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NUEVAS “ALACENAS DE FRIOLERAS”.

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RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Allá por 1815 y 1816, José Joaquín Fernández de Lizardi publicó varios periódicos cuyo título era Alacena de Frioleras, diálogos formados por diversos personajes –como La paya y la mexicana-, y que en opinión de Mariana Ozuna Castañeda las califica como “periódico de ficción”. Una de ellas, publicada el 4 de mayo de 1815 la dedica el célebre autor del Periquillo Sarniento al diálogo Sobre la diversión de los toros. Mariquita y Serafina.

Pues bien, podríamos imaginar que aquellos textos causaron furor por la forma en que estaban elaborados, a partir de diálogos sostenidos entre los interlocutores, mismos que hoy me permite retomar el asunto para ponerlo al día con esta pequeña serie de nuevas “alacenas de frioleras” que espero la disfruten.

Diálogo entre un gallo y un toro.

 Son verdes… y los hay morenos.

El Gallo: Son peor que cualquier animal dañero.

El Toro: ¿los has visto?

Son ridículos.

El Gallo: y como langostas, los antis, aunque no faltan petistas y perredistas despistados. Incluso más de uno que cree que al humanizar a las mascotas considera estar haciendo algo en pro de esos hermanos nuestros, domesticados en el hogar. Los llegan a vestir, a calzar lindos zapatitos…, e incluso a tener que ser paseados en carreolas, como para que no les ocurra ningún contagio o cosa por el estilo.

¡Qué mal informados andan!

Oye tu: ¿no crees que se nos pasa chismear así?

El Toro: No. Para nada, y apenas tenemos con qué hablar de ellos así, que el coraje todavía no se me pasa.

El Gallo: ¿Pues cuál coraje?

El Toro: No crees que estos que andan otra vez levantando polvareda contra ti y contra mi, primero nos expliquen qué pasó con el 93% de los compas que murieron luego de que prohibieron los animales en los circos?

Y no te lo cuento. Te lo comparto en esta nota que encontré el otro día en Milenio del 27 de julio de 2016.

El Gallo: y ahora quieren ir contra nosotros. Si somos parte de una tradición –como el circo-, que tanta diversión dimos, y espero seguir dando a generaciones y generaciones, pero que no se lo creen ni los millenials…

Mira tú, que ya ni el dedo se chupan.

¡Chúpate esta!

Y no es albur. Así lo escribían en la prensa de hace más de un siglo, cuando intentaban engañar a alguien… ¡Chúpate esta!

El Toro: ¿Y cómo es posible que la política se entrometa en esto?

¿No crees que las costumbres deben formar parte de la cultura, ese que llaman… haber… mmm… inmaterial?

¿O es que debemos llegar al método que, desde el Fobaproa allá en los finales del siglo pasado puso en práctica, a modo de consulta, el ya casi presidente de México Andrés Manuel López Obrador, a quien las malas lenguas lo llaman el peje?

Disponible en internet noviembre 23, 2018 en:

http://www.milenio.com/estados/murio-80-de-los-animales-de-circo

El Gallo: yo creo que sí, aunque esas encuestas tendenciosas y mal manejadas son una monserga. No dejan ver nada claro el panorama, y luego se las creen… Se olvidan sobre la existencia de toda una industria a nuestro alrededor, como fuente de ingresos digna entre quienes laboran para su desarrollo.

Además: quienes ahora atentan contra nosotros, piensan que nuestro asunto no solo tiene que ver con los negocios, o el dinero que corre va y viene, en los palenques. No. También argumentan que hay maltrato animal y tortura y que como tradición no vale.

¿Acaso no estuvo una diputada (se llama Leticia Varela Martínez) de “los morenos” en el mismísimo Congreso diciendo que son costumbres o espectáculos tóxicos?

¡Mira nada más, qué ocurrencia!

No me crees, vélo en esta “liga”: http://altoromexico.com/index.php?acc=noticiad&id=32941 para que además te enteres de la sarta de cosas que se dijeron en nuestra contra…

El Toro: Uuuy, qué “motherno…”

¿Y desde cuándo formas parte de esa larga expresión cultural, en apego a las diversiones públicas?

El Gallo: el primer dato del que se tiene registro es del 11 de febrero de 1713, en las fiestas que se celebraron en Nueva España, con motivo del nacimiento de su serenísimo príncipe don Felipe Pedro Gabriel, y que cuenta con detalle Fray José Gil Ramírez en una conocida “relación de sucesos”.

Luego, vinieron los tiempos en que los estimuló S.A.S. Antonio López de Santa Anna, en sus escapadas a San Miguel de las Cuevas, donde era un incansable apostador. Recuerdo también a Juan Silveti jugando a los gallos, incluso a Vicente “Chente” Fernández, que también tuvo lo suyo en estos menesteres.

De la colección del autor.

   Oye y tú, ¿desde cuándo también?

El Toro: lo mío es de varios siglos atrás. No es de ayer a hoy. Y eso es lo que deben entender quienes se oponen a nuestro espectáculo. Hay toros, como ya lo saben muchos, desde el 24 de junio de 1526. Desde entonces, la fiesta encontró forma de adaptarse entre los novohispanos primero; en los mexicanos después.

Ellos, se han encargado de organizarla, regularla, profesionalizarla y demás, a sabiendas de que todavía hace falta mucho si con ello pretenden, como ya pasó con la charrería, el reconocimiento de la UNESCO, que la consideró como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, desde diciembre de 2006.

El Gallo: Oye, me llegó el run-run de que el martes 27 de noviembre va a haber una marcha a favor nuestro.

El Toro: sí mira –y voltea el cartel que trae colgado-, aquí está el anuncio. Velo, por si te interesa.

El Gallo: ¡Cómo no me va a interesar!

El Toro: ¿Vamos?

El Toro y El Gallo: ¡Pues vamos!

Un kiki-rikí estruendoso y un potente mugido sellan por hoy esta alacena…


TOROS, JARIPEO y PELEAS DE GALLOS EN EL TIEMPO.

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CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Palenque de Gallos en Real de Catorce, San Luis Potosí. Col. del autor.

   La convivencia de espectáculos públicos como toros, jaripeo y peleas de gallos se ha dado en forma constante a través del tiempo.

Existen diversas evidencias, algunas de las cuales compartiré en esta ocasión con ustedes, si antes comentamos lo ocurrido apenas ayer, en un acontecimiento poco común, según lo que motivó su poder de convocatoria. Con la marcha que recorrió importantes avenidas de la ciudad de México, se puso de manifiesto el respeto a las tradiciones, en particular las “peleas de gallos” mismas que han sido prohibidas con la aprobación de la Suprema Corte de Justicia de la Nación a iniciativa de los siempre “verdes” oportunistas.

No estuvieron solos. A su vera, los acompañaron integrantes de la comunidad de jaripeos y corridas de toros que se convierten, en automático en el siguiente objetivo de la desmedida condición que prevalece hoy día. Lo anterior es efecto de las iniciativas de partidos políticos que hacen suyas diversas propuestas, las cuales lanzan grupos opositores nutridos por ideologías o intereses que denuncian tortura o maltrato animal de manera sistemática. Para que surta un buen efecto se apoyan en gran medida, a la cobertura y diseminación que hoy facilitan los medios electrónicos de comunicación; pero sobre todo al efecto de las redes sociales.

Otros factores, no podemos negarlo, es la propia vulnerabilidad del espectáculo taurino donde ha faltado fortaleza para recuperar elementos que nos ponen en evidencia. Me refiero en concreto a la materia prima, el toro, actor central que no siempre aparece en forma debida…, o la elevación en el costo de las entradas, por ejemplo. Estos factores, quizá dos de los más importantes en estos momentos, han causado el alejamiento de una afición cautiva que no encuentra razones de certeza y credibilidad, ni tampoco a la aparición de una figura que se convierta en poder de convocatoria que fue, hasta hace un buen tiempo, motivo de lo intenso en el espectáculo.

Bueno es que sepamos también, antes de que ese frente opositor de un paso más, qué pasó con el 93 % de la muerte ocurrida con los animales que se encontraban en el entorno circense. Conviene que nos expliquen lo ocurrido con mil 298 animales censados por la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) en los entonces 80 circos que se vieron sometidos a dicha prohibición (esto durante 2016). Esperamos que sirva de algo la presencia de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa).

La estructura y puesta en escena de este espectáculo perdió sus valores esenciales y es en nuestros días otra cosa, a no ser que más de uno de esos circos, sobre todos los itinerantes o marginales, haya desaparecido con motivo del que fue un auténtico desmantelamiento.

No es deseable, por tanto, que tal circunstancia suceda en estos momentos contra el espectáculo taurino, ni contra el jaripeo, ni contra nada que atente no solo lo que ellos –los contrarios-, consideran en este aquí y ahora, cuando han pasado siglos y en buena hora han venido a hacerlo, ignorando que detrás de la composición de cada espectáculo hay miles, miles de personas que obtienen algún beneficio, sustento digno para vivir, entre otros valores como los del propio imaginario colectivo, en donde están metidos hasta la entraña de nuestra razón como pueblo esos elementos identitarios.

Pasando al registro que hoy también da motivo a estas notas, deseo compartir con los lectores el siguiente capítulo histórico.

Nos cuenta Armando de María y Campos en su poco conocido trabajo Las peleas de gallos en México, Diana, 1994, que, al solemnizarse el santuario de Guadalupe en San Luis Potosí, acontecimiento ocurrido el 9 de octubre de 1800, tal pretexto dio motivo para grandes celebraciones religiosas y civiles, siendo una de ellas la presencia del cura Miguel Hidalgo y Costilla quien participó en la bendición respectiva por la mañana. Para la tarde, ya estaba programada una corrida de toros y maroma (o actos acrobáticos efectuados por alguna compañía que entonces las había en buena cantidad). Estas funciones se repitieron gustosamente durante 15 días más. También hubo varias danzas interpretadas por indígenas, peleas de gallos y fuegos artificiales que se alternaban con los festejos taurinos, aprovechando el mismo espacio.

De acuerdo a la imagen que hoy ilustra estas notas, podemos apreciar un palenque de gallos, localizado en la hermosa población de Real de Catorce, también en San Luis Potosí, cuya disposición es ochavada, siguiendo la arquitectura que entonces ostentaban algunas plazas de toros durante el siglo XVIII. Data, según datos recogidos del año 1789. Es de material perecedero, aunque se sabe fue modificado 70 años después, conservando su diseño original.

Por alguna circunstancia especial, y aprovechando ese tipo de espacios, diversos asentistas o empresarios, aprovecharon el mismo para organizar festejos taurinos. Se desconoce cómo se desarrollaron los acontecimientos, pero supongo que aquello quedaba chico. Tal “novedad”, por llamarla de cierta manera, había sido aprovechada también en algunos teatros de la capital novohispana, donde precisamente el 8 de febrero de1779, se representó la comedia jocosa conocida como El Mariscal de Virón, donde entre su primero y segundo entreactos se corrieron dos toros en el patio del teatro del Coliseo, ocasionando tal novedad el delirio entre la asistencia.

El éxito motivó a los responsables presentar las noches venideras otras tantas funciones siguiendo el mismo modelo. Sin embargo, la noticia llegó a oídos del virrey, quien entonces era a la sazón Antonio María de Bucareli y Ursúa, el cual expidió el respectivo decreto prohibiendo tales funciones.

¿Desde cuándo las peleas de gallos forman parte de esa larga expresión cultural, en apego a las diversiones públicas?

Uno de los primeros registros ocurre el 11 de febrero de 1713, en las fiestas que se celebraron en Nueva España, con motivo del nacimiento de su serenísimo príncipe don Felipe Pedro Gabriel, y que cuenta con detalle Fray José Gil Ramírez en una conocida “relación de sucesos”, donde también no faltó la narración de festejos taurinos.

Luego, vinieron los tiempos en que los estimuló S.A.S. Antonio López de Santa Anna, en sus escapadas a San Miguel de las Cuevas, donde era un incansable apostador. Se recuerda también a Juan Silveti jugando a los gallos, o incluso a Vicente Fernández, que también tuvo lo suyo en estos menesteres.

Como se habrá podido comprobar, estas dos expresiones, toros y gallos, junto con los jaripeos, se integraron a la forma de ser y de pensar de dos grandes columnas: los novohispanos primero; los mexicanos después. Uno de los grandes personajes que no podemos perder de vista en este caso peculiar, fue el célebre Luis G. Inclán, autor entre otras obras, de la célebre novela de costumbres Astucia, y quien hasta llegó a publicar en su propia imprenta la “Ley de Gallos. O sea Reglamento para el mejor Orden y definición de las peleas”, allá por 1872.

Sirva todo lo anterior para explicarles a quienes se empeñan en omitir el pasado (“el pasado nos constituye”, sentenciaba Edmundo O´Gorman), con lo que esperamos su congruencia. De nosotros mismos, como taurinos, también queremos abonar hasta donde lo permitan nuestras condiciones, para recuperar glorias perdidas y que este espectáculo brille con luz propia. De otra forma, lo vamos a lamentar. Y término, no para provocar un mal sabor de boca, sino para retomar el aliento cómo, en mal momento y en pleno Congreso, la diputada de Morena, Leticia Varela Martínez, llegó a al extremo de etiquetar las corridas de toros como costumbres o espectáculos tóxicos. ¡Vaya incordio!

CORRIDA GUADALUPANA VERSIÓN 2018.

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POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Boleto del festejo de 1953. Col. del autor.

Incontables deben ser los testimonios de aquellos festejos celebrados en torno al 12 de diciembre, fecha en la cual se celebra la culminación milagrosa de cuatro apariciones ocurridas en el cerro del Tepeyac, entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531. Hoy, a 487 años de aquel acontecimiento entendemos las afirmaciones emblemáticas de una imagen que siguen tan sólidas como en sus principios.

A lo largo de casi cinco siglos, la veneración destinada al milagro guadalupano sigue siendo intensa y profunda en nuestro pueblo. Entre finales del XVIII y comienzos del XIX, este fenómeno fue sometido a discusión siendo el promotor principal de aquel debate el propio fray Servando Teresa de Mier que se hizo acompañar de otros intelectuales de avanzada. Así pues, la imagen de la virgen de Guadalupe, plasmada en un simple y sencillo ayate que hasta nuestros días conserva intactos los colores con que fue concebida, es motivo de ese culto extraordinario, que ninguna otra imagen religiosa ostenta.

El Ruedo de México. Año IX N° 109. México, D.F., 26 de febrero de 1953.

Y así es, porque la dimensión de otras, también veneradas, no alcanza los niveles de esta. Me refiero, por ejemplo, a la virgen de los Remedios, al santo señor de Chalma, al santo niño de Atocha, e incluso a quien en estos últimos tiempos ha cobrado particular relevancia. Me refiero a san Judas Tadeo, señor de las causas imposibles.

Así que los toros y otro conjunto de fiestas no han faltado para recordar que un día como hoy, 12 de diciembre, el arraigo de este tipo de fenómeno colectivo, ligado no solo con lo sagrado; también con lo profano, sigue vigente.

Habrá, como sabemos otros tres festejos con esta clasificación. Uno en León, Guanajuato, uno más en Valparaíso, y en Villa García, ambas poblaciones en el estado de Zacatecas.

Incluso, en los tiempos de Ponciano Díaz, esto a finales del siglo XIX, se decía que había tres cosas indiscutibles: La Virgen de Guadalupe, Ponciano Díaz y los curados de Apam…

En De seda, oro y plata. Textiles taurinos (febrero 2-abril 3, 2005). Museo Franz Mayer, México, Imprenta Litosanca, S.A. de C.V., 2005. 59 p. Ils., fots. Capote de paseo que perteneció a “Joselito” Huerta.

Es bueno recordar que el 12 de diciembre de 1953 se celebró en la plaza de toros “México” el primero de los festejos considerado como “Corrida Guadalupana”. El cartel, fue de polendas:

Juan Cañedo (rejoneador). Y a pie: Carlos Arruza, Manolo dos Santos, Manolo González, Jesús Córdoba, Manuel Capetillo, José María Martorell y Juan Silveti, con ocho toros de Xajay, Torrecilla, San Mateo, Heriberto Rodríguez, Tequisquiapan, Zotoluca, Zacatepec y Rancho Seco. Evidentemente la plaza capitalina registró un lleno a reventar. Esperamos que hoy, suceda exactamente lo mismo, pues también el cartel no desmerece tamaño poder de convocatoria. Y me refiero al hecho de que con el concurso de “Morante de la Puebla”, “Joselito” Adame, Sergio Flores y Andrés Roca Rey, y quienes que se las entenderán con toros de diversas ganaderías, algo veremos tan parecido al mismísimo milagro.

Entre aquel festejo y el de hoy por la tarde, han mediado ya 65 años, y aunque si bien no ha habido continuidad, esta se ha hecho notar desde hace tres y esperamos que así continúe. Lo que hace en favor de la fiesta es bueno, pues es de las pocas ocasiones en que puede apreciarse colmado el coso de Insurgentes (aunque no hemos visto ese deseable “no cabe ni un alfiler” desde hace ya un buen número de años).

En ¡A LOS TOROS! México, comunidad CONACYT, abril-mayo 1980, año VI, núm. 112-113. (p. 45-176). Ils., retrs., fots.

Cerraré la presente colaboración, trayendo hasta aquí, dos poemas localizados en mi Tratado de la poesía mexicana en los toros. Siglos XVI-XXI, y que corresponden tanto al año 1897 como al de 1920:

TOROS.

 Ahí viene Mazzantini

con su cuadrilla

y de segundo espada

Nicanor Villa.

¡Olé, salero!

Los nenes más barbianes

del mundo entero.

 

El día de la Virgen

de Guadalupe

la primera corrida

será de fuste.

¡Bien por la empresa!

que se gasta su plata

para esas fiestas.

 

Seguro es que la plaza

se llena toda

de lindas mejicanas

y de españolas,

que en ese día

lucirán sus encantos

con alegría.

Hasta boletos como el que aquí apreciamos, eran atractivos.

 Precioso panorama

que ya lo veo

con los ávidos ojos

de mi deseo:

flores, mantillas,

como si hubiese en Méjico

treinta Sevillas.

 

Y ya está el sexo fuerte

de enhorabuena,

pues con esas toreras

faltará poco

para que todo Méjico

se vuelva loco.

 

Que del sol mejicano

la luz radiosa

alumbrando esa fiesta

tan deliciosa,

los corazones

llenará de entusiasmo

y de ilusiones.

 

Santín, Tepeyahualco,

el Cazadero

y Atenco, son los toros

que darán juego

con su trapío,

pues son hermosas fieras

de estampa y brío.

 

De esta ocasión espléndida

que por rareza

nos brinda finamente

galante empresa,

se hará memoria,

porque aquello, señores,

será la gloria.

Che.

En El Correo Español, Distrito Federal, 3 de diciembre de 1897, p. 2.

 

 La Virgen de Guadalupe

 La Virgen de Guadalupe

es una virgen morena,

los toreros mexicanos

le dedican sus faenas,

desde el Ponciano Díaz

hasta el maestro Gaona,

piden siempre a nuestra virgen

que les guarde sus personas.

 En Manuel Martínez Remis: Cancionero popular taurino. Antología. Recopilación de (…). Madrid, Taurus Ediciones, S.A., 1963. (Ser y tiempo, 21)., p. 35.

GRANDES OCASIONES DE FIESTA TAURINA EN 1640, DESCRITAS POR MARÍA DE ESTRADA MEDINILLA.

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CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Portada del documento puesto hoy en análisis. Col. digital del autor.

   A principios de mes, casi todos los mexicanos fuimos testigos de dos grandes ceremonias. Una, el traspaso de la banda presidencial y otra, la entrega del bastón de mando a quien hoy encabeza la cruzada de la “cuarta transformación”. Estos dos protocolos, representan el antiguo esquema de la sucesión, de la toma de poder asumida por nuevos representantes políticos o religiosos en los que se depositan lo mismo esperanzas que incertidumbres.

Pues bien, entre los miles de festejos que se desarrollaron a lo largo del periodo colonial, con una duración en torno a los tres siglos, hubo uno que puede considerarse como de los más ostentosos y atractivos. Se trata de la recepción del que fuera el décimo séptimo virrey de la Nueva España, Don Diego López Pacheco Cabrera y Bobadilla, Duque de Escalona y Marqués de Villena, quien gobernó del 28 de agosto de 1640 al 10 de junio de 1642.

Habiéndome ya ocupado del asunto meses atrás, ahora lo haré concentrándome en los solos festejos que se concentraron en tan particular ocasión.

Cuando las Leyes de Indias (libro III, título 3, ley XIX) autorizaban gastar un máximo de 8 mil pesos, se sabe que la cifra de lo invertido en aquella ocasión ascendió a 40 mil. Arribó al puerto de Veracruz el 20 de junio, y desde ese momento, hasta su llegada a la ciudad de México, que ocurrió en el curso de agosto siguiente, todo fue gozo, movilización y desarrollo de diversas manifestaciones por parte de los estamentos políticos, religiosos; e incluso por parte de diversos grupos indígenas que también pusieron un toque protagónico importante.

En el lapso de aquellas fechas previas a la ceremonia oficial de toma de poder, hubo, según lo cuentan diversos autores que acompañaron al célebre personaje, luminarias, toros, arcos triunfales, loas, “castillos de chichimecos”. “comedias a lo doméstico y bien representadas”, mitotes, tocotines “de lo principal de los indios” y hasta una curiosa representación de castillos de fuego y toros de manta rejoneados a lo burlesco. Todo ello ocurrió en el recorrido que se hizo por Veracruz (Venta del Río, y Xalapa), Tlaxcala, Puebla (tanto en su capital como en Cholula) y más tarde, en el castillo de Chapultepec (en su versión anterior a la que hoy conocemos), lugar por entonces dedicado al alojamiento de estos personajes.

El 28 de agosto, día de San Agustín, se desarrolló la solemne recepción en la capital del virreinato, cuyas calles “estaban abarrotadas de gente de todo tipo y condición: gente noble, eclesiásticos y seglares y plebeyos, niños y mujeres, sin poder tener los amos a las esclavas y morenas que, repartidas en bandas diferentes, hacían alegres bailes, sin que hubiese persona en esta ciudad a quien no tocase la general alegría desta venida”.

Retrato del Virrey D. Diego López de Pacheco, Duque de Escalona y Marqués de Villena, que puede apreciarse en México a través de los siglos.

   Habiendo pasado por debajo de varios arcos triunfales, ingresó a la Santa Iglesia Metropolitana, donde se celebró un Te Deum, al estilo de la época. Concluida aquella ceremonia, vinieron en seguida los festejos públicos, que comenzaron con “un carro triunfal rico y curiosamente aderezado, y sobre un trono una ninfa que representaba México, en cuya compostura litigaba el aseo con lo precioso”. No faltaron corridas de toros, mismas que fueron descritas por María de Estrada Medinilla en una Relación…, de la feliz entrada en México…, del excellentísimo señor Don Diego López Pacheco.

   Por su parte, las autoridades declararon que “no contenta la Ciudad con estos festejos, tiene publicadas fiestas reales para 15 de octubre, con toros, juego de cañas y otros festines”, mismos que también nuestra autora desmenuzó en su curiosa “relación de sucesos” Fiestas de toros, juegos de cañas y alcancías que celebró la nobilísima Ciudad de México a veinte y siete de noviembre deste año de 1640. Ello significa que desde octubre, y ya casi concluido el mes siguiente, las fiestas no dejaban de darse en una u otra circunstancias, siendo los toros a lo que se ve, el componente más atractivo.

Los autores y obras que dieron lustre a aquellos festejos interminables, hoy día pueden reconocerse de mejor manera, gracias a estudios como los elaborados por Miguel Zugasti, Josefina Muriel, Judith Farré Vidal, Martha Lilia Tenorio y de aquello que este servidor también ha tratado en Fiestas de toros, juegos de cañas y alcancías (…) por Doña María de Estrada Medinilla. 1640. Estudio crítico y reproducción facsimilar, del que espero su pronta publicación.

Entre quienes dejaron testimonio de tan notable ocasión, se encuentra Cristóbal Gutiérrez de Medina, su capellán y limosnero mayor, el cual escribió Viaje de tierra y mar, feliz por mar y tierra, que hizo el excellentísimo señor Marqués de Villena (1640);

Arco triunfal. Emblemas, jeroglíficos y poesías con que la ciudad de la Puebla recibió al Virrey de Nueva España, Marqués de Villena, obra atribuida tanto al P. Mateo Salcedo como a Mateo Galindo;

-también de este último, se sabe que publicó la Fuerte sabia política que la muy noble y leal ciudad de los Ángeles erigió en arco triunfal al excellentísimo señor Don Diego Roque López Pacheco Cabrera y Bobadilla, primer Marqués de España;

Descripción y explicación de la fábrica y empresas del sumptuoso arco que la ilustrísima, nobilísima y muy leal Ciudad de México, cabeza del occidental imperio, erigió a la feliz entrada y gozoso recebimiento del excellentísimo señor don Diego López Pacheco (1640);

Zodiaco regio, templo político al excellentísimo señor Don Diego López Pacheco […] consagrado por la Santa Iglesia Metropolitana de México, como a su patrón y restaurador;

Redondillas de un religioso de San Francisco en alabanza del autor;

Addición a los festejos que en la ciudad de México se hicieron al Marqués, mi señor, con el particular que le dedicó el Collegio de la Compañía de Jesús;

-Relación escrita por DOÑA MARÍA DE ESTRADA MEDINILLA, A una Religiosa monja prima suya. De la feliz entrada en México día de San Agustín, a 28 de Agosto De mil y seiscientos y cuarenta años. Del Excelentísimo Señor Don Diego López Pacheco, Cabrera, y Bobadilla, Marqués de Villena, Virrey Gobernador y Capitán General Desta Nueva España (escrita a la sazón en silvas de consonantes u ovillejos hasta alcanzar los 400 versos);

FIESTAS / DE TOROS, / IVEGO DE CAÑAS, / y alcancías, que celebrò la No- / Bilifsima Ciudad de Mexico, à / veinte y fiete de Noviembre / defte Año de 1640 / EN / CELEBRACIÓN DE LA / venida a efte Reyno, el Excelléntifsimo Señor / Don Diego Lopez Pacheco, Marques de / Villena, Duque de Efcalona, Virrey / y Capitan General defta Nueva / Efpaña, &c. / Por Doña Maria de Eftrada / Medinilla;

Presencia de los hermanos Ángel y Rafael Peralta en una representación “al estilo de la época”, realizada en la Plaza Mayor, en Madrid (ca. 1970).

Festín hecho por las morenas criollas de la muy noble y muy leal ciudad de México. Al recebimiento y entrada del excellentísimo señor Marqués de Villena, Duque de Escalona, virrey de esta Nueva España;

Parte tercera de los aplausos y fiestas que se hicieron al excellentísimo señor Marqués de Villena, y la

Addición a los festejos que en la ciudad de México se hizo al Marqués mi señor, la cual resume en cuatro folios el magno festejo teatral que los jesuitas brindaron al Marqués el 18 de noviembre de 1640.

Como podrá observarse, son doce las obras que, en el contexto de “relación de sucesos”, dan cuenta de toda aquella celebración. Destaca la que escribiera la criolla María de Estrada Medinilla, seglar y no religiosa. Por muchos años, su obra dedicada a dar cuenta de las fiestas de toros, juegos de cañas y alcancías aquí mencionada, fue motivo de confusión y duda, pues unos autores mencionaban –“como de oídas y meros rumores”- su existencia. Afortunadamente ha sido ubicada en la colección de la Huntington Library de San Marino (California, E.U.A), terminando con ello el misterio que se mantuvo por lo menos durante poco más de 350 años.

Poema de marcada influencia gongorina, escrito en octavas reales y que alcanza la nada desdeñable cifra de 848, es como resume Miguel Zugasti, académico e investigador en la Universidad de Navarra, el valioso contenido de este documento. El autor, agrega que “Era usual en este tipo de festejos combinar las corridas de toros a caballo (hoy diríamos rejoneo) con las cañas, y a veces también con las alcancías. El Diccionario de Autoridades explica con gran lujo de detalles cómo la nobleza ejecutaba tales juegos de cañas para conmemorar «alguna celebridad. Fórmase de diferentes cuadrillas, que ordinariamente son ocho, y cada una consta de cuatro, seis u ocho caballeros, según la capacidad de la plaza. Los caballeros van montados en sillas de gineta y cada cuadrilla del color que le ha tocado por suerte, etc.». Por su parte en el juego de alcancías las armas arrojadizas son pelotas de barro (‘alcancías’) rellenas de ceniza, flores u otras cosas que los concursantes se lanzaban entre sí”.

El documento salió del taller de Paula Benavides, viuda de Bernardo Calderón en 1641, del que, para terminar, tomo algunas muestras notables:

Caballos y jaeces matizados

Córdoba dio; la Persia los plumajes,

telas Milán, Manila dio brocados,

las Indias oro, el África los trajes.

Primaveras obstentan los tablados,

diversidad de flores son los pajes,

la plaza condujera a su grandeza,

las de la Inquisición por su limpieza.

(. . . . .)

De aquella parte andaba, cuando desta

el alguacil mayor de la Real Corte,

haciendo que la turba descompuesta

en las puertas el ímpetu reporte.

Su ostentación bastara para fiesta,

pues es cada familia aún una corte,

cuyas galas, por ricas y lucidas,

el oro consumieran del rey Midas.

(. . . . .)

Los hierros de las lanzas y los cuentos,

los penachos, las bandas, los listones,

los brazos, las adargas, los alientos,

el partir, el pulsar de los talones,

tan compasados eran, tan atentos

en imitarse entonces las acciones,

que en riqueza, caballos, garbo y modo

se llevaron la voz del pueblo todo.

(. . . . .)

En la palestra se plantó tan fiero

otro de adversa parte, que ya era

en su comparación manso el primero,

cuya piel más horror al verla diera:

tostado el lomo y de bruñido acero

las puntas, niveladas de manera

que ser pudiera escándalo luciente

de la luna un amago de su frente.

 

No su ferocidad era bastante

a desmayar el ánimo obstinado

del concurso de a pie vociferante,

con cuya agilidad se vio burlado.

De uno y otro rejón el arrogante 405

cerviguillo hasta entonces no domado,

tantas congregó bocas a una herida

que en rojo humor desperdició la vida.

(. . . . .)

Duraba la batalla y no sabía

la ninfa a quién adjudicar pudiese

el lauro indiferente que debía,

si no es que en partes dos se dividiese.

Viendo el Marqués que agonizaba el día,

igualmente mandó que se partiese,

y así quedaron todos más premiados,

siendo de sus aplausos celebrados.

 

Este dichoso término tuvieron

las fiestas altamente esclarecidas

que al ilustre valor de España hicieron

la ciudad y nobleza agradecidas.

Demostraciones raras, si bien fueron

a tan benigno príncipe debidas,

puesto que al bien común de suerte anhela

que por solicitarle se desvela.

 

Gózale, oh patria mía, las edades

que puedan ser lisonja a tu deseo,

pues tantas lograrás felicidades

cuantos lustros tuvieres tal trofeo.

Vive en su amparo sin que a variedades

del tiempo se sujete tu recreo,

para que en triunfos de tus altas glorias

eterna te celebren las historias.

F I N

CON LA ESPADA Y EL CAPOTE.

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CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 

Ponciano Díaz y la prensa de su época. Col. digital del autor.

   Entre 1873 y 1876, en pleno periodo al mando de Sebastián Lerdo de Tejada, surgió El Ahuizote, impulsado por el entusiasmo de un pequeño grupo de intelectuales, a cuyo frente se encontraba el General Vicente Riva Palacio, quien se apoyó por personajes como el también General Juan N. Mirafuentes, el Lic. Luis G. de la Sierra, y los excelentes dibujantes José María Villasana y Jesús T. Alamilla.

Como apunta Rafael Barajas “El Fisgón” en El País del Ahuizote

Ahuizotl era originalmente una suerte de nutria o perro de aguas que los antiguos mexicanos decían que engañaba a los hombres para ahogarlos y llevarlos a su cueva. El octavo rey mexica, que gobernó de 1486 a 1503, adoptó el nombre de Ahuizotl. Durante su reinado, se produjo una inundación grave, por lo que se le asocia con desastres varios (2005: 117).

   Por su parte, El Hijo del Ahuizote fue una publicación que enfrentó los más duros tiempos del porfiriato, logrando sobrevivir entre 1885 y 1903. Reunió también a otro segmento de defensores de la libertad de expresión, encabezando aquella aventura el célebre periodista Daniel Cabrera. En diversos números no dejaron de aparecer referencias taurinas, tanto en sus excelentes apuntes de portada como en interiores. Del mismo modo, no faltaron colaboradores que, cubiertos por el manto del anonimato, dejaron testimonio de su sentir y su pensar acerca de aquellos tiempos, sometidos, sobre todo en el círculo periodístico, a las más ciegas persecuciones que terminaban con el encarcelamiento y la destrucción o secuestro del mobiliario de diversas oficinas.

Hoy día, ante nuevos tiempos, pero muy parecidas circunstancias, siguen apareciendo nietos y bisnietos del “Ahuizote”, como ejemplo y “azote” para los malos políticos.

Entre los números, publicados en enero de 1889, fue incluido un interesante diálogo, sostenido entre dos publicaciones, que mantuvieron ese corte iconoclasta y contestatario. Me refiero a El Valedor. Periódico joco-serio, ladino, chismoso, medio loco y de todo un poco, lo que se llama entrón de altiro! y el propio Hijo del Ahuizote (Segunda época). Periódico de agua tibia como lo piden los tiempos; travieso y calaverón (YA TIENE MADRE).

Era frecuente este tipo de conversaciones, que luego adquirieron el valor de la trascendencia, sobre todo, porque se echaba mano de lo coloquial, lo que entendieron muy bien los propios responsables de ambos impresos. Y justo, quien estaba de moda en esos momentos era el célebre torero Ponciano Díaz, quien fue merecedor del siguiente diálogo:

CON LA ESPADA Y EL CAPOTE.

 Un diálogo entre “El Valedor” y “El Hijo del Ahuizote”.

 Valedor.- 

Óyeme, ahuizote hermano,

Desde que al mundo he venido

No he jayado un atrevido

Tan güeno como Ponciano,

Si de que él mete la mano

Al torito más valiente,

Me lo pone derrepente

Mansito como un cordero;

Y de puro gusto quiero

Ser torero aunque reviente. 

Ahuizote.- 

Pos yo, manis, la verdá,

Aunque ví al fiero Gaviño,

Al chiclanero y al Niño,

Y a otros güenos, claro está,

Ninguno de esos será

Comparable con Ponciano,

Porque francamente, hermano,

Cuando él se pone a torear,

Ganas me dan de abrazar

Al valiente mexicano. 

Valedor.- 

¡Caracho” si de que veo

Como le corta la vuelta,

Y que lo agarra y lo suelta

A su antojo y su deseo,

Hay momentos en que creo

Que es de los toros compadre;

Eso es no tener ni madre

En el arte de torear,

Y nunca aquí ha de llegar

Quien de Ponciano sea padre. 

Ahuizote.- 

El Mazzantini mentado

Aquí siempre la pitó,

Pues dicen que no sirvió

De los toros el ganado;

Pero aunque sea muy planchado,

Yo a Ponciano creo mejor,

Pues no le pide favor

A nadie como torero,

Y menos a un extranjero

Aunque sea un Emperador. 

De “El Hijo del Ahuizote” 

Enero de 1889.

    Varios aspectos aquí mencionados, y que surgen de las cuatro décimas, merecen una necesaria interpretación que pongo a consideración de los lectores.

Valedor se refiere a aquella persona que vale a otra, pero que entraña significados verdaderamente entrañables o solidarios.

Jayado, por hallado.

Derrepente, convertida en palabra compuesta, pero que significa, ya perfectamente separada “de repente”.

Los dos amigos, se refieren a las recientes hazañas que había realizado el atenqueño Ponciano Díaz, que solo entre diciembre de 1888 y enero de 1889 había actuado en 27 tardes.

Manis, mano, acopopes de hermano.

Dice el Ahuizote haber visto a Bernardo Gaviño, a Francisco Gómez “El Chiclanero”, a Fernando Gutiérrez “El Niño”…, pero ninguno como Ponciano.

Caracho, barbarismo por carajo, entonado además para que el Valedor hiciera una descripción sobre las maravillas de las que era un portento el “torero con bigotes”, lo mismo a pie que a caballo.

Eso es no tener ni madre… pero nunca aquí ha de llegar / quien de Ponciano sea padre. Es decir, que cuando entran en la conversación padres o madres, la cosa se puede complicar y, por consiguiente la interpretación que los progenitores mismos podrían tener de acuerdo al nivel pasional que alcancen las discusiones.

El Mazzantini mentado… no es otro que don Luis, el de Guipúzcoa, que vino a México desde aquellos difíciles días de marzo de 1887, cuando tuvo una desafortunada actuación el 16 de aquel mes en la plaza San Rafael, cuya última circunstancia fue haber proferido una sentencia que le costó tiempo para recuperar de nuevo la confianza entre los aficionados. Y es que, en medio de una bronca fenomenal decide salir por piernas de aquella plaza, para dirigirse, todavía vestido de torero a la estación de ferrocarril, donde pronunció la desafortunada frase “¡De esta tierra de salvajes, ni el polvo quiero…!”

Y claro, la sorna periodística respondió de inmediato: “¿Pero qué tal las talegas de dinero?”

Años después, serían célebres las “Temporadas Mazzantini” que llegó a organizar don Luis, hasta comienzos del siglo XX.

Finalmente, y como lo dicen los cinco últimos versos: Yo a Ponciano creo mejor, / Pues no le pide favor / A nadie como torero, / Y menos a un extranjero / Aunque sea un Emperador.

¡¡¡Ora Ponciano!!!

LA SUERTE DE VARAS VISTA POR IRIARTE y POSADA.

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CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

De la colección digital del autor.

   Entre la pintura de Hesiquio Iriarte (de 1896) y el grabado de José Guadalupe Posada (ca. 1890), existen enormes semejanzas, pero también marcadas diferencias sobre un mismo hecho: la suerte de varas.

Por un lado, tenemos la obra del pintor mexicano quien ya había comenzado a publicar apuntes desde 1851, lo cual indica que para 1896 ya es un personaje bastante mayor, aunque todavía con la firmeza del trazo en su haber. En el caso de Posada, tenemos a un artista con alrededor de cuarenta años, en plena producción que ya para ese entonces, está plenamente definida.

En uno y otro caso, ambos se inspiran en la suerte de varas que se practicaba al finalizar el siglo XIX, lo cual es indicativo en el hecho de que no se usara todavía el peto protector, mismo que vino a usarse en México hasta el 12 de octubre de 1930. Era también una época donde para, una “mayor” protección, los varilargueros adozaban a las cabalgaduras de unos trozos de cuero que, despectiva o peyorativamente el pueblo llamó “baberos”. No era, ni por casualidad la elegante anquera, pieza que era de uso común, y que tenía por objeto no solo el adorno, pues la había muy bien labradas. Se trata de una especie de “enagüilla de cuero grueso que cubre el anca del caballo y va ribeteada alrededor de su parte baja con zarcillos o brincos, hermosamente calados, de los cuales cuelgan algunos adornos lamados “higas y cascajos” a los que la gente de campo llama “ruidosos”. Este aditamento sirve para amansar al potro y asentarle el paso y es muy útil para ayudar a su educación, además de que lo defiende de las cornadas de los toros”.

Pues bien, al observar una y otra estampa, encontramos que el propósito del que había que dejar testimonio era la para entonces muy importante suerte que los de a caballo realizaban en medio de constantes sobresaltos, pues de no haber sido hábiles vaqueros, como muchos los fueron, aquello habría tenido tonos bastante desagradables. Se dice, por ejemplo, que hubo piquero el cual conservó su cabalgadura en más de una tarde, y esto supone el buen desempeño a la hora del encuentro, pues con ello no se producían las estampas de tumbos y ataques arteros que tendrían los toros sobre los jacos en la arena.

Uno de los más hábiles picadores de aquella época fue Vicente Oropeza, considerado luego, entre el círculo de sus amistades, como “el mejor charro del mundo”, lo cual no es poca cosa. Fue integrante de la cuadrilla de Bernardo Gaviño, y posteriormente en la que integró Ponciano Díaz, para luego separarse de la misma, casi al finalizar el siglo XIX, cuando pasó a formar parte de la “troupe” de Búfalo Bill, con quien recorrió buena parte del territorio norteamericano.

Seguramente, y por las características que de él tenemos, justo quien se convierte en el protagonista de las imágenes es el propio piquero, de origen poblano (1858-1923) Vicente Oropeza.

También por aquellas épocas, circulaba un buen e integrado grupo de picadores, como es el caso de Celso González, Alberto Monroy, Arcadio Reyes “El Zarco”, Salomé Reyes, Domingo Mota, José María Mota “El hombre que ríe” y muchos más, cargados de leyendas y aventuras.

Sin embargo, y como la ocasión me obliga, hay que regresar a las ilustraciones para detallarlas un poco más.

Entre lo que puede apreciarse es que en ambos casos, la suerte de varas se practicó de acuerdo a los usos y costumbres, con lo que estos personajes fueron certeros haciendo mojar el chuzo. Sin embargo, en el caso de la obra de Iriarte se observa que el toro entró a la jurisdicción sin humillar. Más bien con la cabeza arriba, poniendo en riesgo al montado, quien por eso pierde el sombrero jarano (no el castoreño, que ningún picador mexicano lo llevó por entonces), y con todo Oropeza logra detenerlo y controlarlo, pues así es de imaginar por la solemne tranquilidad que presenta el peón de brega que se encuentra a la izquierda. Poco más atrás, y si la ocasión ameritaba, se encuentran dos picadores reservas listos para entrar en acción.

Así que Vicente, quien viste una chaquetilla charra, nos deja admirar la forma en que consiguió dar esa buena vara, controlando con la mano izquierda las riendas del caballo evitando con ello el tumbo inminente.

Del grabado de Posada, también apreciamos que destaca la figura del poblano, quizá en el mínimo detalle del bigote con el que se hacía lucir nuestro personaje, así como por la vestimenta, un híbrido de las prendas que vinieron a imponer los españoles, pero que no lograron convencer a los nuestros quienes de una u otra forma, intentaron seguir saliendo al ruedo con elementos decorativos como el sombrero jarano, ese de ala ancha, que también se conocía como de “piloncillo”. Ahí si podemos observar que el toro, aparentemente berrendo en negro de pinta (y que entonces se le conocía en el argot campirano como pinto prieto) entró a la cabalgadura humillando, hasta el punto de que el picador, afianzado en la silla de montar, pero sobre todo en el manejo también muy hábil de las riendas, consiguió consumar la suerte en forma apropiada, mientras el peón sólo hace las veces de pieza decorativa, sin presentar el capote.

Con la intensidad del colorido, y lo austero en el solo grabado, los artistas Iriarte y Posada nos permiten entender, a la luz de sus obras, el significado de una suerte hoy día tan cuestionada, pero que debe recuperar su grandeza partiendo del solo hecho de realizarla “como Dios manda”, sin tapar la salida, sin estiras ni aflojas o bombeos, y sin el deliberado propósito de echar a perder elementos valiosos para la faena de muleta.

Las opiniones al respecto son encontradas. Sin embargo, es preciso poner al día ciertos fundamentos de la lidia, y estos en alianza directa con el reglamento taurino vigente, para que entonces se entienda de mejor manera el propósito que persigue. Es preciso poner en práctica concursos, como los que suelen celebrarse en ruedos franceses, y donde quienes brillan por su espectacular protagonismo son precisamente los picadores, hulanos o varilargueros, realizando la suerte de conformidad con lo establecido por la costumbre y no por otra cosa que sea esta.

Al perder valor, e ignorar el público asistente sobre esa circunstancia, la primera respuesta que se tiene nada más aparecer en escena durante la lidia, es la hostilidad, el desprecio y una oportunidad menos de apreciar en toda su dimensión, la razonable utilidad que tiene o tendría dicha suerte de practicarla como lo demanda la afición.

Desde Juan Corona, esto a mediados del siglo XIX, y que se hizo célebre por usar una vara de otate, hasta las celebridades de nuestros días, y que lo son y deben seguir siendo esos personajes que en lo histórico y simbólico perdieron protagonismo, sobre todo cuando el reinado de Felipe V avanzaba en medio de una forjada ilustración que se negó a aceptar costumbres de este tipo en España. Aun así, y al pasar a otra escala en el desarrollo de la lidia, su intervención sigue siendo obligada (con lo que se evitaría que se convierta, como ya lo es, lamentablemente, en solo un elemento decorativo).

Creo que en una necesaria y urgente puesta al día del reglamento taurino, circunstancias como las que rodean al segundo tercio de la lidia, deben ser sometidas no necesariamente a cambios, sino a la sana petición de que se recobre y dignifique la suerte de varas y que no sea causante también de esos juicios infamantes que provienen de sectores contrarios o que se oponen al desarrollo del espectáculo taurino que ya tanta carga de desprecio y devaluación han causado sin tenerla ni deberla, pues son otros –justo muchos de sus protagonistas-, quienes siguen empeñados en hacer de esto un remedo.

La fiesta de nuestros días, en este ya muy avanzado siglo XXI, debe seguir siendo un ejemplo de conservación, sobre todo porque se trata de una representación que acumula simbolismos muy especiales y que, por omisión o desaire, pierde tan importantes valores.

Estamos obligados a enaltecerla.

POR UNA MEJOR TAUROMAQUIA EN MÉXICO.

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EDITORIAL.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 

¡Va por ustedes! Grabado de José Guadalupe Posada. Col. digital del autor.

 Todavía parece largo el camino que nos permita alcanzar el año 2026 con el que habrán de cumplirse los 500 de la primera celebración taurina en estas tierras. Ese hecho, conviene recordarlo, ocurrió el 24 de junio de 1526.

Desde entonces y hasta hoy, el recuento de festejos alcanza cifras imposibles de medir. Es una fiesta concebida a partir de otros tantos pretextos que le dan un significado profundamente valioso, el cual le confiere el inapreciable valor de patrimonio.

Inmoderada tradición que derivó de un duro proceso como la conquista, se mantiene hoy en medio de una confrontación, la del pro y el contra, pero también de cara a lo inestable de un destino el cual debemos entender como el de su fin natural.

Sin embargo, existe un aliento de esperanza, fundado en la positiva acción y reacción de todos aquellos “taurinos” que se sienten comprometidos con la recuperación de su grandeza. Muchos otros se han alejado en medio del desencanto, el que observan cuando esa fiesta a la que deben profundos y entrañables recuerdos, se convierte en rehén de unos cuantos que la han lastimado y ofendido hasta su extremo, y son ellos quienes la vulneran en forma vergonzosa.

Y pregunto, como aficionado qué ocurre con la frecuente presencia de ganado que no cumple con lo establecido no solo por reglamento, sino hasta por sentido común lo que, en forma contundente genera la primera gran sospecha. No es solo engaño, es fraude y escamoteo.

Créanme que entre los últimos festejos que se celebran al finalizar el año, son días de fiesta, pues son las pocas oportunidades de apreciar al toro en toda su dimensión (recordamos a los de Barralva, o ese encierro de San Mateo que se lidiará el próximo 13 de enero), para luego observar el derrumbe con la reaparición de esas ganaderías “que son garantía de espectáculo”, pero que son también innombrables.

Esperamos con impaciencia que las empresas en su conjunto se apliquen, intentando corregir sus desaciertos (y que conste, no son todas) y que han causado la más importante respuesta de la afición, misma que consiste en que no se colmen los tendidos. El que una plaza como la “México”, por ejemplo, tenga pésimos balances en sus entradas, produce preocupación. La empresa a estas alturas ya debería tener controlada y corregida una situación que como esa, afectaría a cualquiera. Sin embargo, dicho asunto parece no preocuparlos.

No se deben esperar fechas o “tablitas de salvación” como los festejos organizados alrededor del aniversario de esa plaza. Aun así, a pesar del cartel o los carteles que se monten, puedo decir con certeza que el coso de Insurgentes no se ha llenado a su máxima capacidad desde hace muchos años. Por tanto, esa es una gran tarea a resolver.

Justo por estos días se celebran en territorio estadounidense diversos partidos de futbol americano que convocan a miles de aficionados y dada la dimensión de esos encuentros, la impresionante cobertura mediática (dentro y fuera de los estadios), y otros aspectos en torno a ese aspecto, hacen que aquello se convierta en una afortunada circunstancia que garantiza el negocio desde cualquier punto de vista. Aquí, y tratándose de los toros, ese punto parece manejarse como artículo de segunda mano.

Creo que al margen de si son necesarios o no verdaderos profesionales de la mercadotecnia, lo que funciona o funcionaría muy bien es recuperar, en la medida de lo posible, y sin alterarlo, el peso de la costumbre. Quizá deba renovarse en la forma, pero no en el fondo. Incluso, ni siquiera es prioritaria esa alternativa, pues la sola continuidad de una costumbre como es la de los toros tiene garantizado un importante peso en su poder de convocatoria…, pero hay que saber encontrar el “quid” del asunto.

Por ejemplo, las fiestas patronales y toda su organización, responden favorablemente a la articulación de corridas de toros, peleas de gallos, coleaderos, palenques, montaje de juegos mecánicos y otros pues se involucran empresarios, mayordomos y otro conjunto de personas cuya participación hace que brillen con luz propia todas esas conmemoraciones.

Un buen amigo me platicaba haber estado en una de las más recientes ferias en Autlán de la Grana, y lo que observó fue un festejo taurino con excelentes resultados: plaza llena, buen cartel, buenos toros, buenos precios. Claro, me estoy refiriendo a una plaza cuya capacidad es de seis mil asistentes. Pero aun así, lo que se tuvo como balance es que la organización en su conjunto, busca que quien llegue a un poblado como Autlán, o como muchos más, y que entre sus atractivos se encuentren este tipo de actividades, pues parece ser conveniente para reconocer que algo se hace en bien de la fiesta.

Conviene poner en valor la presencia de la prensa, ese poderoso vehículo de información que incluye el noble ejercicio de la crítica, síntoma que desde hace tiempo es un ausente notorio. No basta la lectura de noticias, basta también tener visible una postura imparcial, esa que permite a quien da uso de los medios masivos de comunicación para que fluyan opiniones y luego se conviertan estas en referencia. También en ese sentido, son muy pocos quienes emiten ese tipo de reflexiones, por lo que es imperativo decir aquí sobre el hecho de que en este aquí y ahora, ya deben estar influyendo tres o cuatro plumas o voces, convertidas en referencia, tal cual sucedió en su momento con José Alameda o Paco Malgesto, y vaya que uno y otro tuvieron en su momento “cola que les pisaran”.

La dimensión que alcanzan las tecnologías de información y comunicación (TIC, por sus siglas) es impresionante. Portales de internet, blogs y nanoblogs; la creación de comunidades homogéneas que persiguen fines específicos y otras circunstancias a veces se desperdician en el tráfago de su manejo, por lo que siendo un instrumento que manejan o administran de mejor manera las juventudes, sea también la forma para que a través de esos “hilos invisibles, por virtuales” se alcance a cubrir un verdadero propósito. Evidentemente lo hemos podido comprobar, y uno de esos valiosos resultados se concretó luego del terremoto del 19 de septiembre de 2017, por ejemplo. Esa cohesión, ese organizarse y ese responder a situaciones adversas permite alcanzar a entender, como ya lo dijo hace unos días el religioso dominico Miguel Concha Malo en que “Si bien es cierto que las redes sociales, con sus llamadas “tendencias”, hoy hacen contrapesos en la opinión pública, también es verdad que, por mucho, las movilizaciones sociales en las calles tienen cargas simbólicas y políticas que convocan a una amplia diversidad de grupos en México”.

Pues bien, ahí están una serie de respuestas que pueden ser útiles en verdad si en la misma medida, responden quienes quieren o desean que mejore el destino de la tauromaquia en México. Al comenzar un nuevo sexenio y apreciar cómo se van desmontando auténticos imperios de corrupción y miseria, de poderes fácticos que dañaron en profundidad a la población de este castigado país, bien merecería que la tauromaquia fuera sometida a procesos de depuración como los apuntados. Quien quita y podamos tener esa TAUROMAQUIA, ahora sí con mayúsculas, privilegiada y con mejor trato y condición.

Termino diciendo que no se entienda lo anterior como una tardía carta a los reyes, sino la forma más honesta de retomar cada quien desde su parcela, el papel asumido que ya no es solo pasivo. Se trata de una respuesta activa y reactiva a la cual sumamos lo mejor de cada uno de nosotros.

DOMINGO IBARRA, HOMBRE DE INQUIETAS VIRTUDES… DESCUBRAMOS AL AUTOR DE LA HISTORIA DEL TOREO EN MÉXICO, 1887).

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POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

PRIMERA PARTE.

    Domingo Ibarra (1811-1893) fue un hombre de inquietas virtudes, mismas que materializó sin demasiados obstáculos, publicando varias obras que alcanzaron a cubrir sus propósitos no solo literarios, como aquellos dedicados a exaltar diversas jornadas militares. Del mismo modo nos encontramos con otras publicaciones de índole instructiva: manuales de baile o el “Sistema Métrico-Decimal. Cartilla preliminar teórica destinada a la niñez de la República Mexicana (1883)”. También y como se comprobará, gustaba de la tauromaquia, aunque con reservas pues su Historia del toreo en México (1887) es un reflejo crítico sobre el espectáculo, el cual resurgió ese mismo año en medio del caos,[1] lo que deja percibir sus constantes cuestionamientos sobre tal espectáculo, mismo que conoció desde muy joven, dadas las referencias que dejó plasmadas en las primeras páginas de una obra exenta de índice, la cual escribe de corrido. Lo anterior, de conformidad con el comportamiento que se registró en 1887, año de la reanudación de las corridas de toros, luego de derogarse el decreto que las prohibió en la ciudad de México, entre noviembre de 1867 y diciembre de 1886. Así que el registro de festejos lo comienza con el ocurrido la tarde del 16 de marzo y concluye el 3 de julio siguiente. El libro como tal, fue publicitado para su venta desde el 8 de septiembre siguiente, tal cual lo anunció El Tiempo en su edición de aquel día:

Hemeroteca Nacional Digital de México. El Tiempo, edición del 8 de septiembre de 1887, p. 3.

   Ibarra se dio de alta en el ejército desde 1838 y aunque con presencia intermitente, quizá irrelevante, todavía se mantuvo activo durante el Segundo Imperio (1864-1867).

Al abandonar las filas castrenses encontró oportunidad de laborar con el Ayuntamiento de la ciudad de México. Estando en funciones como Interventor de Casas de Empeño, le sorprende la muerte el 27 de marzo de 1893 de ahí que con 82 años aún no se había jubilado.

La lista de sus obras es como sigue:

Colección de Bailes de Sala y método para aprenderlos sin auxilio de maestro…, con las ediciones de 1860, 1862 y 1868;

Proyecto de ley para la organización del cuerpo central de la contabilidad del material de guerra, presentado para su aprobación A.S.M. el emperador don Fernando Maximiliano I, 1864.

-Proyecto de ley para la creación de cinco jefes de administración de artillería interventores, para los establecimientos de construcción y reparación del material de guerra, 1881.

Sistema Métrico-Decimal. Cartilla preliminar teórica destinada a la niñez de la República Mexicana, 1883.

Historia del toreo en México, 1887.

Un recuerdo en memoria de los mexicanos que murieron en la guerra contra los norte-americanos en los años de 1836 a 1848, 1888.

Churubusco, 20 de agosto de 1847: grato recuerdo a los valientes mexicanos que defendieron el territorio nacional, 1889.

Discurso pronunciado en San Cristóbal Ecatepec por (…) a nombre de la Asociación Patriótica de defensores del territorio mexicano en los años de 1836 a 1848, en el septuagésimo cuarto aniversario del fusilamiento del Generalísimo José María Morelos y Pavón, 1889.

Episodios históricos militares que ocurrieron en la República Mexicana: desde fines del año de 1838 hasta el de 1860, con excepción de los hechos de armas que hubo en tiempo de la Invasión Norte-Americana, 1890.

Tal es la dinámica de este personaje que analizaré a la luz de sus obras, pretendiendo descubrir pensamientos, sentimientos; y sobre todo, su percepción que en tanto mexicano decimonónico tuvo de su siglo.

SOBRE DOMINGO IBARRA.

Domingo Ibarra, o Ybarra, tal cual encontramos su apellido con el uso indistinto de la “i” latina y la “y” griega, nació muy probablemente en la ciudad de México el año de 1811,[2] así que se trata de un personaje surgido en la última etapa del periodo novohispano. Si bien, pudo recibir influencia del mismo bajo el efecto ilustrado, muy pronto vendrían los tiempos de revuelta independentista, con la que seguramente cobra conciencia en sus primeros años de vida. Aunque tendrían que llegar los que se desarrollaron durante su juventud, justo en el momento en que el nuevo estado-nación intentaba materializar sus aspiraciones. Lamentablemente aquellos anhelos fueron en vano, pues poco a poco, los conflictos internos, las influencias externas, así como la desmesura de ciertos gobernantes llevaron al país por la senda del caos, la anarquía, la bancarrota. Se perdió territorio en 1836, ocurrió una dolorosa invasión en 1847… Más tarde, en medio de la extravagancia y del extravío se optó por un segundo imperio (no bastó el que Agustín de Iturbide pretendió entre mayo de 1822 y marzo de 1823), el cual encabezó Maximiliano I de México, de abril de 1864 a mayo de 1867. Vino ese mismo año la esperanzadora declaración de una “segunda independencia” abanderada por Juárez. A su muerte, con nuevas disputas por el poder, transcurrió el breve periodo encabezado por Sebastián Lerdo de Tejada y luego el largo episodio a cuyo frente estuvo el General Porfirio Díaz.

Seguramente lo que estamos viendo en Ibarra sea a un hombre ecléctico, formado bajo toda esa patología nacional que no sólo lo marcó a él, sino a muchos mexicanos cuya vida transcurrió en circunstancias que pesaban más en esos ciudadanos comunes y corrientes, urgidos de consolidar una vida más o menos estable.

La cercanía que tenemos cada vez más con Domingo Ibarra, nos permite entender a un hombre de carne, hueso y espíritu con diversas vocaciones y vertientes, donde la vena histórica y literaria fueron, entre otras actividades parte de su propio perfil.

Sobre él se tiene hasta ahora una escasa información, aunque suficiente para entender algunos aspectos personales así como de la obra que legó, abordaje temático del que me ocuparé a continuación.

Se sabe que se dio de alta en el ejército en el año de 1840, durante el cual ya se ostentaba como Oficial 3° en la Inspección de Artillería del Departamento de México.

En una evaluación de rutina, Joaquín de Alva realizó este pequeño perfil:

AH-SEDENA. Caja Núm. 208. D/111-5/3239. Ybarra, Domingo. Tte. Coronel de Inf., 13 f., foja foliada con el número 25.

   Por otro lado, puede concluirse que cumplió su ciclo en dicha institución castrense con fechas que podrían remontarse al año de 1884, momento en que ya era Capitán 2°. El 5 de abril de ese año, le fue asignada comisión para establecerse en la Plaza de Tampico. El mismo día, pero tres años atrás, fue requerido su expediente, justo cuando contaba con el grado de Teniente Coronel. En nota manuscrita se indica “Debe el expediente en 499 fojas útiles”. ¿Alcanzó a ser tan extenso el documento en su época? ¿Por qué ahora sólo se encuentra integrado por 13 fojas?[3]

Pues bien, ya retirado de las filas militares, dispuso de energías suficientes para continuar en otras actividades, como funcionario público y autor de diversas obras, varias de las cuales realizó bajo la égida militar.

En 1892 estuvo asignado por el Ayuntamiento Constitucional de México como “interventor del ramo [en evaluación de las casas de empeño], y hasta el 27 de marzo de 1893, en que le sorprendió la muerte, conservaba el empleo de “Interventor de las casas de empeño”, tal cual se puede constatar a continuación:

Archivo Histórico de la Ciudad de México. Fondo: “Casas de empeño”, Vol. 885, exp. 90. 1893, f. 1.

   También, entre los documentos localizados en el Archivo Histórico de la Ciudad de México (AHCM, por sus siglas), se encuentra uno en el que sobresale el hecho de que entre junio de 1872 y abril de 1873, Domingo Ibarra era jefe de la Sección 6ª en la Secretaría del Gobierno del Distrito, en el ramo de licencias, lo cual despierta algunas sospechas sobre un doble ingreso (el que tenía en el ejército y este otro) ¿o estaba inactivo en el ejército y por eso se dio de alta en el Ayuntamiento de México?

También en el fondo “Instrucción pública en general”, Vol. 2492, exp. 1666, de 1883, del propio AHCM, se pudo apreciar que Domingo Ybarra “pide si fuere conveniente se declara obra de texto su “Cartilla métrico decimal”.

Pero de todas estas circunstancias, la que más nos atrae para estudiarlo, como se pretende, es conocer su opinión al respecto del libro que la imprenta de J. Sánchez Velasco publicó en 1887 y que lleva el título de “Historia del toreo en México”.

Para muchos quienes nos consideramos bibliófilos, este volumen se convirtió en auténtico “garbanzo de a libra”, pues los pocos que han llegado hasta nuestros días, apenas se encuentran en unas cuantas bibliotecas. Recientemente la extinta CONACULTA dio a conocer el documento en versión digital, pero al buscarla con objeto de documentar y poner al alcance de los interesados tan interesante información, veo que ya no se encuentra disponible.

Portadilla del libro aquí reseñado.

   Bastan los primeros párrafos que Domingo Ibarra nos presenta en el libro, para tener un panorama general del que fue –a sus ojos- el comportamiento taurino habido en los siglos virreinales y luego hasta comienzos del año en que esa publicación fue dada a conocer.

CONTINUARÁ.


[1] Ya se desvelará y explicará esta peculiaridad.

[2] Aunque también sea posible que su lugar de nacimiento fuese el actual estado de Durango (para 1809 dicha región formaba parte de la Nueva Vizcaya). Lo anterior, como resultado del oficio fechado el 6 de octubre de 1842, mismo que se encuentra en el expediente del propio personaje en el Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional (AH-SEDENA, por sus siglas), bajo la siguiente descripción: Estados Unidos Mexicanos (Figura del escudo nacional). Secretaría de Guerra y Marina. Año de 193(…). Caja Núm. 208. D/111-5/3239. Ybarra, Domingo. Tte. Coronel de Inf., 13 f., f. 1 y 1v.

[3] Es posible que, bajo algún principio de descarte, fueran eliminados aquellos documentos sin valor archivístico.


DOMINGO IBARRA, y SU RECUENTO CRÍTICO EN LA HISTORIA DEL TOREO EN MÉXICO, 1887. 2 DE 2.

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RECOMENDACIONES y LITERATURA.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Se apareció don Chepito mariguano en los toros. Grabado de José Guadalupe Posada. Col. del autor.

   En Domingo Ibarra (1811-1893), apreciamos una postura reaccionaria que abrevó de otros tantos autores emblemáticos del siglo XIX, y cuya crítica hacia los toros fue significativa. Me refiero a José Joaquín Fernández de Lizardi, Carlos María de Bustamante, Manuel Payno, Ignacio Manuel Altamirano, Enrique Chávarri o Francisco Sosa.

Su “Historia del toreo en México” es el más vivo recuento del episodio que surge con motivo de la reanudación de las corridas de toros en 1887, luego de que fueron prohibidas en la ciudad de México entre fines de 1867 y 1886, aduciendo para ello la “justa, humanitaria y benéfica resolución del Presidente Benito Juárez que prohibió las lides de toros, como también el art. 1150 fracción XII del Código Penal, que ordena no se atormente a los animales”.

Aquella prohibición, estuvo sujeta también a otra razón importante. Se llevó a cabo en el segundo semestre de 1867 la regulación y control bajo lo indicado por la “Ley de Dotación de Fondos Municipales”, cuyo art. 87 establecía que todo aquello relacionado con impuestos o gabelas, estuviese al corriente por parte de comerciantes o empresarios. El que se encontraba administrando la plaza de toros del Paseo Nuevo, el Sr. Jorge Arellano Arellano no quiso cumplir con la disposición, de ahí que se aplicara el rigor de la ley, sanción que se extendió casi por 20 años.

Si bien, Ibarra cuestiona el estado de cosas que habría de tejerse desde la inauguración de la plaza de toros San Rafael (ocurrida el 20 de febrero de 1887), y hasta junio de ese año, por otro lado nos proporciona datos que dan idea de diversos festejos, toreros, ganado y la actitud misma del público y prensa, además de poner en valor elementos descriptivos sobre el aspecto técnico respecto a cada una de las faenas que reseñó.

Comienza, por decirnos, con la apreciación rural, la descripción del ganado. La hay tan curiosa, como esta: “Quinto toro, meco gateado [lo que, de acuerdo a nuestra visión actual, se trata de un toro chorreado en verdugo] y corniapretado, salió muy fogoso arremetiendo con todos”, para luego pasar al intento constructivo de una crónica, la cual es el mejor reflejo del modo en que se concebían las faenas por entonces.

Es de ayuda fundamental la amplia nómina de personajes –nacionales y extranjeros- que participaron en los festejos por él descritos. De igual forma, una serie de suertes que hoy, una buena mayoría se encuentran en desuso, incluyendo por ejemplo, el episodio del “toro embolado, al que le ponían en la frente monedas de oro y plata.

Incorpora de igual forma, un conjunto de versos que circulaban por aquellos días, y cuya distribución se dio a través de las célebres “hojas de papel volando”, salidas en su mayoría, de la muy famosa imprenta de Antonio Vanegas Arroyo.

Varios retratos de un José Guadalupe Posada recién llegado a la capital del país, van a darle un toque estético inconfundible al libro, tal como sucedió con diversos grabados que remataban aquellas preciosas y codiciadas hojitas impresas en papel de china o de estrasa.

Concede un espacio muy peculiar a opiniones que plumas como la de Enrique Chávarri “Juvenal” o Manuel Gutiérrez Nájera abordan temas derivados de situaciones excepcionales, como fue el caso de la célebre corrida nocturna, celebrada en la plaza Colón, el jueves 18 de abril de 1887. O el caso en el cual una cuadrilla de “niños toreros” se presenta para inaugurar el coso que se ubicaba al interior de la Quinta Corona, propiedad del aún famoso Juan Corona, picador que estuvo colocado en la cuadrilla de Bernardo Gaviño muchos años atrás y quien, en memoria del portorrealeño y con ese nombre, bautizó la plaza el 19 de mayo siguiente.

Son importantes también otra serie de datos, como aquel que rememora el año 1841, cuando en Durango y en su plaza de toros, se celebró una corrida nocturna, la que se iluminó con hachones puestos con profusión en todo el círculo alto de la plaza y en cuyo ruedo actuó entre otros el valiente espada Luis Ávila. También evoca al célebre toro “El León” de Atenco, el cual fue indultado por su bravura allá por 1853, como lo refiere el propio Juan Corona en sus “memorias”, escritas entre 1853 y 1888:

   El año 1853 en la Gran Plaza de San Pablo cuando gobernaba Su Alteza Serenísima, se corrieron en muchas corridas ganado de Atenco cimentando más la fama de que ya gozaban entre los aficionados; pero el más notable de los hechos en ese año en una de tantas corridas, fue la lucha de uno de esos toros con un tigre de gran tamaño y habiendo vencido el toro al tigre, el público entusiasmado con la bravura del toro pidió el indulto y que se sujetara y una vez amarrado fue paseado por las calles de la capital en triunfo acompañándolo la misma música que tocó en la corrida.

   Esos episodios ocurrieron en fechas muy específicas. Tal es el caso de un toro del “Astillero” que se enfrentó 29 de abril de 1838 a un tigre. Y aquí un breve recuento de aquel sucedido, que localicé justo en EL COSMOPOLITA, D.F., del 31 de octubre de 1838, p. 4:

AVISO.-Para el jueves 1º del próximo Noviembre, ha dispuesto el empresario una excelente corrida de seis escogidos Toros de los que acaban de llegar de la hacienda de Atenco, con los cuales los gladiadores de a pie y de a caballo, ofrecen jugar las más difíciles suertes que se conocen en su peligrosa profesión. Luego que pase la lid del primer toro, se presentará en la plaza sobre un carro triunfal, tirado por seis figurados tigres el cadáver disecado, pero con toda su forma, y la corona del triunfo del famoso toro del Astillero, que en el memorable día 29 de Abril de este año, después de un reñido combate venció gloriosamente al formidable tigre rey, con general aplauso de un inmenso concurso que sintió la muerte de tan lindo animal, acaecida a los dos días de su vencimiento, como resultado de las profundas heridas que recibió de la fiera; y a petición de una gran parte de los que presenciaron aquella tremenda lucha, así como de muchas personas que no se hallaron presentes, se le dedica esta justa memoria, por ser muy digna de su acreditado valor.

   Este célebre toro, adornado con todos los signos de la victoria y acompañado de los atletas, será paseado por la plaza al son de una brillante música militar, hasta colocarlo sobre un pedestal que estará fijado en su centro; cuyo ceremonial no deberá extrañarse, mayormente cuando saben muchos individuos de esta capital, que iguales o mayores demostraciones se practican con tales motivos en otros países, y que sin una causa tan noble, existe por curiosidad en el museo de Madrid la calavera del terrible toro de Peñaranda de Bracamonte, que en el día 11 de mayo de 1801 quitó la vida al insigne PEPE-HILLO, autor de la Tauromaquia.

   En fin, que la “obrita” aquí reseñada, la del Sr. Domingo Ibarra, resulta ser una fuente esencial sobre aquella nueva época, la que, desde hace algún tiempo tengo considerada como de la “reconquista vestida de luces”.

España reconoce la independencia de México hasta 1836. Gaviño es, en todo caso un continuador de la escuela técnica española que comenzaba a dispersarse en México como consecuencia del movimiento independiente, pero no un elemento más de la reconquista, asunto que sí se daría en 1887, con la llegada de José Machío, Luis Mazzantini o Diego Prieto “Cuatro dedos”. Y no lo fue porque su propósito fundamental fue el de alentar –y aprovechar en consecuencia- el nacionalismo taurino que alcanzó un importante nivel de desarrollo, durante los años en que se mantuvo como eje de aquella acción, y cuyo estandarte lo ondeaba orgullosamente su mejor representante: Ponciano Díaz.

Por lo tanto, y a lo que se ve, la reconquista vestida de luces, debe quedar entendida como ese factor que significó reconquistar espiritualmente al toreo, luego de que esta expresión vivió entre la fascinación y el relajamiento, faltándole una dirección, una ruta más definida que creó un importante factor de pasión patriotera –chauvinista si se quiere-, que defendía a ultranza lo hecho por espadas nacionales –quehacer lleno de curiosidades- aunque muy alejado de principios técnicos y estéticos que ya eran de práctica y uso común en España.

Espero que estas apreciaciones, hayan despertado interés para conocer de mejor forma cual ha sido la evolución del toreo en México, en los últimos 130 años.

Yucaltepén, Yuk´-al-tan mayab, Yucatán maya, Yucatán y Mérida toreras.

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CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO, EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Yucaltepén, Yuk´-al-tan mayab, Yucatán maya, la del esplendor de un imperio con largos 18 siglos de brillante presencia, se deja notar desde 2000 años a. C. hasta el siglo IX, en que como otras culturas prehispánicas, sufrió conflictos internos o influencias como la teotihuacana, circunstancias que condenaron su destino. Fue hasta 1697, en que la última ciudad maya dejó de latir, comenzando de inmediato la afirmación de una gran cultura que se ve reflejada en lo majestuoso de construcciones que hoy día siguen admirando a propios y extraños.

Yucatán, la que pertenece a esa peculiar península de nuestro actual territorio, fue tan cercana al primer encuentro que Hernán Cortés consumó en la isla de Cozumel entre el 25 y 26 de febrero de 1519, fecha con la cual comenzará ese enorme y complejo proceso de guerras, mestizaje y sincretismo como pocas veces ha ocurrido con nuestra humanidad y del que hoy somos consecuencia, sabedores también de todo aquel significado de dicha y peculiar interacción.

Códice Azcatitlan, Marcha de los españoles hacia México-Tenochtitlan. Lam. XXIII.

Mérida, la que fue fundada el 6 de enero de 1542 por Francisco de Montejo y León, El Mozo y cuyo nombre se le dio por “los muchos edificios de cal y canto tan bien labrados y con muchas molduras” que encontraron los españoles en la ciudad maya, mismos que evocaban la Mérida de España. De ahí quizá, el esplendor de uno de sus más emblemáticos edificios: la casa de los Montejo, levantada precisamente el año de la fundación, y cuya obra duró siete largos años para dar esplendor sin igual a ese sitio…

Fachada principal de la casa del adelantado Francisco Montejo en Mérida, Yucatán.

De la Relación Fúnebre a la infeliz trágica muerte de dos Caballeros…”,[1] aunque escrita a mediados del siglo XVII por Luis de Sandoval y Zapata tenemos la siguiente muestra que vincula para 1566 a ciertos personajes como lo veremos en los siguientes versos:

 ¡Ay, Ávilas desdichados!

 ¡Ay, Ávilas desdichados!

¿Quién os vio en la pompa excelsa

de tanta luz de diamantes,

de tanto esplendor de perlas,

ya gobernando el bridón,

ya con ley de la rienda,

con el impulso del freno

dando ley en la palestra

al más generoso bruto,

y ya en las públicas fiestas

a los soplos del clarín,

que sonora vida alienta,

blandiendo el fresno o la caña

y en escaramuzas diestras

corriendo en vivientes rayos,

volando en aladas flechas.

Y ya en un lóbrego brete

tristes os miráis, depuesta

la grandeza generosa.[2]

    Tal manuscrito se ocupa de la degollación de los hermanos Ávila, ocurrida en 1566, suceso un tanto cuanto extraño que no registra la historia con claridad,[3] y sólo se anota que los criollos subestimados por los peninsulares o gachupines, fueron considerados por éstos como enemigos virtuales. Ya a mediados del siglo XVI la rivalidad surgida entre ellos no sólo era bien clara y definida, sino que encontró su válvula de escape en la fallida conjuración del marqués del Valle, descendiente de Cortés, y los hermanos Ávila, reprimida con extremo rigor, en el año 1566.[4]

Ya que ha salido “entreverado” el marqués del Valle, se anota que “en sus grandes convites…, eran quizás las fiestas de una semana por el bautizo de los hijos gemelos del marqués, en que hubo torneos, salvas, tocotines y un fantástico banquete público en la Plaza Mayor…” A propósito, de los juegos más señalados (encontramos los realizados durante el bautizo de) don Jerónimo Cortés en 1562.[5]

Y es que don Martín manifestó el empeño en celebrar el nacimiento de sus hijos con grandes torneos, como el famoso de 1566, cuando, por una tormenta llegó con su mujer al puerto de Campeche y nació allí su hijo Jerónimo, fueron a “la fiesta del cristianísimo el obispo de Yucatán, don Francisco Toral, y muchos caballeros de Mérida” y “…hubo muchas fiestas y jugaron cañas”. Posteriormente, cuando llegó el marqués del Valle a México, Juan Suárez de Peralta afirmó: “gastóse dinero, que fue sin cuento, en galas y juegos y fiestas”.[6]

Mérida, la que se verá convertida en uno más de los escenarios de fiestas solemnes y repentinas durante el virreinato, periodo del que se conservan estas tres referencias:

La que por decreto de doce de abril de 1725 imprimió, Joseph Bernardo de Hogal las Fiestas que hicieron en la provincia de Yucatán de la jura de nuestro rey y señor [refiriéndose a Felipe V].[7]

La que preparó Antonio Sebastián de Solís y Barbosa: Descripción expresiva de la plausible pompa y majestuoso aparato con que la Muy Noble  y Leal Ciudad de Mérida de Yucatán dio muestras de su lealtad en las muy lucidas fiestas que hizo por la exaltación al throno del muy Católico y muy poderoso monarca el señor don Fernando VI…, 1748.[8]

En José Francisco Coello Ugalde: Relaciones taurinas en la Nueva España, provincias y extramuros. Las más curiosas e inéditas, 1519-1835. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1988. 293 p. facs. (Separata del Boletín de Investigaciones Bibliográficas, segunda época, 2).

Y luego ésta, de la autoría de Juan Francisco del Castillo: Noticia de las funciones hechas por la M. N. y M. L. C. de Mérida de Yucatán en la proclamación del Rey nuestro señor Don Carlos IV, verificada el día 4 de noviembre de 1789, obra que se encuentra en el Archivo de Indias de Sevilla.[9]

De este último acontecimiento, el cabildo de Mérida celebró la coronación de Carlos IV con una serie de fiestas públicas. Los clarines y chirimías, procesiones, misas y saraos, corridas de toros en la plaza mayor fueron algunos de los “juguetes vistozos (sic) que divertirán al público”.

No olvidemos, como apunta Pedro Miranda Ojeda que las fiestas durante el virreinato

eran importantes porque constituyeron una necesidad política. A la escenificación del teatro urbano correspondió la tarea de renovar la alianza establecida entre el poder y gobernados. Entre las conmemoraciones civiles o políticas, de carácter obligatorio, destacaban: a) fiestas vinculadas con sucesos de la familia real, como la jura de monarcas, nacimientos, bautizos, cumpleaños, santos y bodas de algún integrante de la familia; b) fiestas asociadas a las relaciones políticas de la monarquía con otras potencias, como la conmemoración de las victorias militares o la celebración de alianzas; c) fiestas protocolarias, como el recibimiento de autoridades indianas o cumpleaños y santos de los virreyes; d) fiestas correspondientes al pasado monárquico y virreinal como la fiesta de san Hipólito, que conmemoraba la conquista de México, un acontecimiento crucial de la colonia y argumento [con el] que [se] legitimaba el dominio establecido entre el rey y sus súbditos.[10]

   Mérida, la que en 1841 fascinó al viajero extranjero John Loid Stephens, quien en su obra Incidentes de viaje en Centroamérica, Chiapas y Yucatán, resultado de su recorrido por estos lugares entre 1839 y luego 1843, cuando vio la luz dicho ejemplar, en el cual encontramos diversas referencias relacionadas con festejos taurinos, como el que relata en la siguiente forma. Sobre la plaza de toros dice:

Está situada cerca del templo del Calvario, al final de la calle real, de construcción y forma parecida al anfiteatro romano, como de trescientos cincuenta pies de largo y doscientos cincuenta de ancho, capaz de contener, según supusimos, cerca de ocho mil almas, por lo menos la cuarta parte de la población de Guatemala, y ya por entonces se encontraba llena de espectadores de ambos sexos y de todas las clases sociales, de las mejores y de las más bajas de la ciudad, sentados unos junto a otros indistintamente, descollando entre ellos los puntiagudos sombreros de anchas y volteadas alas y las negras sotanas de los sacerdotes.

Ya en la corrida, esto a finales de 1840

(…) entraron los matadores, ocho en número, montados y llevando cada uno una pica y un rojo poncho; galoparon alrededor del redondel, y se pararon apuntando con sus picas hacia la puerta por donde el toro debía entrar. Un padre, gran propietario de ganado, dueño de los toros de esta lidia, abrió la puerta de un tirón y el animal entró a la arena, pateando con sus pezuñas como si jugara pero a la vista de la fila de jinetes y de las picas se volvió para otro lado y retrocedió con más ligereza que como había entrado. El toro del padre era un buey, y, como bestia juiciosa, más quería correr que luchar; pero la puerta estaba cerrada frente a él y por fuerza hubo de correr alrededor del área, mirando a los espectadores como implorando misericordia, y buscando por debajo una salida para escapar. Los jinetes le perseguían puyándolo con sus picas; y por todo el contorno del redondel, hombres y muchachos, sobre la barrera le arrojaban dardos con cachiflines encendidos y amarrados, los cuales, hincándose en su carne y tronando por todas partes sobre su cuerpo, le irritaban, haciéndole revolverse contra sus perseguidores. Los matadores le hacían dar vueltas por un lado y otro extendiendo lucientes ponchos frente a él, y cuando los estrujaba, la habilidad del matador consistía en tirarle el poncho sobre los cuernos como para cegarlo, y entonces colocarle en la nuca, exactamente detrás de la quijada, una especie de bomba de fuegos artificiales; cuando esto se verificaba diestramente promovía entre la multitud gritos y aplausos. El gobierno, por un exceso de humanidad, había prohibido matar los toros, restringiendo la lidia al laceramiento y la tortura. En consecuencia, esta era muy diferente de las corridas de toros en España, y carecía aun del excitante interés de una fiera lucha por la vida, y del riesgo del matador de ser herido de muerte o lanzado al aire entre los espectadores. Pero al observar la ansiosa expectación de millares de gentes, era fácil imaginarse la intensa excitación en una edad guerrera, cuando los gladiadores luchaban en la arena ante la nobleza y hermosura de Roma. A nuestro pobre buey, después de estar reventado de cansancio, se le permitió salir. Luego siguieron otros por el estilo. Todos los toros del padre eran bueyes. De vez en cuando un matador de a pie era perseguido hasta la barrera entre la risa general de los espectadores. Después que el último buey terminó su corrida, salieron del redondel los matadores, y los hombres y muchachos saltaron a la arena en tal número que casi a empujones sacaron al buey. La bulla y confusión, el brillo de los ponchos de color, las carreras y volteretas, ataques y retiradas, y las nubes de polvo, hicieron de esta la más animada escena que jamás yo había visto; pero de todos modos esta era una pueril exhibición, y las mejores clases, entre quienes se encontraba mi bella compatriota, la consideraban únicamente como una simple oportunidad para cultivar las relaciones sociales.[11]

   Gracias también a un texto de Luis Alberto Martos,[12] quien para 2002 estaba adscrito a la Dirección de Estudios Arqueológicos del INAH, es posible apreciar en “De toros y toreros en Yucatán”, un conjunto de datos de suyo importantes, mismos que sumaré al presente intento para conocer un poco más sobre la tauromaquia de la hoy Mérida evocada.

Por ejemplo nos recuerda que

A ciencia exacta no tenemos el dato de la fecha en que se llevó a cabo la primera corrida en Yucatán, pero parece haber sucedido durante la segunda mitad del siglo XVI, tal vez a finales del mismo; de hecho sabemos que en los Reales Títulos del Adelantado Francisco Montejo, se le autorizaba para importar ganado de otras colonias españolas, con la finalidad de introducirlo en Yucatán. Es muy posible entonces, que desde el inicio de la conquista de la península en 1526 se comenzaran a introducir vacas y toros, aunque es hacia 1550, cuando ya pacificada la provincia, se pudo realizar el proyecto más en forma.[13]

Mérida, la que comenzó a tener un mejor contacto informativo gracias a la presencia, en 1885 de El Banderillero. “Periódico político, democrático, satírico, humorístico, retórico y verídico”.

Mérida, la que un 4 de diciembre de 1925 vio nacer al célebre escultor Humberto Peraza, quien nos recordaba –entre broma y vera-, que Yucatán contaba con dos célebres ganaderías, en estos términos:

¡Palomeque…!, ni en bisteque.

¡Sinkehuel…!, very well.

Plaza de Mérida que un 27 de enero de 1929, siendo propiedad de los hermanos Palomeque, fue inaugurada con un cartel de polendas: Luis Freg y Fermín Espinosa “Armillita”, que se las entendieron con toros de Piedras Negras.

Mérida, ciudad a la que en 1930 se desplazó el ya célebre cineasta ruso Sergei Einsenstein para filmar en la propia plaza imágenes y más imágenes para una de las cintas más emblemáticas de la cinematografía universal. Me refiero a “¡Que viva México!”, donde el protagonista de aquellas mágicas y luminosas escenas taurinas, fue David Liceaga, mezcladas luego con otras imágenes donde también aparecen, ya en la plaza “El Toreo” Marcial Lalanda y hasta Carmelo Pérez.

Mérida, la que en 1934, Luis Ceballos Mimenza, mejor conocido como YURI, escribió en SILUETAS diversas evocaciones sobre la forma en que se desarrollan las corridas de toros en tan particular rincón provinciano:

 COSTUMBRES REGIONALES

 (Para el Profr. Bartolomé García Correa, Gobernador Const. Del Estado, atentamente).

 I

 LAS CORRIDAS

El tablado se encuentra ya repleto.

la multitud delira alborozada,

al detonar los cohetes de la hilada,

mientras el toro a un tronco está sujeto!

 

Brama el toro, como lanzando un reto;

la concurrencia lo goza entusiasmada,

y a una linda mestiza empolvillada

echa un piropo un Consejal discreto.

 

Al compás de la Banda de la Villa,

desfila la muy típica Cuadrilla

ciñéndose el capote de escarlata…

 

Porta bien, taleguilla, camiseta,

un sombrero de guano, y sin coleta,

y un pañuelo a manera de corbata!

 II

 LOS VAQUEROS

 

Antes de ese despejo, los vaqueros

cruzan veloces, a carrera abierta,

con sus caballos que, de puerta a puerta

se rifan orgullosos y ligeros!

 

A manera de fusta, los sombreros

se utilizan, y al punto se despierta

el coraje en la bestia; que está cierta

de pasar a sus nobles compañeros!

 

Termina la carrera. La Corrida

comienza con la brusca sacudida

que el toro pega, cuando de ira ciego

 

Golpea el tronco de guano con la cara…

¡Es que siente el dolor de aguda jara

y tostarse sus lomos por el fuego!

 III

 LA CONCURRENCIA

 

Mientras la lidia al público electriza,

escucho a un trovador improvisado,

entonar “El Pichito Enamorado”

en honor de una clásica mestiza!

 

Comprendo que su voz me martiriza,

pero sigo escuchando entusiasmado,

porque aquella mestiza me ha brindado

el encanto sutil de su sonrisa!

 

¡Se han lidiado tal vez sesenta toros!

Mas yo sigo admirando los tesoros

que encierra la mestiza, cuando a ratos

 

Me lanza una mirada de soslayo…

y entonces me doy cuenta… tiene un callo…

pues con placer se safa los zapatos![14]

 TIPOS POPULARES QUE PASARON

 (El Negro Miguel)

 

Iba siempre por las calles

pregonando presuroso,

el producto de su esfuerzo:

Su sorbete delicado;

la guanábana sabrosa,

y el famoso mantecado,

que era entonces preferido

por su gusto delicioso!

 

Luchador como ninguno,

nunca quiso estar ocioso!

Con un genio de mil diablos

siempre fue malhumorado;

hacía en toros el “tancredo”

de albayalde embadurnado,

y la plaza de arenero

era suya en cualquier coso.

 

Espectáculo fue aparte,

el mirarlo correteando

con la arena, por la plaza,

o el chicote reventado,

para echar a los corrales

algún toro tardo o flojo…

 

Fabricó como ninguno

la sabrosa butifarra!

Y a pesar de tanta lucha

fue su suerte tan chaparra…

Que debido a la viruela

quedó el pobre sin un ojo![15]

    Mérida, la que vio por última vez a Manuel Rodríguez “Manolete” un 9 de febrero de 1947, antes de su regreso a España y antes también de la tragedia en Linares. En esa ocasión, alternó con Fermín Rivera y Gregorio García, quienes se enfrentaron a un encierro de Palomeque.

 EN JALACHÓ Y TECÓH, AUTÉNTICOS RINCONES YUCATECOS, DOS NOTICIAS TAURINAS LLAMAN LA ATENCIÓN.

Escasas son las noticias de índole taurina que provienen de la península de Yucatán. De no ser porque en dicha entidad se dieron a conocer dos haciendas de singular historia: PALOMEQUE y SINKEHUEL, así como el triunfo clamoroso de Manuel Rodríguez “Manolete”, con un toro de Palomeque, allá por 1947. A su vez, son comunes las fiestas mestizas, más bien de carácter patronal, la vaquería que concentra un vestigio donde “En lo ritual, habrá misa y peregrinaciones. En lo profano vaquerías, comida y sabroso chocolomo”. Al respecto, nos dicen Patricia Martín y Ana Luisa Anza que

La vaquería da inicio con el torito. El pirotécnico y el jaranero. Y arrecia el bailongo, pletórico de ternos multicolores, pañuelos y zapatos bordados, flores adornando las cabezas recién peinadas… Aquellas vaquerías históricas que los españoles ofrecían a sus trabajadores el día en que llegaban a sus haciendas a contar las vacas –como lo hicieron los mayas cuando sacrificaban venados-, aquellas donde se bailaba interminable la jarana, que no es más que una adaptación de la jota aragonesa. Total: un híbrido maya-español.

   La fiesta sigue… y aparecen las vaquillas toreadas en un ruedo armado sólo para ese propósito a base de maderas amarradas y jamás sostenidas por un solo clavo. Un alarde de arquitectura maya moderna.

   Otra tradición que se conserva.

   Al fin, el chocolomo. Otro híbrido del contacto cultural. Choco (caliente, en lengua maya) y lomo (el de la res, en castellano). Lomo caliente. Carne caliente. Caliente por estar recién sacrificada la res. Esa que recién se toreó y que ahora venden fuera del ruedo, en un puesto ambulante para ser preparada y comida inmediatamente.

   “Un buen chocolomo es aquel que, como dicen, cuando se prepare aún debe estar brincando la carne, casi vivo, nerviosa en las ollas porque fue toreada”.[16]

   Sin embargo, tras una revisión al maravilloso acervo de la MISCELÁNEA MEXICANA DEL SIGLO XIX, acopio hemerográfico que custodia la Biblioteca Nacional, encontré un par de noticias con profundo sabor taurino, un sabor que además tiene particulares connotaciones, puesto que ocurre en dos poblaciones distintas, Jalachó y Tecóh, sitios de los que por primera vez tenemos una evidencia clara sobre fiestas tan particularmente localizadas. El torero que interviene en ambas poblaciones es Lázaro Sánchez, de quien se sabe toreó como novillero en la plaza de toros de Cuautitlán en 1876 y del que se sabe también un detalle poco conocido: Cuando Bernardo Gaviño comenzaba a acusar, a sus 66 años problemas de la vista (esto es, en 1879), que ya debilitada, lo obligaba al uso de “espejuelos para hacer la faena con la muleta y luego dar la estocada”. Aunque ya viejo, todavía tuvo fuerza para enfrentarse con Lázaro Sánchez, coterráneo suyo, que huyó a Cuba con la amante de Gaviño, luego de que éste le hizo la vida difícil al no dejarlo torear a sus anchas. Es decir, que Lázaro Sánchez, vino a México desde 1860 en calidad de novillero, y que 15 años más tarde, se enfrentaría cara a cara con el “Patriarca” Bernardo Gaviño, a quien, en un arranque de audacia en cosas del amor, hizo lo que ya vimos con la amante del gaditano.

Por lo pronto, Lázaro Sánchez, como muchos otros diestros de la época, podían mantenerse en la profesión durante años y años, tal y como lo haría Gaviño, quien de 1835 a 1886 estuvo actuando en México. O como Manuel Hermosilla, quien vino a México en 1869 y se despidió de los ruedos mexicanos el 9 de abril de 1905. Todavía, en junio de 1910, participa en una corrida en la plaza del Puerto de Santa María, España.

Representación, en nuestros días de “La Vaquería”, esto en el barrio de La Mejorada, en honor a la Santa Cruz. Oxkutzcab, Yucatán. Disponible mayo 22, 2014 en: http://sucesiononline.com/2012/04/18/vaqueria-inicio-la-fiesta-de-la-mejorada/

EL CONSTITUCIONAL. periódico oficial del estado de YUCATÁN. año 3. Nº 849. mérida. MIÉRCOLES 2 de enero de 1861.

La gran fiesta de jalachó.-Habiendo desaparecido los motivos que interrumpieron esta fiesta, han acordado el señor cura y los vecinos, que las funciones que debieron tener lugar en noviembre próximo pasado, se verifiquen del 20 al 27 de enero próximo, para cuyo mayor lucimiento y a fin de que no se eche de menos ninguna de las solemnidades de costumbre, así en lo que corresponde a la iglesia, como en la parte de las diversiones, no se omitirá nada de cuanto pueda complacer a la concurrencia, a quien se desea obsequiar como se merece. El orden de la fiesta será el siguiente:

   Del 20 al 27 se celebrarán las funciones de iglesia con la suntuosidad posible, sin omitir el rosario por las noches y la procesión de la imagen de SANTIAGO APÓSTOL, que se hará el último día alrededor de la plaza en medio de la mayor pompa. El martes 22 por la noche habrá baile de mestizos. El número 23 por la mañana se repetirá este baile, y a la tarde habrá corrida de toros. En los días 24 y 25 y 26 habrá corridas de toros por las mañanas, y por las noches bailes de señoras. Y el 27 por la noche se presentarán diversos espectáculos de fuegos artificiales y globos aerostáticos. El salón de bailes y el circo para la lidia de toros se adornará vistosa y elegantemente, y en estos actos, como en los demás, ejecutará las mejores piezas la buena orquesta que se ha contratado al efecto.

     Jalachó, diciembre 17 de 1860. Por los vecinos: José Higinio Flores.

El Clamor Público. LIBERTAD.-ORDEN.-PROGRESO.-REFORMAS

Mérida, 15 de enero de 1861, N° 4

AVISOS.-Fiesta y feria en Tecóh.-Esta que sus vecinos se han empeñado en celebrar cada año, tendrá efecto, comenzando las diversiones el 30 por la noche con el baile de mestizas: el 31 por la mañana el 2° baile, por la tarde toros en que se lidiarán como de costumbre los mejores; y por la noche baile de señoras; el 1° de febrero toros al media día y baile por la mañana y por la noche: el día 2 toros por la mañana, procesión por la tarde y baile de etiqueta por la noche. Para todas las funciones tocará una orquesta preparada ya de Mérida; de manera que agrade a todos los concurrentes. Habrá solemnes funciones de iglesia. Se anuncia a los aficionados.-Tecóh, enero 12 de 1861.-Los encargados.

AL PÚBLICO.-Los encargados de la fiesta de Jalachó, que termina el 27 del corriente, deseando hacerla más amena y más digna de los concurrentes, habiendo sabido que se hallaba en esta capital D. Lázaro Sánchez, profesor de Tauromaquia, hemos venido a contratarlo para las corridas que se han de verificar en los días 23, 24, 25 y 26 de este mes, y se ha comprometido a trabajar en ellas y a dirigirlas para que se verifiquen conforme a las reglas del arte.

   Mérida, enero 11 de 1861.-Los encargados de la fiesta.

Corrida de toros, Pomuch, Hecelchakán, Campeche. Disponible mayo 22, 2014 en: http://culturacampeche.com/turismocultural/images/img_galaries/hecelchakan/galeria_hecelchakan.html

Jalachó y Tecóh son dos poblaciones perdidas en la geografía yucateca, en cuyo íntimo seno se desarrollaron tan peculiares fiestas, que intentaban ser una réplica de las celebradas en el centro del país, pero que seguramente no soslayaban el típico sabor de la península, cuyo espíritu trascendía de manera peculiar, como las que en nuestros días ocurren en Chelem, Hactún, San Sebastián, Peto, Honcabá, Ucú o Cenotillo, sitios de mágico encanto.

Cierro estas evocaciones, acudiendo de nuevo a la importante visión que nos deja Luis Alberto Martos, quien recrea los festejos que actualmente se realizan en algunos puntos de la península.

Primero, refierese a los asistentes. Los hombres portan la guayabera impecable. Las mujeres sus inmaculados “hipiles” blancos con preciosos bordados de flores multicolores. Sobre la plaza nos dice que la misma se armó con bejucos para el atado y los guanos para la cubierta.

El motivo de tal celebración se concentra en el santo patrono, para lo cual indica que cuatro o cinco valientes “Pay Wakax” (los toreros), saldrán al quite. La música y la jarana no dejan de sonar.

Conocido y reconocido “Pay Wakax” en aquellos lares: Santos Gaspar “El Tío Hau May”. Disponible en internet enero 24, 2019 en: https://www.lostorosdanyquitan.com/tragedias.php?y=2013

Un siguiente episodio es que después de que atronaron los cohetes, el primer toro fue conducido prácticamente a rastras hasta el “gramadero”, poste que fue previamente hincado al centro del redondel y que recibe el nombre de “yaxché”, “ceiba sagrada” o “árbol de la vida”, clara reminiscencia del pensamiento antiguo: el axis mundi, el centro del mundo aquí, en la mismísima plaza, en medio de la festividad.

Martos nos avisa el hecho de que

Ahora entran los “Pay Wakax”, los “Xtol”, los toreros, los más de ellos un poco pasados de peso, pero eso sí, caminando con gallardía, luciendo viejos trajes de telas raídas y luces opacas y lamparosas a fuerza del uso continuo, a través de los años y en numerosos combates en la arena.

   Estos Pay Wakax son hombres que aman su profesión, casi siempre heredada del padre o de algún pariente cercano, aunque no es el único oficio del que viven; son agricultores o jornaleros o mercaderes, pero de todos modos buscan tiempo para entrenar con vaquillas y se la juegan de fiesta en fiesta y de pueblo en pueblo, en cada corrida, por gusto y por unos cuantos pesos.

(…)

   Después de un rato de faena, varios sujetos portando cuerdas ingresan a la plaza para tratar de lazar al desconcertado animal y así, entre capotazos y lazadas fallidas, finalmente lo sujetan, lo someten, lo atan y entre todos lo arrastran fuera de la arena, mientras la orquesta toca una sonora diana. Y entonces sueltan al segundo toro, para repetir la faena y luego el siguiente, hasta que pasan los cinco o seis que estaban programados.

   Al final de la corrida se abren las puertas del ruedo, para dar paso a la procesión del santo, entre música, tronar de cohetes y por ahí una nueva colecta de limosnas.

   La gente abandona la plaza satisfecha, comentando mil detalles y momentos culminantes, listos para seguir la fiesta con la cerveza, con la música y con la jarana.

   Tal es hoy en día una corrida de toros en Yucatán, las que se realizan a lo largo y ancho de la península, siempre en el contexto de la celebración de la virgen o del santo patrono del pueblo. Los toros son pues una fiesta integrada de lleno al programa de misas, procesiones, comercio, bebida, juegos, recreaciones y bailes de los pueblos yucatecos. Es uno de los principales atractivos por lo que atraen numerosos visitantes de otros pueblos y aun de regiones apartadas.

   Plaza de toros de Mérida, la tan célebre plaza del sureste mexicano, caracterizada desde hace muchos años, en presentar al toro bravo en toda su dimensión, celebra hoy domingo 27 de enero de 2019 sus 90 años y lo hace también, con un cartel que no desmerece en nada la ocasión:

Esperamos que los anales de este significativo espacio taurino ennoblezcan la memoria, una vez más.

Exterior de la plaza en imagen tomada hacia 1936. En Revista de Revistas. El semanario nacional. Año XXVII, Núm. 1394 del 7 de febrero de 1937. Número monográfico dedicado al tema taurino.

Ciudad de México, 27 de enero de 2019.

BIBLIOHEMEROGRAFÍA

Cervantesvirtual:http://www5.cervantesvirtual.com/cgibin/htsearch?config=htdig&method=and&format=long&sort=score&words=hogal

Historia de la imprenta en los antiguos dominios españoles de América y Oceanía. Tomo I – Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes: …Carrascoso. Miguel de Ortega y Bonilla. Herederos de la viuda de Miguel de Ribera Calderón. Juan Francisco de Ortega y Bonilla. José Bernardo de Hogal. Pasa de España a México como oficial de la Tesorería del Ejército. Hace viaje a la corte en busca de licencia para fundar imprenta. Novedades que introduce…: TESTIMONIO DE INFORMACIÓN DADA POR DON JOSÉ BERNARDO DE HOGAL, TÍTULOS Y CERTIFICACIONES CONDUCENTES AL EMPLEO QUE OBTIENE DE IMPRESOR MAYOR DE ESTA NOBILÍSIMA CIUDAD DE MÉXICO”.

   A pesar de los importantes trabajos de Eguiara y Eguren, Beristáin y Souza, José Toribio Medina, así como de las importantes colecciones como las de García Icazbalceta, Fernández de Orozco y otros bibliófilos reconocidos, así como de los fondos que se encuentran en bibliotecas y centros de estudios de gran escala, tanto nacional como extranjero, es imposible tener hasta hoy una relación exacta de todos aquellos trabajos que

salieron de imprentas tan características como la de Joseph Bernardo de Hogal. No existe, hasta el momento, un trabajo que reúna en condición de catálogo ese tipo de datos, por lo que la labor, a lo que se ve, tendrá que ser más bien detenida y reposada.

CEVALLOS MIMENZA, Luis (Seud. YURI): SILUETAS. Relato de costumbres y tipos regionales, en verso y prosa, original de “Yuri”. Poemas, romances, siluetas, epigramas, cuentos regionales, boladas, etc., etc. Mérida, Yucatán, México, ediciones “Yuri”, 1934. (Sección Editorial).

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Coello Ugalde, José Francisco: Relaciones taurinas en la Nueva España, provincias y extramuros. Las más curiosas e inéditas, 1519-1835. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1988. 293 p. facs. (Separata del Boletín de Investigaciones Bibliográficas, segunda época, 2).

Conocido y reconocido en aquellos lares: Santos Gaspar “E Tío Hau May”. Disponible en internet enero 24, 2019 en: https://www.lostorosdanyquitan.com/tragedias.php?y=2013

Corrida de toros, Pomuch, Hecelchakán, Campeche. Disponible mayo 22, 2014 en:

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Representación, en nuestros días de “La Vaquería”, esto en el barrio de La Mejorada, en honor a la Santa Cruz. Oxkutzcab, Yucatán. Disponible mayo 22, 2014 en: http://sucesiononline.com/2012/04/18/vaqueria-inicio-la-fiesta-de-la-mejorada/

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Suárez de Peralta, Juan: Tratado del descubrimiento de las Indias. (Noticias históricas de Nueva España). Compuesto en 1580 por don (…) vecino y natural de México. Nota preliminar de Federico Gómez de Orozco. México, Secretaría de Educación Pública, 1949. 246 p., facs. (Testimonios mexicanos. Historiadores, 3).

Valle-Arizpe, Artemio de: La casa de los Ávila. Por (…) Cronista de la Ciudad de México. México, José Porrúa e Hijos, Sucesores 1940. 64 p. Ils.

Zamacois Niceto de: Historia de Méjico: desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días. Por (…). Barcelona, J. F. Parres y Cía., eds., 1877-1882. 19 v.


[1] Niceto de Zamacois: Historia de México, t. 6, p. 745-59.

[2] Alfonso Méndez Plancarte: Poetas novohispanos. Segundo siglo (1621-1721). Parte primera. Estudio, selección y notas de (…). Universidad Nacional Autónoma de México, 1944. LXXVII-191 p.(Biblioteca del Estudiante Universitario, 43)., p. 105.

[3] Véase: Manuel Romero de Terreros: Torneos, Mascaradas y Fiestas Reales en la Nueva España. Selección y prólogo de don (…) Marqués de San Francisco. México, Cultura, Tip. Murguía, 1918. Tomo IX, Nº 4. 82 p., p. 22-26.

[4] Artemio de Valle-Arizpe: La casa de los Ávila. Por (…) Cronista de la Ciudad de México. México, José Porrúa e Hijos, Sucesores 1940. 64 p. Ils.

[5] Federico Gómez de Orozco: El mobiliario y la decoración en la Nueva España en el siglo XVI. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1983.111 p. Ils. (Estudios y fuentes del arte en México, XLIV)., p. 82-83.

[6] Juan Suárez de Peralta: Tratado del descubrimiento de las Indias. (Noticias históricas de Nueva España). Compuesto en 1580 por don (…) vecino y natural de México. Nota preliminar de Federico Gómez de Orozco. México, Secretaría de Educación Pública, 1949. 246 p., facs. (Testimonios mexicanos. Historiadores, 3)., cap. XXIX, p. 111-112.

[7]Cervantesvirtual:http://www5.cervantesvirtual.com/cgibin/htsearch?config=htdig&method=and&format=long&sort=score&words=hogal.

Historia de la imprenta en los antiguos dominios españoles de América y Oceanía. Tomo I – Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes: …Carrascoso. Miguel de Ortega y Bonilla. Herederos de la viuda de Miguel de Ribera Calderón. Juan Francisco de Ortega y Bonilla. José Bernardo de Hogal. Pasa de España a México como oficial de la Tesorería del Ejército. Hace viaje a la corte en busca de licencia para fundar imprenta. Novedades que introduce…: TESTIMONIO DE INFORMACIÓN DADA POR DON JOSÉ BERNARDO DE HOGAL, TÍTULOS Y CERTIFICACIONES CONDUCENTES AL EMPLEO QUE OBTIENE DE IMPRESOR MAYOR DE ESTA NOBILÍSIMA CIUDAD DE MÉXICO”.

   A pesar de los importantes trabajos de Eguiara y Eguren, Beristáin y Souza, José Toribio Medina, así como de las importantes colecciones como las de García Icazbalceta, Fernández de Orozco y otros bibliófilos reconocidos, así como de los fondos que se encuentran en bibliotecas y centros de estudios de gran escala, tanto nacional como extranjero, es imposible tener hasta hoy una relación exacta de todos aquellos trabajos que

salieron de imprentas tan características como la de Joseph Bernardo de Hogal. No existe, hasta el momento, un trabajo que reúna en condición de catálogo ese tipo de datos, por lo que la labor, a lo que se ve, tendrá que ser más bien detenida y reposada.

[8] Manuel Romero de Terreros (C. De las Reales Academias Española, de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando): APOSTILLAS HISTÓRICAS. México, Editorial Hispano Mexicana, 1945. 236 p. Ils., retrs., p. 120.

[9] Op. Cit., p. 121.

[10] Miranda Ojeda, Pedro, “Las fiestas nacionales en Yucatán durante el siglo XIX”, en Dimensión Antropológica, vol. 39, enero-abril, 2007, pp. 7-33. Disponible en: http://www.dimensionantropologica.inah.gob.mx/?p=412

[11] John Loid Stephens: Incidentes de viaje en Centroamérica, Chiapas y Yucatán. Tegucigalpa, Honduras 1ª ed., Secretaría de Cultura, Artes y Deportes, 2008. 240 p., p. 165-7.

[12] Luis Alberto Martos: ‘De toros y toreros en Yucatán’, Diario de Campo No 47, Boletín interno de los investigadores del área de Antropología, CONACULTA, INAH, México, Septiembre 2002, p. 2-4.

[13] Robert S. Chamberlain: Conquista y colonización de Yucatán. 1517-1550. México, Ed. Porrúa, 1982. (Biblioteca Porrúa, 57).

[14] Luis Ceballos Mimenza (Seud. YURI): SILUETAS. Relato de costumbres y tipos regionales, en verso y prosa, original de “Yuri”. Poemas, romances, siluetas, epigramas, cuentos regionales, boladas, etc., etc. Mérida, Yucatán, México, ediciones “Yuri”, 1934. (Sección Editorial).

[15] Op. Cit.

[16] CUARTOSCURO, revista de fotógrafos, año IV, número 22, enero-febrero de 1997: Patricia Martín: “Del Torito al Chocolomo” (ANA LUISA ANZA) p. 22-29.

SOBRE LAS PLAZAS DE TOROS DE NECATITLÁN Y EL BOLICHE EN EL MÉXICO DEL SIGLO XIX.

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CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Colección particular del autor.

   Además de la plaza del Volador, que dejó de funcionar en 1815, también se convirtieron en piezas emblemáticas de aquella ciudad decimonónica la de San Pablo y desde luego la del Paseo Nuevo, esto antes de la prohibición impuesta en 1867. Años más tarde, y recuperado el ritmo del espectáculo, surgieron otras tantas entre 1887 y 1889, como la de San Rafael, Colón, Paseo, Coliseo, Bucareli, Bernardo Gaviño, una más en la Villa de Guadalupe (hubo autor que comentaba sobre la existencia de una octava, aunque es probable que se tratara de un ruedo improvisado, mismo que sirvió durante algún tiempo para impartir clases de tauromaquia).

El solo hecho de que esta ciudad contó y ha contado con sinnúmero de plazas de toros, significa todo un reto estudiarlas, ubicarlas y recuperar de ellas sus más importantes referencias, para entender en qué medida fueron sitios de concentración popular con lo que se consumaban diversos espectáculos taurinos, sin faltar aquellos que ocupaban el espacio mientras no había temporada (esto es, funciones circenses, lucha de animales, ascensiones aerostáticas y otros).

Por ejemplo, Carlos Cuesta Baquero nos ayuda a conocer en una colaboración suya publicada en 1924 datos sobre la plaza de Necatitlán, que fue levantada en la actual Cinco de Febrero, “en una de las manzanas que limitan, por el occidente, con una plazoleta”.

Fue construida empleando tezontle, ladrillo, cantería y madera, aunque era feo y en nada consiguió la belleza arquitectónica ni la grandeza que merecen este tipo de edificios.

Gracias a un cartel impreso por la tipografía de don Mariano Zúñiga y Ontiveros –del que haciendo grandes esfuerzos no hubo forma de obtener algún ejemplar, salvo el que ahora adorna en detalle estas notas y que corresponde al año de 1831 gracias a la Imprenta de Rivera, dirigida por Tomás Guiol-. En aquel, se anunció la actuación de Sóstenes y Mariano Ávila, así como Luis Ávila que salió de sobresaliente. Se inauguró el 13 agosto de 1808, fecha en la que todavía se celebraba oficialmente la capitulación de la ciudad de México-Tenochtitlan.

Además, hubo otros personajes que figuraron en aquellos tiempos como es el caso de Manuel Bravo, el famoso Marcelo Villasana, “que luego, ya espada, recorrió toda la república, siendo admirado por nuestros ancestrales que comenzaban a contar y nunca terminaban las hazañas de tal lidiador”.

Ya que tengo el gusto de compartirles una auténtica joya, y me refiero al cartel anunciador para el festejo del domingo 4 de diciembre de 1831, vayamos a conocer qué sucedió aquella tarde, previo aviso:

TOROS. PLAZA DE NECATITLÁN. DOMINGO 4 DE DICIEMBRE DE 1831.

Cumpliéndose en este día el primer bienio del salvador PLAN DE JALAPA, por el que recobró la sagrada carta constitucional de debido imperio que tenía enervado el memorable periodo de nuestro fatalismo, y restableciéndose por tan laudable trámite el crédito nacional que pudiera haberse empañado para con las naciones extranjeras, la empresa, que no puede recordar sin la más satisfactoria emoción tan BENÉFICO GRITO, ha dispuesto solemnizarle en su citado aniversario de la manera siguiente:

Se lidiarán OCHO TOROS de los más sobresalientes; en tercer lugar, saldrá un embolado al tiempo que se presenten DOS POTROS ENCOHETADOS; y en el quinto se verán los FIGURONES EN BURROS a picar y banderillar otro embolado, a quien dará muerte con arrogancia el primer loco. Estas travesuras desempeñadas por el ánimo bien dispuesto de los gladiadores para esta clase de fiestas, no dudo que causarán el gusto de los dignos espectadores.

La plaza se estrenará con la moderna pintura que se le ha puesto a este fin, y se adornará con nuevas bandillas y gallerdetes, que todo manifestará nuestro cordial regocijo por tan preciosa memoria. La misma empresa, en obsequio de tan feliz acontecimiento, hará la voluntaria oblación de la mejor víctima del combate al menesteroso Hospicio de pobres.

Mexicanos: si la función propuesta merece vuestra benigna aprobación, la repetida empresa en este fausto día, inundada del júbilo más puro, entonará himnos encomiásticos sin fin al denodado CAUDILLO DE JALAPA [es decir, el mismísimo Antonio López de Santa Ana] y a los impávidos campeones que le acompañaron en tan meritoria jornada.

PRECIOS DE ENTRADA CON BOLETOS:

SOMBRA:

Lumbrera entera, 5 pesos

Gradas y tendido, asiento 4 reales (dos se cobraban en sol).

Los individuos que gusten tomar alguna lumbrera por entero, ocurrirán a la calle de Jesús número 6 de diez a doce, y desde esta hora en adelante al despacho de la citada plaza, en donde se les dará el número de la que tomen con sus correspondientes boletos.

EMPEZARÁ A LAS CUATRO EN PUNTO.

Fascinante discurso del que nos provee este valioso documento, permite entender el estado de cosas que sucedieron por entonces, no solo en lo taurino. También en lo político y militar.

El coso, dejó de funcionar hasta 1819, por lo que funcionó 11 años. Y como apuntaba, luego sirvió para diversiones con acróbatas y títeres. Sin embargo, el impreso que hoy aparece, se remonta a 1831, con lo que entonces es difícil dar por hecho el año de aquella supuesta desaparición, lo que significa pensar en que se trata de una segunda época para la plaza. Y justo, es el propio Roque Solares Tacubac quien nos encamina a una más –la de El Boliche-, con estas anotaciones:

“[Necatitlán] decayó porque tuvo su rival vencedora, en la plaza de toros de La Alameda, conocida popularmente por plaza de El Boliche” y de la que se comentarán algunos detalles a continuación.

Sobre la acera norte de la Alameda, donde antes estuvo la agencia de inhumaciones Gayosso, y luego el célebre edificio de la “Mariscala”, se instaló un auténtico corralón que lo mismo sirvió para volantines y boliches que para corridas de toros.

Fue inaugurado en 1819, siendo padrino de aquella ocasión el general don Domingo Rubalcaba. En el cartel estuvieron anunciados los hermanos Ávila quienes lidiaron toros de la vacada de Puruagua.

Como banderilleros: el famoso Marcelo Villasana y sus émulos, también notables, Dionisio Ramírez “Pajitas y Antonio Ceballos “El Sordo”. Picadores: “El Compadrito” y “El Palechito” (este apodo provenía de que aquel picador, provocaba al toro gritando “¡Éntrale Palechito!” (Padrecito, quería decir).

Recuerda Cuesta Baquero que, en esta plaza y entre los hechos que tuvieron notoriedad, se encuentra la cogida y muerte inmediata del banderillero “Pajitas” (probablemente sea Antonio Ceballos y no “Pajitas” el herido, puesto que el autor de las presentes referencias menciona que en un número de “La Banderilla”, periódico que se publicaba en 1888, aparece una estampa que recrea el percance, gracias a los buenos oficios de Iriarte, ocupándose de “El Sordo”). Y Se trata, como aparece en “La Banderilla” misma de

…la primera cogida que presenció el público mexicano.

En el año de 1819 se estrenó la plaza de El Boliche, construida en la calle de la Mariscala, lidiándose toros de la ganadería de Puruagua.

El banderillero Ceballos (a) El Sordo, al poner la segunda banderilla al primer toro de lidia, que era berrendo en cárdeno, voluntario y de poder, fue enganchado por el muslo derecho, penetrándole la llave [Entre las muchas denominaciones dadas a la cornamenta de los toros, “llave” es una de ellas] izquierda en el estómago.

Pero como verán, aquí también notamos un pequeño desacierto, pues no era Antonio sino Manuel Ceballos, de acuerdo a los datos que se encuentran en la “Historia de la cirugía taurina en México (De los siglos virreinales a nuestros días)”, de reciente aparición, y cuyos autores somos el Dr. Raúl Aragón López y quien firma la presente colaboración.

Termino anotando que Carlos Cuesta Baquero recuerda en ese percance, un asunto más que parecido al que varias décadas después enfrentaron Lino Zamora, Braulio Díaz y Prisciliana Granado en claro triángulo amoroso. Pues una situación similar la encararon “Pajitas” y “El Sordo”, los dos enamorados de la misma mujer por lo que pusieron de por medio el riesgo, siendo la del Boliche, la plaza que sirvió como triste escenario de aquella tremenda cornada en el vientre que recibió el infeliz banderillero.

Terminaron los días de ese coso en 1835, según lo refiere Cuesta Baquero para dar paso a la inauguración de San Pablo, en 1835, y que pudo ser un año antes, de no haberse presentado una epidemia de “cólera asiático”, causa que provocó la prohibición en la aglomeración de personas, y en consecuencia de las diversiones públicas.

OTRAS PLAZAS DE TOROS EN LOS PRIMEROS AÑOS DEL SIGLO XIX MEXICANO.

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CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

  POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

 

Composición elaborada a partir de dos interesantes y curiosos documentos:

A la izquierda de MÉXICO PINTORESCO. COLECCIÓN DE LAS PRINCIPALES IGLESIAS Y DE LOS EDIFICIOS NOTABLES DE LA CIUDAD. PAISAJES DE LOS SUBURBIOS. L. 1853. INTRODUCCIÓN POR FRANCISCO DE LA MAZA. México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1967. X + 46 p. Ils. Exterior de la plaza de toros de San Pablo, hacia 1853, veinte años después de los acontecimientos que aquí se han recordado. A la derecha, un hermoso cartel anunciador orlado finamente, y salido de la tipografía de Manuel Murguía, mismo que daba cuenta del festejo a celebrarse la tarde del 6 de septiembre de 1857. Ambos, de la col. digital del autor.

    Hacia los años 20 del siglo antepasado, además de las ya conocidas plazas de El Boliche y Necatitlán, hubo algunas más como la Plaza Nacional de Toros, una más ubicada en el predio que actualmente ocupa el actual Museo del Caracol en Chapultepec y que, recientes estudios arqueológicos así lo comprueban, remontando dicha evidencia al año 1833. También hay algunas afirmaciones de que, por los rumbos de Tlalpan, y esto a finales del siglo XVIII o comienzos del XIX, se ubicó otra, antecedente directo de la de “Vista Alegre”, que funcionó en la tercera década del XX.

A estos sitios, deben sumarse las plazas de Don Toribio que funcionó entre 1813 a 1828; la de Jamaica (de 1813 a 1816), o la de la Lagunilla, que venía siendo un coso en servicio para estas diversiones desde el siglo XVII y que alcanzó el XIX.

Del mismo modo solo que intermitentemente llegó a funcionar la Real Plaza de toros de San Pablo, pues sus orígenes se remontan a 1788. Luego sirvió entre los años de 1815 y 1821, pues de acuerdo a ciertos acontecimientos, el coso fue blanco de un incendio antes de que se consumara la independencia mexicana, hecho ocurrido el 27 de septiembre de ese 1821.

Por cierto, a ese extraño accidente, dedica buena parte de su atención el célebre Carlos María de Bustamante, quien no siendo precisamente un personaje público a favor del espectáculo taurino, cuestionaba constantemente su dinámica. Pero al referirse al percance, escribió que la plaza “quedó reducida a pavezas”.

Pocos meses después, esto el 18 de mayo de 1822, fue proclamado emperador Agustín de Iturbide, por lo que las fiestas en honor a dicha asunción, incluyeron varios festejos taurinos, mismos que se desarrollaron en la Plaza Nacional de Toros. Curiosamente se han encontrado datos en la Gaceta del Gobierno Imperial de México, la cual proporciona noticias que afirman se disponga de la plaza de San Pablo para llevar a cabo una temporada de 16 festejos. Sin embargo, no fue sino hasta el 7 de abril de 1833, ya en una segunda etapa, que recuperó su ritmo, aunque hay referencias de que también otra fecha importante para el reinicio de las funciones sucedió en el curso de 1835. Se cree incluso que ahí debutó Bernardo Gaviño, justo el 19 de abril de ese año, aunque afirma Domingo Ibarra que en realidad, la presentación ante los aficionados de este país, se registró en la de Necatitlán, lo que es muy probable haya ocurrido en 1829, de acuerdo a datos que también nos proporciona El Arte de la Lidia, N° 7, año I, del 7 de diciembre de 1884 donde reporta que “el decano de los toreros, Bernardo Gaviño” se encontraba en México desde 1829.

Aquellos escenarios y según ya se ha dicho, fueron construidos con madera, como material básico. Así que su permanencia no se garantizaba salvo que fuesen remudadas sus estructuras, expuestas, sobre todo, a las inclemencias del tiempo o a las llamas. Si bien la plaza de San Pablo estuvo sujeta a diversas condiciones, una de ellas fue que, en tiempos de la invasión norteamericana a nuestro país (de finales de 1846 a comienzos de 1848), tuvo que ser desmantelada en su mitad, para que el maderamen se enviara al hospital de San Pablo y con aquellos tablones, habilitar entonces camastros o camillas que sirvieran para la atención de incontables heridos en las diversas batallas ocurridas en nuestra ciudad.

Volvió a reinaugurarse el 15 de diciembre de 1850 y dejó de funcionar, definitivamente en 1864.

Esta plaza merece un trabajo muy intenso de investigación, pues en ella se presentaron incontables toreros que en similares circunstancias ya habían pasado por el ruedo de la Plaza Nacional de Toros. es decir que por ambos escenarios aparecieron con frecuencia: José María Rea, Mariano González “La Monja”, Luis, Sóstenes y José María Ávila, Marcelo Villasana, Pablo Mendoza, Basilio Quijón, Legorreta, Gumersindo Rodríguez, Andrés Chávez, Vicente Guzmán, Dionisio Caballeros “Pajitas”, y tres picadores –uno, Morado de apellido-, y los célebres Magdaleno Vera y Juan Corona.

A estos nombres he de agregar los de Bartolo Morales, Pedro Fernández de Cires, Clemente Maldonado, Manuel Ceballos, Guadalupe González, José María Guerrero, Marcelo Caballero, Luis Álvarez, José Castillo, José María Clavería y José Tovar, entre otros muchos.

También he de referirme a personajes como un tal Pimentel, de origen español, igual que sus compatriotas Juan Gutiérrez y Joaquín González El Calderetero, datos que dan suficiente razón para afirmar primero, que ellos fueron continuadores de un antiguo diestro, que vino a la Nueva España hacia 1766 y que decidió quedarse, para alcanzar su retiro a finales de aquel siglo. Me refiero a Tomás Venegas El Gachupín Toreador, pero también por el hecho de que con estos personajes, el ambiente taurino alcanzó condiciones para recibir a Bernardo Gaviño. Si bien, el ambiente antiespañol era un factor muy sensible, es de creer sobre el hecho de que personajes como los aquí citados, condescendieran al estado de cosas, e incluso se adecuaran o adaptaran de manera forzosa o natural, con lo que terminaron siendo aceptados. Vale la pena recordar que el reconocimiento diplomático que España otorgó a México respecto a la independencia, se dio hasta 1836, lo cual significa haberse convertido en un proceso político tardío. Aún así, creo que la labor paciente de estos protagonistas extranjeros, alcanzó buenos resultados, pues fueron ellos quienes de alguna manera transmitieron y desplegaron los avances más técnicos que estéticos ya alcanzados años atrás en España, sobre todo a partir de la “Tauromaquia o arte de torear” evidencia importantísima que había propuesto José Delgado “Pepe Hillo” desde 1796 y que luego se reafirmó con la que Francisco Montes pondría en vigor en 1836, tras la publicación de su “Tauromaquia completa o sea el arte de torear en plaza…”

De lo anterior habría que concluir sobre el hecho de que aún, al margen de la anhelada emancipación que dio como resultado el nuevo estado-nación, no fue posible que se desataran ciertos hilos invisibles, mismos que permitieron, en lo taurino, que se hiciera evidente una continuidad y donde se intensificó el mestizaje, al grado de que como lo he afirmado en la biografía del propio Bernardo Gaviño quien fue un español que en México hizo del toreo una expresión mestiza durante el siglo XIX.

El mestizaje como fenómeno histórico se consolida en el siglo antepasado y con la independencia, buscando “ser” “nosotros”. Esta doble afirmación del “ser” como entidad y “nosotros” como el conjunto todo de nuevos ciudadanos, es un permanente desentrañar sobre lo que fue; sobre lo que es, y sobre lo que será la voluntad del mexicano en cuanto tal.

Históricamente es un proceso que, además de complicado por los múltiples factores incluidos para su constitución, transitó en momentos en que la nueva nación se debatía en las luchas por el poder. Sin embargo, el mestizaje se yergue orgulloso, como extensión del criollismo novohispano, pero también como integración concreta, fruto de la unión del padre español y la madre indígena.

Bernardo Gaviño no era un torero más en el espacio mexicano Con él va a darse la correspondencia y la comunicación también de dos estilos, el mexicano y el español de torear que, unidos, dieron en consecuencia con el panorama universal que, sin saberlo se estaba trazando. Más tarde, Ponciano Díaz, pero fundamentalmente Rodolfo Gaona remontan este nivel de calidad a su verdadero sentido que nutre -por igual- a España que a México.

Bernardo, seguramente no imaginó que su influencia marcaría hitos en el avance de una fiesta que, con todo y su bagaje cargado de nacionalismos, a veces alcanzaban extremos como el chauvinismo o el jingoísmo por parte del pueblo (el concepto “afición”, con toda su carga de significados, despertará plenamente hasta 1887). Goza el gaditano de haber sido protagonista de epístolas y novelas (como las de Madame Calderón de la Barca o Luis G. Inclán). Su nombre adquiere fama en importante número de versos escritos por la lira popular y en más de alguna cita periodística de su época, lograda por plumas de altos vuelos literarios.

Pues todos, o buena parte de estos acontecimientos y con ese rico despliegue de personajes, se desarrollaron en la plaza de San Pablo, de la que hasta hoy, disponemos de algunos carteles, muy pocos, ante el hecho de que fue sitio y escenario de sinfín de festejos. Por fortuna, esa sólida existencia documental, o la que nos proporcionan diversos viajeros extranjeros. Incluso, todas aquellas inserciones periodísticas han de servirnos para reescribir en forma debida y correcta las historias sobre diversas plazas de toros, y donde ocupa un lugar de privilegio la Real Plaza de toros de San Pablo, de célebre memoria.

Referencia de José Francisco Coello Ugalde: Bernardo Gaviño y Rueda: Español que en México hizo del toreo una expresión mestiza durante el siglo XIX. Prólogo: Jorge Gaviño Ambríz. Nuevo León, Universidad Autónoma de Nuevo León, Peña Taurina “El Toreo” y el Centro de Estudios Taurinos de México, A.C. 2012. 453 p. Ils., fots., grabs., grafs., cuadros.

LO QUE DEBE SEGUIRSE APRENDIENDO DE TOROS…

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EDITORIAL. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Así se observaba la plaza de toros “México” justo la tarde en que se conmemoró el LXXIII aniversario. Imagen de Gilberto Coello Ramírez.

   Esta tarde, la del 10 de febrero de 2019, concluyó en la ciudad de México una temporada taurina más, la 2018-2019. Su balance entra en el difícil territorio de análisis y reflexiones, del que esperamos posturas honestas de parte de la prensa.

   Y al más viejo estilo, va “una pica en Flandes…” de mi parte.

   Quienes nos consideramos aficionados, nos preocupa muchísimo el incierto aquí y ahora con que se deja notar la dinámica del espectáculo, lo cual se convierte en importante señal para el futuro inmediato. Por lo tanto, estamos conscientes de que las cosas no marchan bien.

   “Ya salió el pesimista de siempre”, dirán unos. “Y al final, no se resuelve nada”, comentarán otros.

   Considero que, en estos últimos años, se ha vivido la peor situación encarada por la Tauromaquia mexicana, misma que no da señales de garantizar su futuro, en medio de diversas circunstancias, una de las cuales es la del constante golpeteo que proviene de los contrarios. Otra es la falta de cohesión entre los diversos sectores que integran el espectáculo (no solo el dedicado a la organización de cada festejo), sino de aquellos grupos que pretenden convertirse en aislados frentes de lucha, en vez de integrar un auténtico ejército tal cual sucede, por ejemplo, con el fenómeno de las redes sociales. Otra más, sensible a cual más, es esa desagradable ausencia en el apoyo a la cultura taurina, que brilla por su ausencia.

   A lo anterior, debe agregarse el preocupante síntoma de plazas semivacías, la falta de una, dos o más figuras del toreo capaces de liderar, desde la supremacía misma, el estado de cosas en asuntos taurinos.

   No miento si digo que, desde la despedida de “Manolo” Martínez (aquella de 1982 que no fue tal, y luego la definitiva cinco años después), no ha habido nadie, absolutamente nadie capaz de ocupar el sitial que dejó desde entonces. ¡Ya han transcurrido 32 años en que seguimos esperando otra gran consagración…!

   Mientras se desarrollaron los diversos festejos de la temporada que ha llegado a su fin, no hubo, a lo largo de todas las tardes un solo lleno, pero tampoco, y ni por casualidad, se dio el fenómeno de que ese o aquel triunfo conmocionara de alguna forma la vida social de este país.

   Tuvo incluso que cederle lugar, el domingo 3 de febrero a la final del “Superbowl” pues el atractivo de tal deporte, alcanzó cotas nunca antes imaginadas, gracias no solo a la cobertura que lograron los medios masivos de comunicación, sino al hecho de que es uno de los deportes mejor posicionados en la nación vecina.

   Es más. Hoy día, entre la ciudad de México y la zona conurbada, debemos estar concentrados unos 25 millones de habitantes, suficiente cantidad no solo para garantizar la pervivencia del espectáculo, sino para la de otros muchos, gracias al enorme abanico de posibilidades relacionadas con las diversiones públicas. Lamentablemente los elevados costos de entrada, se convirtieron en otro factor causante de las bajas entradas. Aunado a ello, la afición tampoco respondió debidamente pues la empresa no garantizó, en buena parte de los festejos, una presencia apropiada del ganado y los nuevos asistentes, en su mayoría jóvenes, no estuvieron dispuestos a regresar por el solo hecho de que los resultados no fueron los que esperaban, o a la sola razón de que no fue de su interés. A lo anterior, la confección de carteles tampoco fue una razón atractiva, pues se dio en muchos casos aquello de “más de lo mismo”, con lo cual solo viene la resignación. Pero el lleno, en cualquiera de todas esas tardes, jamás se dio.

   Los medios masivos de comunicación, ya sea por radio, T.V., o internet no cubrieron las expectativas de información debidamente, y aunque existe un conjunto notable de estos elementos, fueron muy pocos los que decidieron informar debidamente el desarrollo y análisis de cada festejo. Hoy, podemos apreciar en el callejón, la desmesura de buena cantidad de prospectos en eso de la transmisión, pero pocos son los que cuentan con un conocimiento cabal de la cosa taurina. Ha cambiado en mucho ese aspecto, tanto que hace 30 o 50 años, dos o tres personas eran suficientes para transmitir por radio o T.V. la corrida o novillada (me refiero en particular a José Alameda, Paco Malgesto, y a Morenito). Hoy, ese número se multiplica notablemente, pero sin los resultados que esperamos. Tanto monta, monta tanto…

   Por su parte, la autoridad, así en minúsculas, no salió bien librada pues dejó enormes dudas de su desempeño, con lo que la ausencia de la autoridad de la autoridad volvió a ser notoria en casos evidentes, ya sea por haber aprobado encierros de dudosa edad, por la concesión no siempre justa o equilibrada de trofeos o de honores a los restos de ciertos ejemplares que no siempre estaban de acuerdo con el sentir popular. No hubo, cuando debió ser, ningún llamado de atención a diversos participantes que cometieron excesos o graves errores. El reglamento taurino del que dependen los representantes que ocupan el palco del juez de plaza, debe ser un instrumento que por su parte debería estar perfectamente aprendido y aprehendido también, para ponerlo en práctica en cualquiera de sus partes. Solo que necesita una puesta al día y adecuarse no para el relajamiento ni para la extralimitación. Solo se requiere sentido común y rigor para recuperar credibilidad.

   Toca el desempeño de la empresa.

   Si hay que preguntarle a la administración de la plaza por tan malas entradas, ello no puede deberse a malas combinaciones en los carteles, sino al poco poder convocatoria que les es consubstancial. Un buen cartel deberá serlo en la medida en que más de un elemento se convierte en atractivo o garantía. Si así fuera, la afición no tendría ningún inconveniente en pagar bien, lo que sea, pero sabedora de lo ofrecido.

   El “Auditorio Nacional” es el mejor ejemplo. Programan al cantante de moda –que les gusta, ¿toda una semana?-, incluyendo un impresionante despliegue de publicidad. Cada función se convierte en garantía de lleno (no importando horario ni precios), la gente paga y está dispuesta a hacerlo, recibiendo en cambio un buen resultado. ¿Por qué en los toros no?

   Ustedes saquen sus propias conclusiones.

   La empresa, a diferencia de “Las Ventas”, si es que deben ponerse las dos en un mismo nivel, sigue ocultando en su “cobertura” la materia prima: toros o novillos lo cual por el lado de “Las Ventas”, se les deja ver, desde que han integrado su página oficial, sin mayor miramiento. Ofrecen novillos, son novillos. Ofrecen toros, y son toros, a reserva de la opinión de jueces y veterinarios, lo que aquí no es práctica común. Eso le dice a cualquiera qué producto se “vende”. De lo anterior puede concluirse con la idea de que por parte de la empresa capitalina, no ha habido, ni habrá voluntad de dar certeza a la transparencia.

   A lo anterior, agrego esa obtusa terquedad en permitir un desordenado ambiente comercial que se desborda sin control, ocupando sitios que obstruyen el tráfico peatonal. No imagino una emergencia, que puede derivar incluso en una estampida.

   Y algo más. Su obsesión por los esquilmos. Gracias a ese generoso y atractivo concepto, contamos con cantinas al interior de la plaza -¡habráse visto!-. Gracias a eso, se incrementó el número de personas que circulan sin control alguno ofreciendo sus mercancías, sin que haya ningún inspector que ponga control al respecto. Ya habrá autoridad en esta nueva experiencia política que vive el país desde diciembre de 2018, como para imaginar, desde luego en forma bastante ingenua, que ha de imponerse energía y rigor para evitar estos deslices empresariales, que son tantos. Por eso, siguen sin hacernos creer que el espectáculo debe resignificarse hasta lo último.

   En realidad, el tiempo de solución se va reduciendo, y la apuesta por darle fortaleza al espectáculo se puede diluir en algo que vamos a lamentar, de no actuar debidamente a tiempo.

   Están encaminados una serie de esfuerzos para ese reposicionamiento, pero no basta si ante la posibilidad de fortalecer ese paso fundamental (hacia la UNESCO), no se sigue demostrando porqué queremos conservar ese patrimonio.

   En fin, y al final de este balance escribo las últimas y escasas líneas para decir algo sobre los contrarios. Están en lo suyo, se documentan, dicen estar preparados para la madre de todas las batallas, pero insensibles como son de lo otro, desconocen que existe un espíritu en la propia entraña de esta nación, al menos de la nuestra, como para entender que el peso de una costumbre primero. De un ritual que proviene de muchos siglos atrás después, no puede alterarse en su esencia. Destruirían, como ya lo hicieron, elementos de la vida cotidiana que se concentraba en el ámbito del circo, por ejemplo. Y aunque el circo podría tener menor presencia, pero posee también una raíz profunda, esta es resultado de aquellos componentes que dieron forma a diversos aspectos que significaron diversas formas de entretenimiento, basadas en códigos que le vienen de una distante antigüedad, como los toros.       Febrero 11 de 2019.

ANUARIO DE AVISOS, CARTELES y NOTICIAS TAURINOS MEXICANOS. 1887. (1 de 2).

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CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 

Cabecera de un cartel anunciador de la plaza de toros de Colón. (Ca. 1887). Incluye un grabado de Manuel Manilla. Col. digital del autor.

    ¿Quiere usted saber por qué fue tan importante en lo taurino el año 1887?

Los siguientes apuntes, provienen de mi “Anuario de avisos, carteles y noticias taurinos mexicanos. 1887” (Aportaciones Histórico Taurinas Mexicanas N° 109). 350 p. Ils., retrs., facs. (Inédito).

El toreo, debemos entenderlo como un sentido compatible con las razones que van camino de definir nuestro ser. Los toros como manifestación técnica y estética, también expresan carácter de identidad. México como nación es una historia con un impacto dramático muy especial, por cuanto existe en la múltiple ambición reducida a una de las partes de “Fuente Ovejuna” de Lope de Vega; al respecto de aquello que dice: “Todos a una”. Fueron muchos años de intensa exploración muy costosa, pero algo satisfactorio había de llegar. Como sentido pasajero arribó en 1867, año de la Restauración de la República. La fiesta, se comportaba justamente como respuesta mimética -si es válido etiquetar así tal síntoma- del orden de cosas existentes plaza afuera.

Es el siglo XIX una veta riquísima donde ocurren a poco de sus comienzos las jornadas bélicas de independencia. Tras ese hecho histórico se generan los normales deseos de cambio en todas las estructuras de la sociedad. Y no podía faltar la taurina. Sin ser notorio un lineamiento para dar continuidad a la tauromaquia peninsular -como resultado de esa liberación-, se ponen de moda géneros de diversión sui géneris, como las “jamaicas”, “montes parnasos”, “toros embolados”, y un “toreo campirano”, conceptos todos ellos practicados en los escenarios dispuestos para su puesta en escena: la plaza de toros. Allí mismo se dieron a la tarea de recuperar la noción del toreo algunos de los espadas mexicanos como Luis, Sóstenes y José María Ávila, Pablo Mendoza, y otra pléyade, los cuales compartían las palmas con Bernardo Gaviño y Rueda quien trajo de España el contexto más vigente del arte de torear para entonces.

Esta mezcolanza fue de la mano hasta el arribo del año 1867, momento en que bajo el régimen de Benito Juárez -de gesto proliberal y administrativo para con el asunto en tratamiento-, ponen en entredicho la “anarquía” entonces prevaleciente en las corridas de toros; por lo que no se concede licencia para la lidia de toros en el Distrito Federal. Tal prohibición se prolongó largos 19 años y meses. En tanto, plazas provincianas permitieron la extensión de aquellos festivos deleites y Cuautitlán, Tlalnepantla, El Huisachal, Toluca, Pachuca, Puebla y otras eran escenario perfecto para tan significativos goces populares.

Manuel Manilla. Lance de capa con una rodilla en tierra. Grabado. EN ¡VER PARA CREER! El circo en México. Museo Nacional de Culturas Populares, 1986, p. 29.

   Fue a finales de 1886 en que se derogó el decreto antedicho, lo cual permitió que se produjera un auge sin precedentes en la historia taurina de México. Se construyeron plazas de toros, se inició un reencuentro del periodismo con el aficionado, haciéndose notorio el lado didáctico de ese empeño. La llegada de los toreros españoles marca un punto de partida para lograr, además de una competencia con nuestros toreros, el enraizamiento de por vida del toreo de a pie, a la usanza española y en versión moderna.

De ese modo vinieron a erradicarse viejos vicios y comenzó una nueva etapa donde se hizo notoria una asimilación y un deseo por encauzar la fiesta brava en el derrotero definitivo. Para ello, sirvió la labor constante, activa y combatiente de los periodistas, verdaderos conocedores del arte de “Cúchares” y que para mayor beneficio de la afición, abrevaron de obras fundamentales venidas de la península ibérica. La creación de grupos como el “Centro Taurino espada Pedro Romero” marcó otro triunfo más poniendo de manifiesto el ideal de una tauromaquia largamente esperada en México. En oposición a ello, hay tribunas y existen públicos que son afectos a los valores mexicanos, cuya situación perderá terreno conforme vaya dominando la nueva arquitectura en el panorama nacional.

No solo eso. También se debe hacer notar un sentido de independencia radical manifestado por Filomeno Mata, Eduardo Noriega Trespicos, Wenceslao Negrete o por Manuel Gutiérrez Nájera,[1] principales representantes del entorno de una actividad periodístico-político-taurina, donde se encuentran dos vertientes opuestas cuya labor se cimenta en ideologías de un nacionalismo exacerbado con ejemplos como El Monosabio, El Arte de la lidia, El arte de Ponciano, La verdad del toreo, contra la visión del prohispanismo donde La Muleta, y El Toreo Ilustrado fueron los exponentes más claros y en donde se encuentra un empeño en consolidar sus propósitos. Tales corrientes del pensamiento periodístico constituyen a la larga, un baluarte para definir estructuras pedagógicas inapreciables. Y si en un principio no fueron estables, al final ganaron en calidad con una prensa reforzada total e ideológicamente, pero que luego fué perdiendo valores por la incapacidad moral de muchos llamados “periodistas”, cuyo descaro provoca deformación en las ideas colectivas pues no utilizan su fuerza sino para todo, menos para sancionar con justicia las cosas habidas en el toreo.

Fondo “Díaz de León”. Dublán y Cía. Toreros, S. XIX. Se trata de Ponciano Díaz y Luis Mazzantini. Ambos tuvieron notable presencia el año de 1887.

   José Machío y Luis Mazzantini, españoles ambos, son la motivación adecuada para definir eternamente una expresión de torear tal y como hoy la conocemos. Desde luego, hace un siglo vinieron a sembrarse esas raíces que, junto a las de Ponciano Díaz, máximo representante de la torería mexicana, fueron adquiriendo forma, expresión y belleza, al paso de los años. El arte y la técnica concurren a poner el toque distintivo y permanente de la razón con que se inicia y desemboca todo este gran movimiento del toreo moderno en México.

Y sin saberlo, Benito Juárez o las autoridades administrativas responsables del momento, en vez de perjudicar a la fiesta propició en gran medida -o al menos, influyó- en los cambios radicales de la fiesta de los toros al final del siglo XIX. Aunque de hecho, la derogación fue motivada por la urgencia de costear las obras del desagüe del Valle de México.

Esto seguía siendo una cuestión normal, luego de que en el siglo XVIII, las fiestas taurinas fueron utilizadas como apoyo económico, y servir de esa manera a mejorar muchas obras públicas, razón que una vez más, vuelve a presentarse en los momentos de la recuperación del espectáculo en la capital del país.

Con la reanudación casi 20 años después al decreto autorizado por Juárez, sucede lo que puede considerarse como un “acto de conciencia histórica”, intuido por aquellos que lejos de la política intervinieron en la nueva circulación taurina en la capital del país. Se preocuparon por rehabilitar lo más pronto posible aquel cuadro lleno de desorden, un desorden si se quiere, legítimo, válido bajo épocas donde las modificaciones fueron mínimas. Uno de esos participantes fue el entonces popularísimo diestro Ponciano Díaz que si bien, pronto se alejó de esos principios y los traicionó, dejó sentadas las bases que luego gentes como Eduardo Noriega -dentro del periodismo-; los miembros del centro Espada Pedro Romero y el Dr. Carlos Cuesta Baquero, serán los representantes natos de aquella reforma que superó felizmente el crepúsculo del siglo XIX. Y Ramón López se suma a este movimiento.

Por otro lado, el aprendizaje de las tareas charras adquirido por Ponciano es el producto de una herencia y una vivencia profundamente ligadas a la actividad cotidiana ejercida en el campo bravo de Atenco. Allí se formó con profundo apego a las normas y cuando “rompe” al mundo exterior no se divorcia de todo un aparato formativo; al contrario, sigue practicándolo pero combina las formas de torear entonces en boga, con su auténtica expresión de charrería. Logra gustar en buena parte de su trayectoria, aunque más tarde cae en vicios que no puede dominar, siendo víctima de su propia ceguera, trampa de la que ya no podrá salir. Estos “vicios” fueron en Ponciano formas de aceptar lo impuesto por España y después negarlas; o en su defecto, insinuar que ya era posible verle torear como los hispanos, cuando no se trataba más que de un consumado charro metido a torero. Un charro de fuerte arraigo social al que le toca enfrentar el más radical de los cambios para el toreo en México durante el siglo XIX.

Frente a aquel estado de cosas, vale la pena una revisión crítica que parte de la razón con que Ponciano Díaz se desenvuelve de 1876 a 1887 -en provincia, desde luego- con el afecto popular de su lado, hasta que empieza a desarrollarse ese periodismo que no se sustenta en florituras ni en aguerridas estampas de la charrería o el jaripeo. Ese nuevo periodismo incorpora los valores de una noción moderna que en España daba grandes frutos y en México se perfilaba a inicios bien sólidos. Pero también se da el periodismo que favorece el quehacer de Ponciano, figura principalísima de ese momento.

Dejemos un momento la situación netamente torera y vayamos al aspecto que se sumerge en los aspectos de carácter social, propios del porfiriato. Para ello, cuento con una fuente importante, la de William Beezley, investigador de la North Carolina State University, y su artículo: “El estilo porfiriano: Deportes y diversiones de fin de siglo”.[2]

En ese trabajo no sólo se encuentra la envolvente de las diversiones, sino que también no deja de repasar las condiciones políticas y sociales del momento. Veremos más adelante el espacio dedicado a los toros y las imprecisiones en las que incurre.

Acierta Beezley al decir del régimen y sus engranes, que

Los porfiristas unían todo con una laxa ideología a base de positivismo compteano con toques de catolicismo o anticlericalismo, de indianismo o anti-indianismo y con dosis más o menos grandes, más o menos pequeñas de la fe liberal en la eficacia de la propiedad.[3]

Justo es precisar que si bien, el autor se dejar llevar por el lado de los juegos, es de persuadirnos con anticipación del análisis que hace sobre el régimen para así evitarnos caer en situación semejante.

Dice que en 1895 se resuelve un gran problema habido entre iglesia y estado (que no es más que el de la política de conciliación). Por tanto la feliz solución a todo esto fue la coronación de la Virgen de Guadalupe -el 12 de octubre de 1895- que no hubiera tenido lugar sin el permiso del Papa y sin la aquiescencia de don Porfirio.

Por esa y otras razones se piensa que se dio paso a un optimismo no solo reflejado en política o economía sino que como persuasión cultivase con los entretenimientos, “porque los mexicanos escogían claramente y sin ambigüedades su diversión” dice Beezley. El citado optimismo parte también de una llamada “tranquilidad política” y del “éxito económico”, no por la ideología política o la filosofía económica en cuanto tales. Ello daba o apuntaba en el sentimiento popular de que el mexicano común pensara en el porvenir lo cual significa la ya citada “persuasión”.

En cierta forma, esa reacción popular era apenas algo más que una manía, que se extendió por la nación hacia 1888. Se desvaneció con la depresión de 1905, y desapareció con el estallido de la revolución en 1910.[4]

Llama la atención la cita de 1888. Justo es recordar que ubicado el asunto temporal en el toreo, ha corrido un año aproximadamente después de la recuperación de la fiesta en la capital del país.

Cabecera de la revista de toros La Muleta. Noviembre de 1887. Col. digital del autor.

Nuestro autor presenta según su perspectiva asimilada al concepto taurómaco. El mismo confiesa que “los anglosajones veían todo con horror”. Cita con alto grado de superficialidad e incluso hasta de cierta desinformación el proceso de las formas que constituían al toreo en el siglo XIX en un tono próximo al de guía de turistas.

Es importante -antes de abordar el punto central- su opinión sobre los valores que resaltan del espectáculo decimonónico.

Durante el siglo XIX, la corrida fue metáfora de la sociedad mexicana. El “presidente” representaba al caudillo, cacique o patrón que regía las actividades de todos y señalaba el ritmo del quehacer diario. Solo en una sociedad paternalista podía tener sentido un ritual semejante. Los “actores” señalaban jerarquías sociales en las que cada hombre desempeñaba su papel y dejaba que la sociedad como un todo llevara a cabo la tarea. Aunque había cooperación entre banderilleros, picadores y toreros, no formaban un verdadero equipo. El matador dependía de los demás, pero sin duda pertenecía a una jerarquía más alta y recibía todos los honores.

El matador era epítome de la fiesta; debía mostrar aquellos atributos que, dentro de ese orden masculino, se consideraban más valiosos. Tenía que enfrentar a la naturaleza despiadada en su expresión más feroz: el toro enfurecido. El torero debía ser más valiente, inconsciente en su desconsideración, firme ante la caída del toro; debía olvidar riesgos, ignorar heridas y temores y arriesgar por el honor aun su vida. Pero sobre todo debía actuar con gran cortesía y refinado decoro. Campesinos, peones, léperos, trabajadores -la sociedad entera (los comentaristas señalaban a menudo que el público era una muestra de la sociedad)- admiraban la cortesía mexicana, la impavidez ante el peligro y la necesidad de hacer frente a cualquier riesgo. La corrida reunía crueldad, sangre y muerte, pero también la vida.[5]

Lo anterior resume el concepto de estabilización que obtuvo el toreo luego de superar además de la prohibición de 1867, las condiciones mismas de búsqueda y ubicación debido ello al natural curso de una fiesta sin tutoría específica; más que la del libre albedrío.

Llegamos a lo que puede ser un serio problema de apreciación y ubicación temporal por falta de conocimientos sobre el tema. No es negado que bajo el porfirismo y por razones que se han de explicar en su momento, se prohibieron las corridas de toros de 1890 a 1894 y no como lo dice Beezley, que

En el primer gobierno de Porfirio Díaz se prohibieron las corridas en el Distrito Federal y otros estados importantes, incluso Zacatecas y Veracruz. Esta restricción duró hasta 1888, año en que se permitieron otra vez en la capital, los estados mencionados y el resto del país.[6]

Donde de plano las cosas desquician -y es de lamentar el esfuerzo del estudioso norteamericano- es al justificar las causas de aquel bloqueo, causas que bien podían encajar dentro de las condiciones propias de 1867 y dentro de la personalidad no del dictador sino del presidente liberal que lo fue Benito Juárez. O por el otro lado, pensar en Díaz, pero en el Díaz de 1890-1894, periodo de la ya citada futura prohibición. Así, la primera causa es que se haya debido a

la ambición política y nacionalista de Díaz (¿progresista y de avanzada por parte de Juárez?). Quería este el reconocimiento diplomático y político de Estados Unidos y Gran Bretaña, países que criticaban duramente el atraso de la sociedad mexicana, y describían al país como una tierra de bandidos que tenía un gobierno inestable, no pagaba sus deudas y que además se complacía en la crueldad con los animales. Se referían a las corridas como simple hostigamiento del toro, en las que se atormentaba al animal para distracción del público, y se le mataba solo cuando la multitud caía en el aburrimiento. Al prohibir las corridas en la capital, en un puerto tan grande como Veracruz y en Zacatecas, la principal zona minera, pocos extranjeros verían el espectáculo, con lo que el dictador afianzaría su imagen de reformador que sacaba a México de la barbarie para colocarlo en la comunidad de las naciones occidentales.[7]

Posiblemente se hayan generado los ataques por parte de Gran Bretaña y Estados Unidos pero no por la mera intención de orientarlos a la “barbarie” arrojada por el espectáculo taurino. Es posible sí, que los viajeros norteamericanos o europeos se hayan expresado en oposición o con repudio hacia la fiesta torera (v.gr. W. H. Hardy, Latrobe y otros). Vemos en la literatura consultada para la confirmación de aquel progreso o retraso de las economías que sí, efectivamente hubo avance aunque se soslaya el problema social -entonces muy intenso entre las capas inferiores- para darle a las altas esferas todo favorecimiento en diversas ramas de la economía. También ocurre dentro de este cuadro de economías un impacto de las inversiones extranjeras que permitió desarrollos que no pudieron frenar aun así la explotación.

Pensamos finalmente que siendo los Estados Unidos de Norteamérica y la Gran Bretaña dos potencias de donde se apoyaba México con los grandes préstamos, ese reclamo se haya hecho notar en plena época del dominio juarista.

Nuestro país, fue en un momento “tierra de bandidos”. La resaca de guerras internas, motivo este de definición por muchos años de nuestro destino y nuestra razón de ser, arrojó un constante “desempleo” de la parte castrense porque

La república restaurada va a ser de tipo civil, lo castrense está supeditado al civilismo. Se busca la pacificación y se licencia la tropa, aumentando por eso el bandolerismo.[8]

Que conste la “tierra de bandidos” sigue dando cosecha. La prohibición tuvo reflejo en los siguientes puntos del país: Puebla, Chihuahua, Jalisco, Oaxaca, San Luis Potosí, Hidalgo y Coahuila (y nunca Veracruz y Zacatecas. Incluso en Zacatecas toreó mucho Lino Zamora allá por los años setenta). Otra contradicción.

El Gral. Porfirio Díaz era afecto a las corridas de toros. Incluso se dice que en sus años mozos “echaba capa”. Asistió en distintas ocasiones a corridas y eso de que “afianzaría su imagen de reformador que sacaba a México de la barbarie para colocarlo en la comunidad de las naciones occidentales” no es directamente un reflejo brotado de aquellos grupos asistentes a las fiestas toreras. Sí

del panorama social (del que) fueron desapareciendo los agresivos y ásperos perfiles de mochos y chinacos al ser sustituidos por el comedimiento enchisterado de esos hombres y mujeres que ahora, al modo de una especie zoológica desaparecida, se clasifican como de “tiempos de don Porfirio”.[9]

Es ahí entonces, cuando se da el auténtico acercamiento a la comunidad de las naciones occidentales.

Aquí otra cita de Beezley.

Después de 1888, los bonos de Díaz y especialmente del país se habían elevado considerablemente a los ojos del mundo. Díaz no necesitaba ya preocuparse por la reputación de crueldad que tenía México, de modo que ignoró la petición de la Sociedad para prevenir la crueldad con los Animales (cuyo presidente honorario era su mujer), y del Club contra las Corridas de Toros. En vez, el gobierno se dedicó a exigir sombreros de fieltro y pantalones a los indios que llegaban a la ciudad, para que en la apariencia por lo menos, tuvieran un aire europeo. Hacia 1890 el éxito de Díaz hizo crecer el sentimiento de orgullo en México, y el nacionalismo en ciernes revivió las que se consideraban tradiciones genuinas. Ese nacionalismo se alimentaba de un sentimiento romántico hacia los aztecas y hacia la cultura colonial. La sociedad capitalina celebró una “guerra florida”, farsa que recreaba el ritual azteca, con un desfile de carros alegóricos, desde los que los pasajeros se arrojaban flores. Díaz descubrió el monumento a Cuauhtémoc en una de las glorietas más importantes de la ciudad y permitió que se reanudaran las corridas en la capital.[10]

El pueblo, por Coacalco o la Viga, se trasladaba hacia el centro de la ciudad hasta en trajineras con tal de asistir a los diversos festejos taurinos de aquel entonces. Casimiro Castro. Puente de Iztacalco, 1855.

   Posible es que en 1888 haya existido una “Sociedad para prevenir la crueldad con los Animales” pero un Club contra las corridas de toros, solo pudo estar formado de aquella parte de la prensa opositora, liberal y radical amen de contar con los inconfundibles aliados del progreso. Y junto a la exhumación de “guerras floridas” y el descubrimiento de la figura de Cuauhtémoc, como una revalorización de nuestras culturas ancestras, Díaz -o su régimen- permiten la circulación de nueva cuenta a las corridas de toros que, como ya sabemos se da en el Congreso a partir de diciembre de 1886. En la práctica, justo el 20 de febrero de 1887. Quizás se refiera Beezley a la prohibición de 1890 a 1894, cuando el gobernador del Distrito Federal el general Pedro Rincón Gallardo concedió el permiso correspondiente para que el 20 de mayo de 1894 y en la plaza de Mixcoac actuaran: Juan Moreno El Americano, José Centeno y Leopoldo Camaleño (quien recibió la alternativa) con toros de Atenco.

Otra explicación para que se prohibieran las corridas se encuentra en las hipótesis antropológicas de juego profundo (deep play) de Clifford Gertz, y de exhibición ritual (ritual display) de Susan Burrell. Con estos elementos Beezley dice que

La corrida significaba sumisión al caudillo en una sociedad piramidal, que pedía al individuo ignorar todos los riesgos, para que llenara la función tradicional que se le había asignado. La corrida era antítesis de la plataforma política a la que Díaz aspiraba, que pedía cambios en el gobierno, elecciones genuinas y el final del caudillismo. Desde 1876 hasta 1888 Díaz y Manuel González consolidaron el poder arrasando con caudillos locales y regionales, rompiendo las alianzas en el ejército y destruyendo los lazos personales en los negocios. Díaz alentó el centralismo en el gobierno y la economía capitalista como ideales impersonales e institucionales. La consolidación del poder no admitía individualismo exagerado o resistencia desordenada. Hacia 1888, el sistema se hallaba donde Díaz quería tenerlo. Había reordenado el poder político, casi no necesitaba hacer uso de la fuerza, había conseguido reconocimiento nacional e internacional, y estaba listo para que se le reconociera como padre de la patria, y, como tal, podría mediar, orquestar, recompensar y castigar. El nuevo patriarca estaba listo para volver a los despliegues rituales del paternalismo. Asolearse en una corrida ante la presencia del patriarca, aunque solo fuera en sentido metafísico era una cualidad del estilo porfiriano de persuadir.[11]

Justo en recientes notas tomadas de una obra preparada por el Dr. Juan A. Ortega y Medina, califica en tonos distintos al espectáculo de toros, ya como “vestigio vivo de la crueldad española” o aquel otro en donde dice “que las corridas son un rezago prehistórico y mítico; un críptico culto heliolátrico que por vías misteriosas se cultiva todavía en España y que aquí en México, como en otros lugares del mundo hispanoamericano, encontró acogida entusiasta, acaso por la oculta razón de la superposición del culto ibérico al Sol con los cultos prehispánicos solares”.[12]

Las visiones de W. Beezley son interesantes, aunque no encajan cuando se habla de Díaz, mismo que inicia su quehacer político en 1876 (quehacer con el que llega al poder) luego de realizar las acciones que condujeron al Plan de Tuxtepec. Sí, todo cae en el eje de Porfirio Díaz, menos las cuestiones que ahora nos atañen, la conclusión es que encontramos aquí un desfasamiento de dos décadas, a partir de la prohibición impuesta en 1867. Lo posible aquí es que Díaz -en cuya dictadura se mantiene diez años ese decreto-, Beezley hace suyo para el general mismo ese decreto. Es cierto, aunque las corridas continuaron su curso normal en distintos puntos del país y tan cercanos a la capital -crasa provocación- como Tlalnepantla, Texcoco, Toluca y otros.

Que si el sistema y la sociedad marcan alguna dialéctica de beneficio, pienso que sí. En primera instancia lo dialéctico comprende ese carácter de correspondencia (o, en su defecto cuando tiene que entenderse la síntesis de los opuestos, por medio de la determinación recíproca). Pues bien, es existente en dos fuerzas que van nutriendo sus razones mismas de ser. El toreo seguía siendo una expresión que de modo más rotundo, hicieron suya los mexicanos, por lo cual no era difícil que se congregaran las multitudes, donde lo abigarrado de los tendidos permitía mezclas informes de gentes de la alta sociedad y del bajo pueblo como en símbolo propio de la proyección que el espectáculo garantizaba. (CONTINUARÁ).


[1] Manuel Gutiérrez Nájera. Espectáculos, p. 147-51: Una corrida de Ponciano Díaz (M. Can-Can, “Memorias de Madame Paola Marié”, en El Cronista de México, año IV, T. IV, núm. 13 (3 de septiembre de 1882), p. 237.

[2] William Beezley: El estilo porfiriano: “El estilo porfiriano: Deportes y diversiones de fin de siglo”, en Historia Mexicana, vol. XXXIII oct-dic. 1983 No. 2 p. 265-284. (Historia Mexicana, 130).

[3] Op. cit., p. 265.

[4] Ibidem., p. 266.

[5] Ibid., p. 275.

[6] Ib., p. 276. Muy importante es señalar que el primer gobierno de Porfirio Díaz no se da hasta el levantamiento de la Noria, en 1876, nueve años después de que Juárez ha autorizado prohibir la diversión popular. Por otro lado, la restricción no “duró hasta 1888” sino hacia fines de 1886, fecha en la cual se derogó el decreto de prohibición, dando pie a la recuperación a partir del 20 de febrero de 1887. (Nota: si Ponciano Díaz inicia su trayectoria en 1876, lo mismo hará Porfirio Díaz en otro terreno: el militar y político. Por ello, ambos Díaz, van de la mano).

[7] Ib.

[8] Historia de México. Un acercamiento, p. 39.

[9] Edmundo O’Gorman. México. El trauma de su historia, p. 87.

[10] Beezley, ib., p. 276-7.

[11] Ib., p. 277.

[12] Juan Antonio Ortega y Medina. Zaguán abierto al México republicano (1820-1830), p. 43-4.

ANUARIO DE AVISOS, CARTELES y NOTICIAS TAURINOS MEXICANOS. 1887. (2 de 2).

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CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

“El toro embolado” haciendo de las suyas. Grabado de Manuel Manilla. Imagen disponible en internet febrero 19, 2019 en: http://ipm.literaturaspopulares.org/Inicio

    Mientras tanto, la ciudad de México era el centro de atención debido a la intensa actividad taurina que se generó desde el 20 de febrero de 1887, cuando fue inaugurada la plaza de San Rafael, la primera de varias que se levantaron entre ese año y 1889.

 PLAZAS – GANADERIAS – TOREROS.

Hemos visto al inicio de este capítulo lo relacionado a plazas de toros, de las cuales se levantaron un buen número y en poco tiempo por diversos puntos de la ciudad.

Por ejemplo, San Rafael fue inaugurada el 20 de enero de 1887. Colón y Paseo el 10 de abril del mismo año; Coliseo el 18 de diciembre, también de 1887. Bucareli, 15 de enero de 1888. Ese mismo año, Ponciano Díaz quien era dueño en sociedad con José Cevallos de la de Bucareli, estrena otra plaza más en la Villa de Guadalupe. Y, aunque de menor trascendencia, en el barrio de Jamaica se instaló la plaza Bernardo Gaviño. Se sabe que hubo una más por el rumbo de Belem y otra más que sirvió para ensayos. Como es de notarse la efervescencia del toreo creció notablemente y las plazas surgían casi como hongos en la tierra. Claro que de las plazas aquí reseñadas (a excepción de Bucareli 1888-1899) no resistieron más que las broncas despiadadas por males tardes o la inclemencia del tiempo, puesto que solo eran levantadas con madera. Años más tarde, y tras la prohibición de 1890-1894, las plazas de Tacubaya, Mixcoac, y una improvisada en Tlalpan, junto con la de Ponciano Díaz -ya en propiedad de la empresa J. Ibáñez y Cía.- siguieron proporcionando espectáculos.

Iniciada la segunda mitad del siglo que nos congrega, puede decirse que las primeras ganaderías sujetas ya a un esquema utilitario en el que su ganado servía para lidiar y matar, y en el que seguramente influyó poderosamente Gaviño, fueron San Diego de los Padres y Santín, propiedad ambas de don Rafael Barbabosa Arzate, enclavadas en el valle de Toluca. En 1835 fue creada Santín y en 1853 San Diego que surtían de ganado criollo a las distintas fiestas que requerían de sus toros.

Durante el periodo de 1867 a 1886 -tiempo en que las corridas fueron prohibidas en el entonces Distrito Federal- y aún con la ventaja de que la fiesta continuó en el resto del país, el ganado sufrió un descuido de la selección natural hecha por los mismos criadores, por lo que para 1887 da inicio la etapa de profesionalismo entre los ganaderos de bravo, llegando procedentes de España vacas y toros gracias a la intensa labor que desarrollaron diestros como Luis Mazzantini y Ponciano Díaz. Fueron de Anastasio Martín, Miura, Zalduendo, Concha y Sierra, Pablo Romero, Murube y Eduardo Ibarra los primeros que llegaron por entonces. La familia Barbabosa, poseedora para entonces de Atenco, inicia esa etapa de mezcla entre su ganado criollo y uno traído ex profeso para la reproducción y selección, obligadas tareas de un ganadero de toros bravos. Por una curiosidad, puede decirse que retorna a Atenco el honor de ser -de nuevo- la ganadería de toros con el privilegio -ahora sí- del concepto profesional para la crianza y todos sus géneros del toro bravo.

Junto a esta ganadería y en 1874, don José María González Fernández adquiere todo el ganado -criollo- de San Cristóbal la Trampa y lo ubica en terrenos de Tepeyahualco. Catorce años más tarde este ganadero compra a Luis Mazzantini un semental de Benjumea y es con ese toro con el que de hecho toma punto de partida la más tarde famosa ganadería de Piedras Negras la que, a su vez, conformó otras tantas de igual fama. Por ejemplo: Zotoluca, La Laguna, Coaxamaluca y Ajuluapan.

La reanudación de las corridas de toros en el Distrito Federal significó uno de los acontecimientos sociales más interesantes de aquel momento. De pronto surgió una efervescencia sin precedentes al construirse varias plazas de toros. También circularon distintas publicaciones taurinas favorables al toreo mexicano o al español, según la formación y filiación de sus redactores, mostrando incluso, una calidad de edición similar a las que se editaban en España. En fin, el ambiente recuperó rápidamente su ritmo y la ciudad volvió a estar de fiesta.

Día a día se mostraba un síntoma ascendente y asimismo constante. Quedaron atrás aquellas manifestaciones propias de aquel toreo que se mantuvo sin tutela, muestra por valorarse así mismos y a los demás por su capacidad creativa como forma continua de la mexicanidad en su mejor expresión. Por otro lado, es algo así como la búsqueda del eslabón perdido donde se daba cabida a la sucesión de invenciones. Tras la prohibición ya mencionada como objeto de este estudio puede decirse que veinte años no significaron ninguna pérdida, puesto que la provincia fue el recipiente o el crisol que fue forjando ese toreo, el cual habría de enfrentarse en 1887 con la nueva época impuesta por los españoles, quienes llegaron dispuestos al plan de reconquista (no desde un punto de vista violento, más bien propuesto por la razón).

De ahí que el toreo como autenticidad nacional haya sido desplazado definitivamente concediendo el terreno al concepto español que ganó adeptos en la prensa, por el público que dejó de ser público en la plaza para convertirse en aficionado, adoctrinado y con las ideas que bien podían congeniar con opiniones formales de españoles habituados al toreo de avanzada.

Al mencionar ahora a los toreros, debe este apunte basarse en dos líneas que luego se fusionaron para el logro definitivo de la sola expresión impuesta como la más razonable, en virtud de sus mejoras, avances, manifestaciones y demás esplendores, como es el toreo de a pie a la usanza española y en versión moderna.

Por el lado de los mexicanos, Ponciano Díaz (1856-1899), torero con bigotes como los demás de esa época, formado bajo la tutela de expresiones nacionales y en el campo, fundamentalmente. Los públicos de entonces dejan llevarse y forman parte a su vez, de una idolatría que muy pocos diestros han conseguido a lo largo de las distintas épocas del espectáculo. Rompió con los feudos establecidos de lustros atrás y supo incorporarse a la actividad provinciana con éxitos inenarrables (si no, que lo digan versos populares, prensa a su favor, retratos, fotografías, anécdotas, entre otras cosas). De él se puede hablar y hasta dedicarle espacios más significativos.

Todo lo anterior, pude ponerlo en reflexión en un trabajo inédito que lleva el siguiente título: “Ponciano Díaz, torero del XIX. A 100 años de su alternativa en Madrid. (Biografía). Prólogo de D. Roque Armando Sosa Ferreyro. Con tres apéndices documentales de: Daniel Medina de la Serna, Isaac Velázquez Morales y Jorge Barbabosa Torres”. México, 1989 (inédito). 404 p. Ils., retrs., facs., cuadros.

Cuadrilla de Ponciano Díaz hacia 1885 con banderilleros y “topadores”. En: SOL Y SOMBRA. SEMANARIO TAURINO NACIONAL del 19 de abril de 1943.

   Retomando el hilo de la lectura, debo decir que larga es la lista, por lo cual prosigo con quienes actuaron entre 1887 y 1888:

(T) Torero; (B) Banderillero; (P) Picador; (O) Otros.

 Pedro Nolasco Acosta (T)

Arcadio Reyes “El zarco” (B. y desde el caballo)

Gerardo Santa Cruz Polanco (T)

María Aguirre “La Charrita mexicana” (desde el caballo)

Braulio Díaz (B).

José de la Luz Gavidia “El Chato” (T)

Atenógenes de la Torre (P)

Rafael Calderón de la Barca (T)

Felícitos Mejías “El Veracruzano” (T)

Genovevo Pardo “El Poblano” (T)

Carlos Sánchez (B)

José Ma. Mota (P)

Agustín Oropeza (P)

Celso González (P)

Carlos López “El Manchao” (B)

Abrahám Parra “El Borrego” (T)

Pedro García (B)

Natividad Contreras “El Charrito del siglo) (T. y desde el caballo)

Ramón Márquez (B)

Pompeyo Ramos (B)

Casto Díaz (B)

Antonio Vanegas “Chanate” (B)

José Basauri (T)

Timoteo Rodríguez (T)

Jesús Adame (T)

Ignacio Gadea (desde el caballo)

Antonio González “El Orizabeño” (T)

Refugio Sánchez “Lengua de Bola” (B)

Valentín Zavala (T)

Francisco Aguirre “Gallito” (B)

Adalberto Reyes “Saleri mexicano” (B)

Miguel Acevedo (P)

Francisco Anguiano (P)

Jesús Carmona (P)

Vicente Conde “El Güerito” (T)

Ireneo García (P)

Piedad García (P)

Antonio Mercado “Santín” (P)

Cándido Reyes (P)

DIESTROS ESPAÑOLES

Carlos Borrego “Zocato”

Juan Antonio Cervera “El Cordobés”

Antonio Escobar “El Boto”

Francisco González “Faico”

Antonio Guerrero “Guerrerito”

Manuel Hermosilla

Juan Jiménez “El Ecijano”

Gabriel López “Mateito”

José Machío

Valentín Martín

Luis Mazzantini

Tomás Parrondo “El Manchao”

Diego Prieto “Cuatro Dedos”

Enrique Santos “Tortero”

NOVILLEROS

Joaquín Artau

Leopoldo Camaleño

Manuel Cervera Pacheco

Antonio Díaz Lavi

Manuel Díaz Lavi “El Habanero”

Juan José Durán “Pipa”

Pedro Fernández “Valdemoro”

Andrés Fontela

Fernando Gutiérrez “El Niño”

Juan León “El Mestizo”

Manuel Machío

José Machío Trigo

José Martínez Galindo

Juan Mateo “Juaniqui”

Juan Moreno “El Americano”

Vicente Navarro “El Tito”

Arturo Paramio

Diego Rodríguez “Silverio Chico”

José Romero “Frascuelillo”.

Desde el primer domingo de enero hasta el domingo 30 de diciembre del año 1888, se han celebrado en las cinco plazas de la capital de la República 127 corridas lidiándose 723 toros de ganaderías mexicanas y españolas como se verá por los siguientes datos:

Se jugaron en dichas corridas 723 toros de 53 ganaderías mexicanas y 9 españolas, distribuidos de la siguiente manera:

Ganaderías mexicanas.-Venadero 61, Cazadero 44, Atenco 42, San Simón 41, Canario 41, Soledad 30, Jalpa 23, Cieneguilla 22, Guanamé 21, Mezquite Gordo 21, Jalapilla 19, Salitre 18, Desconocidas 18, Ramos 17, Santín 15, Buenavista 14, Guatimapé 13, San Diego de los Padres 12, Parangueo 12, Canaleja 12, Montenegro 12, Maravillas 12, Meztepec 11, Bramino de Arandas 11, Estancia Grande 10, Santa Cruz 10, Fortín 10, Cercado de Bayas 9, San Pedro Piedra Gorda 7, Ortega 7, Cuatro 7, Nopalapan 6, Jaral 6, San Francisco 6, Guaracha 6, Sauceda 6, Rosario 6, Cubo 6, Santa Lucía 5, San Antonio 5, Calera 5, San Diego Xuchil 5, Ayala 5, Plan de la Barca 4, Tulipan 4, Bringas 4, Noria de Charcas 3, Hacienda de la H 3, San Isidro 3, San Gerónimo 3, San Cristóbal 3, Santa Rosa 1, San Clemente 1.-Total 697 toros.

Ganaderías españolas.-De Heredia 6, Hernán 3, Saltillo 3, Benjumea 3, Conde de la Patilla 3, Concha y Sierra 3, Miura 2, de procedencia desconocida 2, Anastasio Martín 1.-Total 26 toros.

De éstos, dos no se mataron, siendo uno de Concha y Sierra y otro de Anastasio Martín.

En las 127 corridas verificadas en México en el año 1888, han tomado parte en la lidia 170 diestros y 35 aficionados.

Espadas.-Artau Joaquín, Borrego Carlos “Zocato”, Díaz Ponciano, Díaz Lavi Manuel el “Habanero”, Fontela Andrés, Flores Antonio, Gadea Ignacio, Gutiérrez Fernando el “Niño”, González Antonio “Frasquito”, Hermosilla Manuel, Jiménez Juan el “Ecijano”, López Gabriel “Mateíto”, Lobo Fernando “Lobito”, Leal Cayetano “Pepe-Hillo”, León Juan el “Mestizo”, Mazzantini Luis, Martín Valentín, Machío José, Moreno Juan el “Americano”, Navarro Vicente el “Tito”, Prieto Diego “Cuatro dedos”, Parrondo Tomás el “Manchao”, Polanco Gerardo, Zavala y otro espada.

Picadores.-Blázquez Laureano, Carmona Jesús, Carmona Pedro, Conde Vicente el “Güerito”, Conde Vicente (h), Conde Emilio, Camacho Antonio, Cueto Félix, Figueroa Eulogio, Gómez Cornelio, García Piedad, García Ramón, García Pedro, García Federico, García Ireneo, García Juan, Bayard José “Badila”, González Celso, Gochicoa Federico, González Filomeno “Cholula”, González Nieves, Hernández J.M., Mota J.M., Mota Domingo, Mercado Ramón “Cantaritos”, Mercado Pablo, Morales Guadalupe, Mosqueda Francisco, Morales Amado, Oropeza Agustín, Oropeza I.M., Pérez Antonio el “Charol”, Pérez Manuel el “Sastre”, Reyes Arcadio, Rodríguez Manuel “Cantares”, Reyes Adolfo, Recillas Juan de la Luz, Romero Antonio, Reyes Ramón, Rosas Manuel “Pelayo”, Rodríguez Antonio el “Nene”, Ramón Jesús, Nava Manuel, Sánchez Enrique el “Albañil”, Saez Rafael el “Pintor”, Sierra Benigno, Talavera Demetrio, Tovar Pascual, Vargas Juan “Varguitas” y un desconocido.

Banderilleros.-Anaya Anastasio, Adame Ángel, Blanco Manuel “Blanquito”, Bonar Francisco “Bonarillo”, Barreras Elías el “Aragonés”, Antúnez Antonio “Tovalo”, Calderón de la Barca, Blanco Jesús, Cañiveral Ramón el “Campanero”, Cermeño Juan, Carbajal Francisco el “Pollo”, Cortés José León, Cao Faustino el “Rochano”, Diego Francisco “Corito”, Delgado Luis S., Domínguez Manuel, Escacena José, Fragoso Jesús el “Mutilado”, García Antonio el “Morenito”, Gómez Antonio el “Chiquitín”, González Antonio el “Orizabeño”, Galea José, Gallegos Vicente, Gadea Amado, Gadea I.M., Gadea Ignacio (h), González Patricio, Garnica Emeterio, García Emeterio, García Florencio el “Tanganito”, García Carlos, Gutiérrez Benito el “Asturiano”, Gudiño Juan, Girón Aurelio, García Antonio “Alegría”, Hernández José el “Americano”, Hernández Mauricio, Hernández Francisco, Lobato Francisco, López Ramón, López José “Cuquito”, Lobo Antonio “Lobito Chico”, Lara Eugenio el “Maestro”, Muñoz Joaquín el “Belloto”, Muñoz Rafael el “Mochilón”, Mejía Francisco, Manero Manuel “Minuto”, Mercado Jesús, Miranda Antonio el “Pipo”, Morales Manuel “Mazzantinito”, Mendoza Diego el “Curro”, Marquina Francisco “Templao”, López Carlos el “Manchado”, Mejía Manuel “Bienvenida”, Machío Manuel, Mazzantini Tomás, Monje José “Candelas”, Márquez Ramón, Mercadilla Antonio “Zenzontle”, Navarro Miguel el “Cartagenero”, Nava Julián, Pujol Alberto el “Cubano”, Pardo Francisco el “Trallero”, Osed Agustín, Pérez Ramón, Pardo Genovevo, Pompeyo José, Paredes Salvador “Redondillo”, Romero Juan “Saleri”, Recatero Victoriano “Regaterín”, Recatero Luis “Regaterillo”, Orozco José “Laborda”, Sánchez Carlos, Sánchez Francisco, Sosa Darío, Sánchez Hipólito, Torre Atenógenes de la, Vaquero Francisco “Vaquerito”, Vieyra Tomás, Villegas Francisco “Naranjito”, Vázquez Enrique “Montelirio”, Velázquez José “Torerito”, Zayas Antonio, (tres peones cuyos nombres no dieron los carteles y otro banderillero desconocido).

Puntilleros.-Audelo Inés, Reyes I.M., (h), Puerta Romualdo “Montañés”.

Estos son los toreros más representativos de aquel momento. Ella, La Charrita mexicana logró figurar en medio de un ambiente dominado únicamente por hombres (aunque a mediados del siglo XIX fue notoria la actuación de otras tantas mujeres que, por el solo hecho de arriesgar sus vidas, forman parte de aquel ambiente con un mérito bien ganado). María Aguirre en compañía de Ponciano Díaz demostraban el quehacer torero representado como una muestra de lo nacional.

Pedro Nolasco Acosta, de cuyo perfil general escribí algunas notas en el capítulo anterior, es uno de tantos toreros que mantienen la hegemonía de la tauromaquia en tiempos de prohibición del espectáculo en la capital del país. Por él se concibe la presencia taurina en San Luis Potosí.

Arcadio Reyes El Zarco enriquece el bagaje torero vistiendo las más de las veces con el traje de charro y poniendo banderillas desde el caballo, lo mismo aquí que en Perú, a donde fue en compañía de Diego Prieto Cuatrodedos. Fue en un momento miembro de la cuadrilla de Ponciano Díaz.

Gerardo Santa Cruz Polanco, también surgido de las filas poncianistas, decidió formar la “Cuadrilla Ponciano Díaz“, en la cual latían aquellos principios evolucionistas que no pudo mantener el propio atenqueño. Por conducto de esta cuadrilla es como se revalora el toreo moderno, luego de que dicha expresión “a la mexicana” fue diluyéndose en medio de nuevas razones técnicas y estéticas.

En cuanto a Braulio Díaz, podemos hablar de un personaje siniestro, envuelto en leyendas, dado que fue quien dic muerte a Lino Zamora allá por 1878 en Zacatecas.

PRENSA

    Como resultado de la trascendencia que tuvo aquella nueva época surgió un amplio movimiento periodístico que reflejó lo importante de ese despertar para la fiesta torera.

El Arte de la Lidia (1884-1905) fue la primera publicación que incluso se adelantó a todo el movimiento. Julio Bonilla fue su director. Sólo en el año 1887 hubo otras que hacen destacar la importancia del espectáculo. Desafortunadamente las hubo de debut y despedida, mientras que otro tanto, por lo que hasta hoy, no ha sido posible localizarlo más que en las referencias de diversos autores que las citan. He aquí los títulos que circularon por entonces, incluyendo las de algunos estados de la república:

1887

 El arte de Ponciano (México, D.F.)

El Correo de los Toros (México, D.F.)

El Mono Sabio (México, D.F.)

El Toro (México, D.F.)

El Toro de Once (México, D.F.)

El Volapié (Puebla, Pue.)

El Volapié (México, D.F.)

La Banderilla (México, D.F.)

La Banderilla (Orizaba, Ver.)

La Divisa (México, D.F.)

La Divisa (Puebla, Pue.)

La Lidia (San Luis Potosí, S.L.P.)

La Lidia (México, D.F.)

La Muleta (México, D.F.)

La Verdad del Toreo (México, D.F.)

La voz del toreo (México, D.F.)

Toros en Puebla (Puebla, Pue.)

La sombra de Gaviño (México, D.F.)

Portada de EL MONOSABIO. PERIÓDICO DE TOROS. T. I., Ciudad de México, sábado 28 de enero de 1888, N° 10. Col. del autor.

   Estas publicaciones guardan tendencias bien definidas, pues así como La Banderilla y El Monosabio eran pro-nacionalistas en cuanto modo de exaltar las hazañas de nuestros toreros, La Muleta y años más tarde El Toreo Ilustrado fueron bandera del nuevo toreo y apoyo a la expresión que fue imponiéndose a partir de los diestros españoles.

Como puede observarse, 1887 y también 1888, significaron un nuevo amanecer, el despertar de una renovada época de toros en México cuyo significado es crucial en la medida en que su influencia dejó atrás testimonios que bien pronto se dispersaron y diluyeron para dar paso a la nueva instancia emergente, cuyo peso y trascendencia estarán presentes en toda actividad desarrollada en torno al espectáculo de toros que ha encontrado ya forma de asentar raíces más firmes.

Un dato final es el balance de festejos celebrados durante el solo año de 1887, arroja resultados harto interesantes que conviene poner a la consideración de los lectores:

NOTA IMPORTANTE: Por otro lado, existen toda una serie de referencias periodísticas que afirman la celebración de festejos taurinos en sitios tan alejados como los de algunas plazas en la península de Yucatán –por ejemplo-, o de otros tantos que mencionan los toreros a su regreso a México, como aquellos registros que comparten en El Arte de la Lidia, dando con ello informe de sus últimas actuaciones, que no pongo en duda. Lamentablemente, cuando no hay fechas que así lo confirmen, ese solo argumento me llevó a no incluir tales datos en el “Balance”. Espero que el lector comparta esta misma conclusión. También sugiero no olvidar aquellos datos que reúnen las actuaciones de Ponciano Díaz o los de la presencia de la ganadería de Santín también agregados aquí. (El autor).


MÁS ALLÁ DE WOLFF.

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RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

He aquí el prodigio al que me referiré más adelante:

Manuel Rodríguez “Manolete” interpretando un pase natural con la izquierda de magnífica manufactura. En: Antonio Abad Ojuel (seud. Don Antonio) y Emilio L. Oliva Paíto: LOS TOROS. Prólogo de Antonio Díaz-Cañabate. Barcelona, Librería Editorial Argos, S.A., 1966. 463 p. Ils., retrs., facs., p. 276.

Días atrás, estuvo en nuestro país el filósofo galo Francis Wolff, para presentar, junto con Aarón Fernández y Jesús Muñóz “Un filósofo en la arena. El fin de una pasión”, documental en el que el autor de “50 razones para defender la corrida de toros”, “Filosofía de las corridas de toros”, el “Pregón taurino de Sevilla 2010”, o “Seis claves del arte de torear”, expresa su sentir sobre los significados que pueden manifestarse desde la teoría filosófica que él lidera. Profesor en la Sorbona de París, ha sumado reconocimiento y se posiciona en lugar de privilegio.

Sin embargo, no podemos olvidar que, entre otros, también existen algunos filósofos como José Ortega y Gasset, Víctor Gómez Pin, españoles. O el caso del Dr. En Filosofía Jesús Flores Olague así como de la Maestra en Filosofía y actualmente Dra. en Antropología Natalia Radetich Filinich, ambos mexicanos. Me parece razonable en esta ocasión, tratar el caso específico de Natalia, quien además, tiene la virtud de que en su tesis de maestría, deja ver todo un despliegue de conocimiento que no le pide nada a Wolff mismo. Veamos.

Estamos frente a la primera tesis que, desde el territorio de la filosofía se ha elaborado en torno al tema de la tauromaquia en México. Su autora, Natalia Radetich Filinich elaboró un trabajo académico de altísimo valor teórico en el que revisa y postula una serie de elementos relacionados fundamentalmente con uno de los más profundos misterios que emanan del toreo mismo. Me refiero al sacrificio del toro y en ello, le fue la vida al hacer extenso ejercicio hermenéutico, cognoscitivo y especulativo en torno a tamaño asunto. Ejercicio nada fácil si el tema tiene entre sus textos a ciertos “clásicos” como George Bataille, José Bergamín, Jacques Derrida o Michael Leiris cuyas ideas, como catedrales no habían sido puesta a revisión, en este caso por una inteligente pensadora, sabiendo que este aporte, desde México, le vendría muy bien para enriquecer, desde la filosofía su propia mirada al respecto del asunto que nos convoca.

En el todo de su tesis, estructura un índice impecable. A saber:

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN

  1. LA PLAZA DE TOROS: RECINTO SACRIFICATORIO
  2. EL TORO: VÍCTIMA SACRIFICIAL, ESPECTRO DE LA DISOLUCIÓN

 

            La encornadura

            La potencia sexual y vital

            La animalidad

 

III. EL TORERO: SACRIFICADOR, FIGURA DEL UMBRAL

            La posición o el lugar del torero

            Miedo, valor, serenidad

            El erotismo

            Cuerpo bello, cuerpo lacerado

 

  1. NOTAS SOBRE EL SACRIFICIO

            El desprecio por el sacrificio

            La pregunta por el sacrificio

            Lo más extraño que tiene la existencia humana

            El sacrificio como crítica del trabajo

            Dos rasgos sacrificiales de la tauromaquia

 

                        a)El pase tauromáquico

b)El sacrificio del toro

el sacrificio taurómaco como sacrificio sin dios

 

EPÍLOGO

BIBLIOGRAFÍA

ÍNDICE ICONOGRÁFICO

La culminación en sus afanes, es lograda en la parte II: El toro: víctima sacrificial, espectro de la disolución, donde hace alarde de ese complejo ejercicio interpretativo hermenéutico que no les es dado más que a unos cuantos.

Lo anterior, a partir de una imagen, aquella que corresponde a un impecable trabajo interpretativo, como hacía mucho tiempo no se daba a conocer algo de tan elevada calidad.

De lo demás, se encarga la autora.

Luego, a lo largo del texto decanta muchas de sus inquietudes sobre los significados del toro, pero sobre todo del sacrificio en cuanto tal. Por ejemplo, nos dice, en la página 14:

“En este tenor, el sacrificio taurómaco es un sacrificio paradigmático; escapa resueltamente al cálculo de los medios y los fines, no busca nada, no quiere nada, no postula –ni siquiera en la explicación discursiva que ofrece de sí mismo- una finalidad como razón de sí. el sacrificio del toro en la fiesta brava es un sacrificio sin futuro y sin fruto: no quiere nada a cambio de su víctima, no busca la unión con una instancia trascendente o divina, no aspira a mantener ningún orden, no quiere constituirse en expresión de sumisión, no persigue un objetivo expiatorio, propiciatorio, adivinatorio o de gratitud. El sacrificio tauromáquico, digámoslo así, se aguanta a si mismo en su inutilidad constitutiva: no apela a ninguna finalidad para justificarse o para explicarse, no construye un discurso justificatorio alrededor de sí mismo”.

Es decir, estamos frente a la experiencia sacrificial, considerada como el acto último que hombre produce –y en este caso concreto-, tomando como “víctima” al toro, en un complejo proceso denominado asimismo como tauromaquia.

Estamos ante la lucha sostenida entre toro y torero que conducen a pensar que se trata del medio para justificar el fin como el sacrificio, mientras la propia autora se cuestiona “Y para qué todo eso?, ¿para qué se mata al toro”. La respuesta no puede ser sino ésta: “Para nada”. El sacrificio del toro en la fiesta brava es, estrictamente hablando, del orden de la gratuidad, se encuentra entre las prácticas que escapan al principio de utilidad y que no pueden pensarse desde su lógica. El sacrificio taurómaco es, sin duda, un escándalo: no persigue fin alguno, no tiene justificación.

Pero su empeño no tiene propósitos demoledores, sino de justificación plena para hacernos entender que esta representación, que le es tan propia a la cultura occidental, no se ha convertido, a lo largo de varios milenios en un mero accidente.

En ese sentido, Occidente no es solo un referente geográfico o punto clave en la brújula. Occidente también es reflejo pluriétnico y pluricultural de otras tantas latitudes concentradas en ese sólo término de identificación.

Finalmente, en el Epílogo nos dice: La plaza, vimos, es lugar de dilapidación, allí se da muerte a los majestuosos toros y su muerte es un escándalo, pues no persigue fin alguno, escapa al cálculo de los medios y los fines. En efecto, el sacrificio tauromáquico nos ha presentado el rostro del sacrificio inútil: pertenece a la inutilidad, no quiere nada a cambio de su víctima, no quiere conquistar los favores de una divinidad, no pretende comunicar con ella, ni mostrarle agradecimiento, sumisión o dependencia. El sacrificio del toro en la fiesta brava es sacrificio acéfalo, descentrado, inmolación que no quiere constituirse en tributo, ofrenda o intercambio.

Así pues, la valiosa aportación de Natalia Radetich Filinich viene a ser, en estos tiempos de confrontación ideológica, de conflicto en el que dos frentes perfectamente definidos: los taurinos y los antitaurinos siguen sosteniendo, a veces tan ajenos a ideas como estas, que le vienen muy bien al espectáculo, para darle lustre, alejarlo de algún modo de los lugares comunes. Es por ello que los argumentos de nuestra autora, son de suyo, bienvenidos en momentos de escasez ideológica y sustantiva para justificar la pervivencia de un espectáculo milenario.

Ese trabajo académico generó para ella un celebrado acontecimiento. Si no, lean ustedes a continuación el siguiente boletín de prensa que se emitió en su momento en torno a la convocatoria del “Primer Concurso de Ensayo Taurino “Muletazos”, convocado por la editorial “Belaterra” en Barcelona allá por 2014:

MIÉRCOLES, 14 DE MAYO DE 2014. PREMIO ENSAYO TAURINO DE EDITORIAL BELLATERRA.

El gesto justo. Ensayo para una estética de la Tauromaquia, del escritor e historiador madrileño Antonio J.Pradel, ha sido proclamado ganador del I Concurso de Ensayo Taurino convocado por Edicions Bellaterra. El premio consiste en una colección de 6 serigrafías del pintor Pepe Moreda y la publicación de la obra en la colección taurina “Muletazos” de la propia editorial (el cual se entregó el 27 de mayo de 2014 en la plaza de Las Ventas).

La editorial convocó el concurso en septiembre de 2013, coincidiendo con la festividad de La Mercé, patrona de Barcelona, y anunciando que el fallo se haría público durante la festividad de San Isidro.

El Jurado, compuesto por Federico Arnás, François Zumbielh, Fernando del Arco, Paco March y el director de la editorial, valoran la calidad de todos los trabajos presentados y otorga un accésit (que supone su publicación) a Minotáuricas obra de la antropóloga mexicana Natalia Radetich.

Antonio J.Pradel (Madrid 1975), con formación en Bellas Artes e Historia del Arte reside actualmente en Brasil lo que no le impide mantener viva su afición ni el seguimiento de la actualidad taurina. Su anterior obra “Elogio y refutación de la quietud. Una tauromaquia (casi)inmóvil, José Tomás vs Morante de la Puebla” (Ed. Bellaterra, 2013), ya llamó la atención tanto por la originalidad del discurso como por la erudición del autor, puesta al servicio de una mejor y más amplia comprensión del texto. Ambas cualidades se refuerzan en el texto ahora premiado, en el que Pradel, con lenguaje rico y novedoso y desde planteamientos no muy usuales en el género (referencias cinematográficas o musicales, citas filosóficas) abre nuevas vías a la comprensión, afirmamiento y futuro de la Tauromaquia, manteniendo las señas de identidad que le son propias desde hace dos siglos. (Véanse referencias, esta proveniente de la internet).

Pues bien, hay suficientes razones para decir que Natalia Radetich Filinich vuelva a sorprendernos, luego de haber sido coautora en otra publicación, igual de importante. Me refiero a MINOTÁURICAS, libro que hoy día es imprescindible y en el que, con una sobrada pluma, cuyo sustento le viene de su impecable formación profesional, reafirma su grado como Maestra en Filosofía por la U.N.A.M. Pues bien, ella ha logrado esa aproximación más íntima respecto del hombre que, enfrentando el drama se interiorizó en él hasta hacerlo llegar a los límites entre la vida y la muerte.

Los editores de otra casa, no conformes con lo que esto ya significaba, sumaron al también reciente trabajo “Diálogo con navegante. José Tomás”. Mario Vargas Llosa, y otros autores, de 2013 una selección de sus textos, lo que evidentemente origina un enorme gusto por incluir trabajos de esta naturaleza.

Mi homenaje más sincero a sus recientes quehaceres académicos, los de una mujer sensible que, en su acercamiento muy reciente a los toros como espectáculo, hizo suyo su profundo y complejo conocimiento, el de miles de años en apenas la brevedad del tiempo… ¡y de qué forma!

Continuaré con el tema de la filosofía y los toros la próxima semana, si lo permiten.


Referencias:

Natalia Radetich Filinich: “Filosofía y sacrificio: Una exploración en torno al sacrificio taurómaco”. Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras-Instituto de Investigaciones Filosóficas. Programa de Maestría y Doctorado en Filosofía. Tesis que, para obtener el grado de Maestra en Filosofía, presenta (…) Director de tesis: Dr. Ignacio Díaz de la Serna. Octubre de 2009. 134 p. Ils.

–: MINOTÁURICAS. FINALISTA PREMIO ENSAYO TAURINO “MULETAZOS”. Barcelona, Edicions Bellaterra, Muletazos, 2014. 216 p.

–: José Tomás Román Martín, Mario Vargas Llosa, et. al.: Diálogo con Navegante. México, Editorial de Vecchi, 2014. 154 p. Natalia Radetich Filinich: “Defensa de la fiesta” (p. 95-118).

Disponible febrero 26, 2018 en: http://ambitotoros.blogspot.mx/2014/05/premio-ensayo-taurino-de-editorial.html

SOBRE UN ÓLEO CON MOTIVO TAURINO, PINTADO EN MÉXICO HACIA 1860.

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CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Con motivo del reciente festejo que tuvo lugar en Autlán de la Grana (Jalisco), el pasado 3 de marzo, y donde actuaron seis mujeres toreras: Karla Santoyo (a caballo) y a pie: Maripaz Vega, Lupita López, Karla de los Ángeles. También Paola San Román y Rocío Morelli, es probable que sea suficiente pretexto para poner en valor el significado que tiene hoy día la presencia de la mujer en los toros. Y todo lo anterior, con motivo de que este viernes 8 se distingue en lo particular como el “día internacional de la mujer”. No es una celebración más, sino la reivindicación y el posicionamiento del género femenino en este mundo que, en buena medida ha sido dominado por lo masculino.

Por tal motivo, conviene traer hasta aquí un antiguo texto, el cual comparto con gusto, mismo que elaboré en 2004, el cual se mantuvo inédito, hasta hoy.

Para la próxima exposición[1] que, con tema taurino será inaugurada en el museo “Franz Mayer”, y en la cual me fue solicitada la asesoría histórica correspondiente,[2] las museógrafas encargadas de su montaje, Andrea Cabello, Rocío Martínez y Montserrat Mata, me han pedido identificar un curioso trabajo al óleo, del que ahora mismo doy mi dictamen.

La pieza dictaminada.

Durante el siglo XIX actuaron en plazas mexicanas: Victoriana Sánchez, Dolores Baños, Soledad Gómez, Pilar Cruz, Refugio Macías, Ángeles Amaya, Mariana Gil, María Guadalupe Padilla, Carolina Perea, Antonia Trejo, Victoriana Gil, Ignacia Ruiz “La Barragana”, Antonia Gutiérrez, María Aguirre “La Charrita Mexicana” y desde luego, la española Ignacia Fernández “La Guerrita”.

Entre todas ellas, es difícil identificar a la modelo que aparece en este óleo (aunque podría tratarse de Soledad Gómez, Ángeles Amaya o Antonia Trejo, que actuaron en el curso de 1864), mismo que debe ser fijado hacia 1860-1870 (no con el ca. 1840 como lo indicaba por entonces su propietario), en virtud de varias razones:

La figura femenina, viste un traje con la típica línea de diseño español. Medias blancas, faja y corbatín azules. Montera bastante pequeña. Capote de paseo austero en bordados y largos vuelos. El trazo del cuerpo es un poco desproporcionado: anchas caderas y torso pequeño. Lleva en su mano derecha una copa con la que celebra, fuera del ruedo, un brindis. Su rostro tiene la razón del ideal femenino, muy al estilo de los pintores románticos de la época. Incluso, la pose con que quedó perpetuada, tiene gran semejanza con el apunte que aparece a su derecha, obra del célebre artista alsaciano francés Gustave Doré.

¿De quién se trata específicamente?

¿La esposa del hacendado que se mandó hacer con cierta modestia este retrato?

¿La amante del hacendado?

¿De una actriz de moda en teatros como el Gran Teatro Iturbide, Teatro Hidalgo o el Gran Teatro Nacional?

Y es que dicha pintura ilustra a un personaje que aparece en segundo plano, junto a quien tiene todas las características de un sacerdote. Ese varón, de 25 a 30 años, viste sombrero de copa redonda y ala con bordados de gusanillo, chaqueta de astrakán, pantalón de paño y posible botonadura de plata, a modo de franja, indumentaria mitad civil, mitad campesino, de este peculiar señor hacendado, como podemos verlo en estas dos interesantes imágenes del pasado[3] que aparecen a continuación:

 

La figura masculina, tiene, por alguna razón mucho parecido con la del que aparece en la FOTO 1, debido a que además se toca de unas patillas bastante peculiares y tiene un porte atractivo. Aunque esto no es indicativo de que se trate del mismo protagonista del óleo.

Generalmente las mujeres toreras en el México del siglo XIX, hasta donde se tiene información, no se ponían taleguilla. Se tocaban con un vestido a modo de que aparecieran los bordados usuales en dicha prenda, si es que estos se destacaban pues, al menos dos de las imágenes más evidentes, una mexicana,[4] la otra, origen de Gustavo Doré[5] que nos muestran, en sus detalles el uso de olanes, un concepto totalmente distinto al registrado en el óleo que se califica.

Lo que es notable es el uso de prendas normalmente empleadas por hombres, pero que no exime a la mujer de portarlas. Tal es el caso que adoptaron a finales del XIX tanto Ignacia Fernández La Guerrita[6] (FOTO 5) como Dolores Pretel Lolita[7] y otras pertenecientes a la cuadrilla de Señoritas toreras (foto 6) que hicieron campaña en nuestro país entre 1897 y 1904, aproximadamente. En las imágenes existentes, se les puede apreciar adoptando poses absolutamente naturales, sin afectación alguna.

La mano y el pincel, o el pintor y la escuela.

Respecto a la perspectiva, podemos apreciar hasta tres planos, ella la señorita torera en el primero; sacerdote[8] y hacendado en segundo. Campo, horizonte y los enamorados, el tercero. Precisamente el campo es una imagen en la que abunda la vegetación y existe un cielo azul plagado de nubes en escena por demás todo un símbolo de declaración del romanticismo… mexicano. En cuanto a la línea y estilo, podrían tratarse de trabajos elaborados por Félix Parra o Manuel Serrano. Lamentablemente, al no aparecer un registro autógrafo en dicho óleo, es difícil estimar su procedencia, pero las líneas y los trazos me permiten sugerir a ambos creadores, aunque me inclino más por el primero que por el segundo.

Dicha obra, sigue en alguna medida, el modelo de los apuntes de Doré, sobre todo en aquel denominado El triunfo del espada que asume una actitud triunfal en la plaza, levantando la mano izquierda con la montera y afirmando su posición mesiánica con la mano derecha a modo de guerrero triunfador.

El traje que porta la señorita torera del óleo aquí analizado, presenta, además, una aplicación de bordados ligeros, golpes o “machos” apenas insinuados, que permiten pensar más en recoger el diseño implantado en alguna obra teatral, de las varias que se representaron con este tema en los principales escenarios de la ciudad de México, que en el propio destinado a ser un auténtico traje de luces para su uso en el ruedo.

¿De qué posibles obras teatrales se recogería dicho modelo?

Allí está una nómina interesante[9] y que puede ser imaginada, bajo los siguientes títulos:

La perla de Andalucía, El torero y las lindas malagueñas, Juguete del señorito y la maja, La macarena, Manolas y toreros después de la corrida, El andaluz y la mexicana, El torero y la mexicana, Majas y toreros…, entre otras que no fueron registradas.

Al son de alguna melodía que sale de esa guitarra del fondo, donde el intérprete pretende a la mujer que aparece a su lado, sólo alcanzamos a oír lo que muy seguramente se escuchaba en aquellos años de inestabilidad política, misma que se diluía en escenas campestres como la que ahora admiramos, en esta imagen de

donde la amartelada pareja se solaza en ilusiones, o quizá construyendo quimeras bajo los compases de La Declaración de M. Rizo:

Como puede apreciarse, la labor no fue nada fácil, si para ello entendemos que tratándose de un anónimo, lo demás es echar mano de la mera subjetividad y un buen criterio capaz de entender el contexto reunido en este maravilloso material de origen mexicano.

Noviembre de 2004.


[1] Me refiero a “De seda, oro y plata. Textiles taurinos” (febrero 2-abril 3, 2005), montada en dicho espacio.

[2] Estimado Maestro Coello: Le estamos adjuntando la foto del cuadro de la torera que le habíamos mencionado, para ver si usted puede identificar de quién se trata.

Los datos que tiene el coleccionista son: autor anónimo, óleo, ca. 1840. Medidas .67 X .56

Si pudiera identificarla sería muy bueno para completar la cédula.

Gracias por todo su apoyo. MuseArte: Andrea Cabello, Rocío Martínez, Montserrat Mata. Noviembre de 2004.

[3] Enrique Fernández Ledesma: La gracia de los retratos antiguos. Prólogo de Marte R. Gómez. México, Ediciones Mexicanas, S.A., 1950. 156 pp. Ils., fots., p. 95 y 108. Ambas imágenes, nos ayudan a entender la moda establecida, sobre todo entre ciertos personajes cuya capacidad económica nos permite conocerlos como ricos hacendados, que gozaban del privilegio de vestir con cierto lujo, mismo que iban a lucir, con ese desenfado a los estudios de daguerrotipistas y ambrotipistas de la época.

[4] José Francisco Coello Ugalde: APORTACIONES HISTÓRICO TAURINAS Nº 24: “Colección de imágenes alrededor del toreo, desde el siglo XVI y hasta nuestros días. (1999-2004)”. ficha Nº 114: ESCENA TAURINA reproducida en un cartel de mediados del siglo XIX.

Fuente: MEXICAN ART & LIFE. Abril, 1939.

[5] Op. Cit., ficha Nº 631: Gustavo Doré: Teresa Bolsi, torera andaluza.

Fuente: Gustavo Doré. Una visión de la obra del genial grabador francés. Lima, Perú, Editorial PPURO S.C.R.L., 1981.

[6] Ibidem., ficha Nº 290.-Ignacia Fernández “La Guerrita”. Actuó al lado de Ponciano Díaz en Tenango del Valle, Edo. de Méx. hacia 1897.

Fuente: Acervo fotográfico “Culhuacán” dependiente de la Dirección de Monumentos Históricos del INAH y, Fototeca del INAH (Archivo “Casasola”). Ex-convento de san Francisco, Pachuca, Hgo.

[7] Ibid., ficha Nº 1268.-Cuadrilla de señoritas toreras. Matadoras: Dolores Pretel “Lolita” y Emilia Herrero “Herrerita”. Banderilleras: Rosa Simó, Encarnación Simó y Dolores Prats. Se presentó en México desde 1897. Esta hermosa y evocadora imagen, fue lograda por los importantes fotógrafos J. y G. Valleto.

Fuente: Colección Diego Carmona Ortega.

[8] Es curiosa la presencia –intermediaria- del sacerdote. Su actitud displicente, sentado a la mesa, ¿es la de un elemento de la iglesia en común acuerdo con la posible relación de la pareja o un simbólico obstáculo para las pretensiones del caballero y la señorita torera?

[9] Maya Ramos Smith: El ballet en México en el siglo XIX. De la independencia al segundo imperio (1825-1867). 1ª edición, México, Editorial Patria, S.A. de C.V., Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y Alianza Editorial, 1991. 360 pp. Ils., grabs. (Los noventa, 62). Véase: Apéndice IV. REPERTORIO DE BAILE (1841-1867), p. 331-349.

GALERÍA DE TOREROS MEXICANOS. SIGLOS XVI-XIX.

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CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Colección del autor. Al frente, lleva un grabado de Manuel Manilla. En el reverso, corresponde a la autoría de José Guadalupe Posada. Imprenta de Antonio Vanegas Arroyo. Colección del autor.

    Trabajo actualmente en la elaboración de una interesante investigación, la cual lleva el título “Galería de toreros mexicanos. Siglos XVI-XIX”. Nutrirla de elementos, ha significado ir de sorpresa en sorpresa, debido a la cantidad de personajes que participaron a lo largo de tiempo tan específico, en la celebración de multitud de festejos taurinos y en un lapso de tiempo que va de 1526 a 1900; es decir 374 años en los que se hacen presentes todo tipo de actores en sus diversas modalidades. Los hay a pie y a caballo, hombres y mujeres. Ese enorme conjunto, dejó evidentemente una estela –mayor o menor-, a su paso por lo que al culminarlo, y más aún bajo la posibilidad de publicarlo, podremos tener una idea de quienes, con nombre y apellido se sumaron a la celebración de este o aquel festejo.

Las fuentes de que me valgo, van de algunos trabajos elaborados desde fines del siglo XIX, así como de listas de toreros que aparecen en las cuentas de gastos, o aquellos citados en las relaciones de sucesos (sobre todo durante todo el virreinato). También los carteles se convierten en información de primera mano, pues proporcionan el nombre de quienes integraban las cuadrillas por aquel entonces. Un agregado interesante, es esa notable presencia de investigaciones académicas, las cuales, por su escasa difusión, las valoro en términos muy especiales.

Decidí acotar tal empresa a tan específicas delimitaciones cronológicas, en virtud de que si bien, la ubicación de datos es complicada, por otro lado, permite enriquecer lentamente ese propósito. La dedicación al tema general de la historia del toreo en México, a lo largo de 40 años, me ha permitido hacer acopio de una información de la que hoy me valgo para ese y otros objetivos y puedo compartir el hecho de que por fortuna, dispongo de un rico banco de datos cuya utilidad y organización han generado la posibilidad de proponer temas como el que ahora comparto.

En dicha “galería”, no solo se incluye tal o cual reseña biográfica, por mayor o menor que esta sea, sino que cuando existe el caso, la misma se acompaña de la o las imágenes que destacan al diestro citado, lo cual forma parte en el quehacer del historiador. Su buen olfato, lo lleva a obtener y aún más, a confirmar que la presencia iconográfica del personaje aludido es cierta o verdadera.

La aventura de ese propósito, me ha llevado a entender otros tantos significados de la dinámica taurómaca que se desplegó a lo largo de esos poco más de tres siglos y medio de actividad, vinculada en buena medida a celebraciones religiosas, civiles; académicas, incluso las que surgieron con motivo de ser consideradas como “solemnes” o “repentinas”. No podían faltar las generadas por festejos donde los autores de tal o cual relación de fiestas, por ejemplo, cita –en prosa o verso-, la presencia de caballeros, integrantes en su mayoría, del grupo de poder novohispano, de esa élite ligada a unas normas preestablecidas por su propio segmento social y cuyos códigos se cumplieron rigurosamente hasta casi concluir el virreinato.

Retrato de un joven Lino Zamora, actuando en la plaza del “Montecillo”, San Luis Potosí, quizá al comenzar la séptima década del siglo XIX. Col. del autor.

   También, es posible apreciar el hecho de que un buen porcentaje ostentaba alias, sobrenombre o apodo, lo cual confirma la costumbre inveterada de construir una figura popular no exenta del prodigioso significado de aquella aureola con que se mueven personajes que adquieren celebridad, ya sea por sus hazañas o incluso envuentos por la tragedia, factor que llevó a convertir a varios de ellos en referente. No olvidemos el caso en el cual la muerte de Lino Zamora, la cual ocurrió fuera del ruedo, a causa de un triángulo amoroso, alcanzó trascendencia inusitada. Esto, gracias al célebre corrido que dio cuenta de aquel acontecimiento. La hoja volante, salida de la imprenta de Antonio Vanegas Arroyo, debe haberse vendido por cientos; o miles de ejemplares que incluso, han llegado a nuestros días. Además del arrojo que, como figura alcanzaba el torero, el contenido de aquellos versos informaba puntualmente las incidencias del percance, en el cual Braulio Díaz, se convirtió en el asesino, mientras que Prisciliana Granado, era el motivo de aquel desencuentro.

Por ejemplo, Leopoldo Vázquez, allá por 1898 dice sobre Lino Zamora: Lidiador acreditado que por su bravura y arte desde su aparición en los circos taurinos de México se llevó de calle a los públicos e hizo que perdieran no poco partido entre los espectadores a algunos de los diestros que antes gozaban de no poco prestigio.

En 1885 mataba toros en las principales plazas de la república mexicana con general aplauso, y su concurso era solicitado por cuantos organizaban corridas de alguna importancia seguros del éxito en su negocio.

Sin embargo, debe uno reconocer que lo inestable de ciertos datos nos llevan a creer a “pie juntillas” lo que viene corriendo de boca en boca; es decir el testimonio oral que pasa de generación en generación y que, peor aún, se da por un hecho. Se creía que Lino Zamora habría muerto, víctima del despecho y los celos de su banderillero Braulio Díaz, a raíz del triángulo amoroso que surgió entre estos dos personajes y Prisciliana Granado, en 1884. Pero con el dato que La Voz de México, reporta en su número 50 del viernes 1º de marzo de 1878, se puede colegir que dicho asesinato ocurrió en Zacatecas el 7 de febrero de ese mismo 1878. Los “Legítimos versos de Lino Zamora, traídos del Real de Zacatecas” que corren todavía lamentando su penosa muerte, debe reconocerse, dan una fecha equivocada, la del catorce de agosto. Quizá por eso, al convertirse aquel acontecimiento en un asunto que dispersó vox populi, es que haya llegado hasta nuestros días arrastrando ese peso de equivocación, diluido en su originalidad por el tiempo, pero más aún porque transmitido entre el pueblo, se encontró rápidamente con una afirmación que es difícil de extirpar en algunos casos.

Para fortuna, en casos como los del reciente trabajo que nos comparte Eduardo Heftye en “Corridos taurinos mexicanos. Recopilación y textos”, de 2012 confirma el hecho a partir del siguiente pasaje:

(…) debo hacer notar que también existen notorias discrepancias sobre la fecha del citado asesinato de Lino Zamora por parte de su subalterno. De acuerdo con la información que proporciona el texto del propio corrido, sucedió “un jueves por la tarde” y un “14 de agosto”. Con base en tales datos, Heriberto Lanfranchi llega a la conclusión de que el suceso debió haber sido el jueves 14 de agosto de 1884, dato que también es compartido por Marcial Fernández Pepe Malasombra y José Francisco Coello Ugalde [cuando ambos autores ya habíamos publicado en 2002 Los nuestros. Toreros de Mëxico desde la conquista hasta el siglo XXI].

   No obstante lo anterior, Cuauhtémoc Esparza Sánchez asegura que el crimen en cuestión ocurrió el 7 de febrero de 1878 -precisamente un jueves-, basándose en los datos que contiene el acta de defunción de Lino Zamora, que obra en el Archivo del Registro Civil del Municipio de Zacatecas, misma que tuvo a la vista y cuyos datos precisos reproduzco a continuación:

 “Libro del año de 1878 No. 16, Defunciones. Empieza el 1º. de enero, termina en 15 de abril. Acta 302, Fol. 62 f. y v.”

Lino Zamora (1840 – 7 de febrero de 1878). Torero. Nació en Guanajuato, Gto. (…) Casado con Juana Alejandrí, también guanajuatense. Después de practicársele la autopsia por orden judicial, en el Hospital Civil, fue inhumado en el panteón del Refugio en un sepulcro especial, donde quedaron sus restos durante 5 años en la ciudad de Zacatecas, donde falleció.”

    Creo que es de humanos errar, y si para evitar tal defecto, Eduardo Heftye tuvo a bien puntualizar este tipo de “minucias” en torno a Lino Zamora, lo único que me resta es agradecérselo. Nada más enriquecedor que la participación comprometida de interesados que, como Heftye, se han ocupado de estos menesteres hasta dilucidarlos a su más mínimo detalle.

Así que estos, y otros datos, serán los que en un tiempo, el más corto que sea posible, ponga a disposición de los interesados.

¡A frotarse las manos!


Referencias:

Eduardo Heftye, Corridos taurinos mexicanos. Recopilación y textos. México, Bibliófilos Taurinos de México, A.C., 2012. 400 p. Ils., retrs., facs.

Marcial Fernández y José Francisco Coello Ugalde, Los Nuestros. Toreros de México desde la conquista hasta el siglo XXI. México, Osborne, 2002. 215 p. Ils., retrs.

Leopoldo Vázquez, América Taurina. Por (…). Con carta-prólogo de LUIS CARMENA y MILLÁN. Madrid, Librería de Victoriano Suárez, Editor, 1898. 191 p.

HOY HABLEMOS DE CINE… y TOROS.

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POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

La colección de discos DVD editada por la U.N.A.M. entre 2002 y 2007.

   Los lectores de “AlToroMéxico.com” pudieron enterarse hace unos días sobre la función de cine que hoy tendrá lugar en el auditorio Silverio Pérez de la Asociación de Matadores de Toros, Novillos, Rejoneadores y Similares (Atlanta N° 133, Col. Ciudad de los Deportes, a un costado de la plaza de toros “México”). Estamos muy agradecidos con el apoyo del matador Francisco “Paco” Dóddoli por todas las facilidades que nos da, tanto a la fundación Juan de Dios Barbabosa Kubli y un grupo de entusiastas aficionados del rumbo de Mixcoac, encabezados por el Ing. Porfirio Pereyra, pues de ese modo, tendremos oportunidad de acercarnos a esta fascinante expresión de la que adelanto algunos datos interesantes.

Desde 1888 hubo intentos que iban dejando evidencia de que muy pronto, con el apoyo de vitascopios o kinetoscopios, el cinematógrafo sería una de aquellas primeras culminaciones del que en nuestros días sigue considerándose como el “Séptimo arte”.

De ese modo, y entre muchos, destacaron Louis Lumiere y Thomas Alva Edison quienes muy pronto enviaron por diversas partes del mundo a sus representantes para difundir aquel descubrimiento. En ese sentido, México no fue la excepción, por lo que la noche del 6 de agosto de 1896, y en una de las salas del Castillo de Chapultepec, Ferdinand Von Bernard y Gabriel Veyre mostraron al entonces Gral. Porfirio Díaz un conjunto de imágenes que asombró al citado personaje, sus familiares y otros integrantes de su gabinete. Ocho días más tarde, el 14 comenzaron a darse funciones dirigidas al público en general en los bajos de la droguería Plateros.

Y el cine tuvo ojos para contemplar, entre otros aspectos de la vida cotidiana a la propia tauromaquia, por lo que la primera película filmada –aunque no exhibida en México-, ocurrió el 23 de febrero de 1896 en Ciudad Juárez, alternando Froilán Pérez “El Chatillo” y Antonio Salas “Salitas”.

El 2 de agosto de 1897, se filmó en Puebla por los señores Currich y Maulinié “Corrida entera de toros por la cuadrilla de Ponciano Díaz”, que lamentablemente ya no existe.

En 1897, entre octubre y noviembre, James Waite y Frederick Blechynden filmaron los considerados rollos 1, 2 y 3 de “Bull fight” integrados a la “Colección de papel Tomás Alva Edison” actualmente ubicados en la Biblioteca del Congreso, en Washington, E.U.A. Son escenas recogidas tanto en el corral de la hacienda de La Soledad, Sabinas, estado de Coahuila como en la plaza de toros de Durango. En ese material, puede apreciarse a Juan Jiménez “El Ecijano” junto a su cuadrilla, haciendo lo que humanamente era posible ante un ganado poco propicio. Era casi la plena demostración del toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna, porque aún se aprecian algunos toques del toreo a la mexicana. Los afortunados en apreciar dichas imágenes, fueron habitantes de Mazatlán, precisamente en una función organizada la noche del domingo 19 de diciembre del mismo año.

En ese sentido, tan notable maravilla de la invención siguió su curso, por lo que muy pronto ya no solo serían meros documentales, sino películas de ficción (recordemos que las películas pueden clasificarse como documentales cuando fueron filmadas in situ, o de ficción, cuando se trata de escenas reconstruidas en otros lugares). Así que, desde el primer registro hasta el último del que tenemos noticia, me refiero al documental “Soy novillera” que recién acaba de exhibirse, y cuya producción corrió a cargo de Luc Bobyn, para desvelar la vida de Marlene Cabrera, se acumulan 520 diversos materiales filmados o exhibidos en nuestro país, de acuerdo al registro que por mi cuenta realizo en “Los códices de la imagen: Rescate total. México (1895-2019). Revisión histórica entre “vistas”, realidades” y “ficciones”.

Cabe apuntar que ese número se va a más del doble, si consideramos que la Dirección de Estudios Cinematográficos –la “Filmoteca” de la U.N.A.M.-, cuenta en nuestros días con el ingreso de nuevos fondos que ya se sometieron a procesos como estabilización, clasificación, calificación para luego pasar al de la conservación. Grata noticia esta y que conviene difundir, en la medida en que fondos como “Julio Téllez García, Marco Antonio Ramírez, Jesús Solórzano (y probablemente la incorporación de otros dos con los cuales se hacen las debidas gestiones), ello permita nutrir aún más el patrimonio documental cinematográfico, suficiente razón para justificar cuán importante es este conjunto de registros para la historia en nuestro país.

Gracias a esta noble institución y su personal se deben diversos rescates, intervenciones de control y hasta la difusión, como es el caso de cuatro discos DVD, presentados entre 2002 y 2007 que se deben, en su parte de producción y edición a quien esto escribe. Debo agregar que los interesados, todavía pueden conseguir estos materiales, a muy buen precio por cierto, en la tienda que se encuentra en las instalaciones de la propia “Filmoteca de la U.N.A.M.”, la cual se encuentra sobre el Circuito Mario de la Cueva, al interior del territorio de la Universidad Nacional.

El cine es un segmento que recrea la tauromaquia, lo mismo en su brillo original que en su más descarnada realidad. Por fortuna, el significado de este espectáculo es evidente en muchas imágenes, no todas de excelente calidad, aunque muchas de ellas dan idea de su misterioso contenido, donde podemos apreciar, entre otros, la presencia de algunos diestros de finales del XIX (“El Ecijano”, “Cuatro-dedos”, Ángel Moyano o Antonio Fuentes), y otro conjunto donde aparecen Rodolfo Gaona, Juan Silveti, e incluso Manuel Jiménez “Chicuelo”.

Luego, tenemos un recuento sobre buen número de diestros pertenecientes a la época de oro y plata del toreo mexicano (esto entre los años 30 y 60 del siglo pasado). Todo ello, contemplado y recogido en el soporte de nitrocelulosa, que luego, allá por los años 80 del siglo pasado mutó en el cromo y apenas de unos años para acá, de la expresión digital.

El cine taurino, a lo largo de 124 años ha contado con la participación de camarógrafos, cineastas, exhibidores e incluso investigadores. Allí están los hermanos Alva, Salvador Toscano, Rosas Priego, Sergei Einsestein, Paco Hidalgo, Daniel Vela, Samuel Pesado, José Hoyo Monte, Miguel Barbachano Ponce. Entre cineastas, camarógrafos e investigadores no puedo dejar de mencionar a Tomás Pérez Turrent, Julio Pliego, Heriberto Lanfranchi, o el Dr. en Sociología Juan Felipe Leal, quien ha hecho de sus Anales del cine en México (1895-1911) una serie de largo aliento, con más de 30 títulos. También reconozco la labor del Maestro en Arte Carlos Flores Villela quien ya tiene un lugar muy reconocido en estos menesteres.

De Julio Téllez y Heriberto Lanfranchi debemos reconocer la difusión e investigación que dedicaron a este género. Gracias a ellos, es que sabemos con mayor claridad sobre el panorama cinematográfico-taurino en México, del cual elaboraron un registro muy completo (el cual, debido a la reciente desaparición de Heriberto Lanfranchi, quedó en suspenso). De ahí que cuando se difunda, sea una obra que no pueda faltar en las mejores bibliotecas. Con el trabajo de todos ellos conocemos un mejor panorama que aún tiene mucho por ofrecernos, lo que habemos en realidad somos pocos investigadores dedicados a ello. Queda mucha por hacer, por investigar, por rescatar, por difundir y esa es, entre muchas tareas, un gran pendiente como para entender al toreo mexicano en una dimensión como esta, llena de elementos que, en su conjunto, cubren todo el siglo XX, suficiente razón para explorar valores que le vendrán muy bien a un espectáculo tan fascinante como los toros.

Pues bien, no puedo despedirme, sin dejar de invitarlos a esta función, misma que incluye la siguiente ORDEN DE LA FUNCIÓN

Presentación, por parte de José Francisco Coello Ugalde, Maestro en Historia.

1.-Proceso constructivo de la “Ciudad de los Deportes” (1945-1946).

2.-Inauguración de la plaza de toros “México” (5 de febrero de 1946).

3.-Jesús Solórzano, Gregorio García y la confirmación de alternativa de Alejandro Montani. 16 de noviembre de 1947.

Del disco DVD “Recuerdos del toreo en México (1947-1964)”:

4.-Introducción.

5.-José Rodríguez “Joselillo”

6.-Miguel Báez “Litri”

7.-Jorge Aguilar “El Ranchero”

8.-César Girón.

9.-Silverio Pérez.

10.-Diego Puerta.

11.-Jaime Rangel.

12.-Juan Silveti.

Del disco DVD “Los toros vistos por el noticiero Cine Mundial (1955-1973):

13.-Despedida de Fermín Rivera

14.-Pablo Célis y su cuadrilla cómica

15.-Oreja de oro, con imágenes complementarias de la actuación de Jorge “El Ranchero” Aguilar. 23 de marzo de 1961.

Si la función lo amerita, ¡habrá toro de regalo!

Comentarios y opiniones de los asistentes al finalizar la exhibición.

¡ALLÁ LOS ESPERAMOS!

PONER EL REGLAMENTO TAURINO AL DÍA: UNA PRIORIDAD.

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EDITORIAL.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

El peso de la tradición y la modernidad. A la izquierda: Bordado con motivos taurinos, elaboración de artesanos en Michoacán. A la derecha: Antonio García “El Chihuahua” colocando banderillas en forma espectacular. “La Petatera” (Villa de Álvarez, Colima), febrero de 2015. Col. del autor.

La tauromaquia es un concepto, pero también una expresión que ha estado sujeta a los naturales cambios impuestos por el tiempo, la evolución. Los públicos, pero sobre todo por su afán de pervivencia.

Nuestros tiempos, donde el desarrollo ideológico, las tecnologías, e incluso la contundente e inevitable presencia del cambio climático, obligan a las sociedades en su conjunto encaminar el destino por senderos inéditos quizá nunca antes previstos. A ese escenario se suma la fuerte carga crítica de grupos opositores que crecen, delimitando cada vez más la presencia de un espectáculo ancestral, integrado al menos a ocho países que lo conservan como tradición y legado. Por lo tanto, es pertinente seguir legitimando su defensa y el por qué de su presencia en estos tiempos que corren.

Para ello hay que valernos en esta ocasión de unos razonados argumentos que pongo al alcance de los lectores.

De reciente aparición es el trabajo de dos académicos españoles, que han compartido un importantísimo análisis el cual no podemos perder de vista. Me refiero a “Cómo adecuar la lidia al siglo XXI”, de Fernando Gil Cabrera (Doctor en Biología) y Julio Fernández Sanz (Veterinario). La liga para tener acceso al texto completo proviene del notable portal de internet “Taurología.com” (https://www.taurologia.com/propuestas-para-adecuar-lidia-siglo–5608.htm) coordinado por el periodista español Antonio Petit Caro.

Desde una visión que recoge la experiencia ocurrida en España, y que no nos es ajena pues se trata de la misma representación –cambia la forma, no el fondo-, los autores determinan luego de diversas contemplaciones, la necesaria puesta al día en el reglamento taurino, sin más. Evidentemente España cuenta con varias disposiciones y eso lo aclaran. Pero al puntualizar las necesidades reales que permiten entender el espectáculo en ese aquí y ahora plantean fijar la vista desde el uso de la divisa, la suerte de varas y sus elementos, las banderillas, la espada, estoque de descabellar, puntilla y alternativas para el buen uso de estos dos trebejos. Culminan con las debidas propuestas que se imponen en caso de que se conceda, y en favor del toro, el indulto.

Todo ello se encuentra plenamente sustentado en una amplia consulta a fuentes bibliográficas, a la experiencia que ambos manifestaron en un texto conjunto, claro, sin dispersión de ninguna especie, y procurando siempre ir al asunto usando un lenguaje que le es claro no solo al taurino en cuanto tal; sino a cualquier lector.

Tan difícil como complicado, abren su propuesta con una interpretación del presente. Es decir, nos proporcionan la información necesaria para entender la forma en que ha llegado hasta nuestros días la forma en que sus diversos participantes hacen de la tauromaquia ese logro en el que están reunidos diversos componentes, resultado de una larga acumulación no solo secular, sino milenaria. Eso conjuga lo sagrado y lo profano, las radicales transiciones (como aquello que ocurrió en el siglo XVIII cuando el toreo ecuestre devino en el de a pie), pero también su notable riqueza decorativa; como lo es también la técnica y estética al servicio; y todo ello sujeto a un factor casi intangible: lo efímero en concordancia con lo intenso y poderoso que el ritual de sacrificio y muerte significa en su absoluta realidad.

Se detienen en una fina revisión sobre la forma en que hoy se desarrolla la lidia y observan lo necesario que significa adaptar las razones de aquello que proponen a un ritmo, a un “tempo” que es propio en la corrida de toros. Con sus propuestas y la posible materialización de las mismas, no es que se caiga en el juego deseable de los contrarios, aunque sí en la renovada representación que en natural consecuencia, se aleja de anacronismos y hasta de las elementales depuraciones en lo que consideran “tiempos muertos” durante el desarrollo de la lidia.

Es preciso, y muy recomendable su correcta lectura. Ese es un ejercicio complementario al que estas notas se agregan al que ya debe ser un balance colectivo que seguramente tiene armadas sus propuestas, suficientes razones para poner bajo revisión nuestro propio Reglamento Taurino, cuya última actualización se registró apenas comenzado el siglo XXI, cuando se trata de un instrumento legal que rige el espectáculo en nuestra ciudad capital desde 1987, si mal no recuerdo.

Los reglamentos tienen una larga duración, pero si no se actualizan, se corre el riesgo de que sigan cometiéndose abusos y excesos. El relajamiento natural al que se ve forzado, hace de el mismo, un instrumento legal vulnerable. Por ahora, no entraré en detalle, la lista es larga. Sin embargo, acometer esos puntos ya indicados significa dar un vuelco notable en el desarrollo de la lidia, de su necesaria depuración que podría ser el cambio radical que tanto necesita para resignificar la lidia en su conjunto, evitando así un tratamiento indebido y muchas veces excesivo que se hace ya, en contra del toro, no para favorecer sus condiciones sino para alterarlas, lo que da por consecuencia un desarrollo inapropiado en la lidia de novillos o toros.

Me parece que con eso no se incurre en una obsesión o terquedad, sino en la oportunidad de poner simple y sencillamente en su justa dimensión el desarrollo del espectáculo. Para ello será necesario un ejercicio colectivo, un debate abierto y público donde los distintos actores, pero también el público y las autoridades pongan énfasis en lo que necesita cambiar o adaptar al ritmo que la fiesta de toros necesita para su mejor representación. Ello quizá, permitiría que se entienda de mejor manera el propósito de cada una de sus partes, de si es pertinente o no en el uso de la divisa, en la presencia de los picadores y de todo cuanto conviene el desempeño de su labor. Sobre qué tanto conviene modificar los elementos constructivos de las banderillas, e incluso si cabe la posibilidad de que se pase de tres a dos pares (salvo en el caso de que sea el propio espada quien busca lucirse colocando los tres, e incluso cuatro pares si las condiciones así lo permiten). Y luego, el uso que debe darse a la espada, buscando con ello evitar una innecesaria y penosa “suerte suprema” que no culmina en los términos deseables, así como lo que significa el uso de la puntilla, otro instrumento o trebejo que se ha convertido en dolor de cabeza por la sencilla razón de que su manejo no corresponde a la necesidad real en el momento culminante, y que en realidad, junto con la espada de descabellar convierten esos instantes en doloroso e inútil tránsito.

Del mismo modo, los tiempos muertos, como el cambio del primer tercio, el número de entradas al caballo, salida al ruedo y abandono del mismo por los picadores; la colocación del toro, duración del encuentro y quites (cuando los hay). Características del caballo de picar, peto, manguitos protectores y estribo derecho, así como características en puya y vara, harían que, en su conjunto, se moderaran favorablemente las condiciones de lidia.

Tenemos que reflexionar este tema, el cual no es cosa menor. Quizá, y en forma alterna, entendamos que la notable escasez de públicos en las plazas no sea solo por el hecho de que el festejo taurino ha perdido valores sustanciales de emoción, o por la sencilla razón de que los precios de entrada han superado lo razonable. También es importante saber si estos factores, por ahora descuidados, son razones por las cuales el aficionado ya no va, pero tampoco se hacen presentes aquellos nuevos públicos siempre movidos por novedosas circunstancias. Entienden, estoy seguro, que no ir significa eludir una desagradable representación que conjunta desaciertos, descuidos; abandono en consecuencia.

Ha llegado el momento de unir voluntades, de sentarse a discutir, revisar y definir el reglamento más apropiado para las corridas de toros que hoy día se presentan en nuestro país. Sabemos que el reglamento en cuanto tal, será una referencia que aplicará no a nivel nacional (lo cual es deseable), pero si esto ocurre, lo demás vendrá por añadidudra. Lo bueno, se copia, y sea a nivel estatal o municipal, el hecho es que cada espacio geográfico donde se celebran espectáculos públicos, tenga el que hoy día hace falta.

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