida como Década epistolar sobre el estado de las letras en Francia de Francisco María de Silva, se da en ella algo que entraña la condición de la vida popular española. Se aprecia en tal retrato la sintomática respuesta que el pueblo fue dando a un aspecto de “corrupción”, de “arrogancia” que ponen a funcionar un plebeyismo en potencia. Ello puede entenderse como una forma que presenta escalas en una España que en otros tiempos “tenía mayor dignidad” por lo cual su arrogancia devino en guapeza, y esta en majismo, respuestas de no querer perder carácter hegemónico del poderío de hazañas y alcances pasados (v. gr. el descubrimiento y conquista de América).

Tal majismo se hace compatible con el plebeyismo y se proyecta hacia la sociedad de abajo a arriba. Lo veremos a continuación, tal cual lo apunta Néstor Luján en Historia del Toreo (1967: 31):

(…) coexiste en tanto un movimiento popular de reacción y casticismo; el pueblo se apega hondamente a sus propios atavíos, que en el siglo XVIII adquirieron en cada región su peculiar característica.

   Un ejemplo evidente de tales visiones quedó reflejado en la gran ópera que hoy es motivo de estas notas. Y más aún, y lo diría, recomendando la que es a mi parecer y hasta hoy, la mejor recreación lograda por la cinematografía. Me refiero no solo al trabajo dirigido por Carlos Sáura en 1983, con Antonio Gades, Laura del Sol y Paco de Lucía, sino a Carmen, de Francesco Rosi (1984). En el papel femenino aparece Julia Migenes junto con Faith Esham que encarna a Micaela. Ronda, Sevilla y Carmona son las locaciones ideales que fueron aprovechadas para darle sencillamente el toque apropiado a dicha producción en la que el célebre tenor hispanomexicano cumple a cabalidad con el papel de don José. La recreación es formidable pues no se descuidaron detalles propios de la época.

Otros aspectos que pueden ser útiles para ubicarla en su relación con México van de observar que la obra, como se sabe, transcurre en la tercera década del XIX.

Uno de tantos ejemplos de la publicidad dedicada a obra tan célebre. Imagen tomada de internet.

   ¿Cuál era el ambiente taurino por aquellas épocas?

En síntesis, y tratando de concentrar todo en la capital de ese nuevo país, es que funcionaban plazas como la de Necatitlán, la de la Alameda y desde luego, estaba por reinaugurarse la de San Pablo, misma que seguía en malas condiciones, luego de varios incendios que enfrentó desde 1821. Entre las haciendas que surtían ganado se encontraban Atenco, los de la Nueva Vizcaya, Sajay, la Cueva y los Molinos (probablemente correspondía a la denominada Molinos de los Caballeros).

Si hemos de referirnos a los diestros, allí encontraremos los nombres no solo de Luis, Joaquín, José María y Sóstenes Ávila, sino también los de Bartolomé Morales, Pedro Fernández de Cires, Clemente Maldonado, Manuel Ceballos (¿El Sordo?), Guadalupe González, José María Guerrero, Marcelo Caballero, Gumersindo Rodríguez, Luis Álvarez y José Castillo que lograron en conjunto, cautivar a una incipiente afición entregada a las hazañas más notables de aquellos héroes.

Dato curioso es el de que la primera representación de la obra realizada en México, sucedió sin que lo tenga absolutamente claro, en “El Toreo” el domingo 20 de abril de 1919 siendo la mezzo-soprano Gabriela Bezanzoni quien encabezara el reparto, como Carmen, en tanto que Micaela quedó representada por Margarita Namara, cuya tesitura era la de soprano. En cuanto a don José y Escamillo, ambos tuvieron el privilegio de resurgir gracias a la muy buena actuación del tenor español José Palet y el barítono Mario Valle, respectivamente. Volvió a repetirse el 4 de mayo siguiente. Sin embargo, la puesta en escena que representó Enrico Caruso, en la misma plaza el 5 de octubre del mismo año levanta ámpula entre los melómanos.

Guillermo E. Padilla: Historia de la plaza EL TOREO. 1907-1968. México. México, Imprenta Monterrey y Espectáculos Futuro, S.A. de C.V. 1970 y 1989. 2 v. Ils., retrs., fots., T. I., p. 188.

   Se sabe también que los compases de la célebre marcha de “El Toreador” se escucharon por primera vez en la plaza de toros Colón, durante un festejo nocturno celebrado el 28 de abril de 1887. De ahí en adelante, la costumbre de marchas militares con que entonces sucedía el “partimiento de plaza” quedaría totalmente desplazada, de ahí que las bandas comenzaron a incluir en sus repertorios pasacalles, pasodobles y chotises, cuyos ritmos y notas constituyen ese toque peculiar que solo le es consubstancial al espectáculo de los toros. Han intentado incluir algunos otros ritmos, pero finalmente los tres ya citados se constituyen, tal cual sucedió y ha sucedido con “El Toreador” de Carmen, como la impronta musical taurina por antonomasia.

En el conjunto de curiosidades, conviene recordar que también en la plaza “Nuevo Progreso” de Guadalajara, se celebró otra función el 20 de octubre de 2011.

Hoy día, la literatura taurina se encuentra plagada de diversas versiones, adaptaciones, testimonios, críticas, estudios y análisis que hacen de esta genial obra, una cumbre en las letras y la música que, llevadas a la escena, materializan un cuadro de costumbres como pocos los ha habido en la historia del arte. De ese modo, en nuestro país se publicó en 1943 una extraordinario edición de Carmen, ilustrada por Carlos Ruano Llópis.

Visión de Carlos Ruano Llópis en la edición de 1943. Imagen tomada de internet.

   Como se habrá podido notar, Carmen es, desde hace casi dos siglos cabales, fue una mujer cuya figura ronda y seguirá rondando con ese encanto peculiar que caracterizaba también la urgente necesidad de una liberación de género. Su seducción, a lo que se ve, continuará causando estragos, pero también gratos momentos como los que acaban de vivirse hace unos días en el ruedo potosino.

 

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